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LOS PECADOS DE NUESTROS PADRES de Lawrence Block
A quien se pare a leer los títulos de crédito de las películas el nombre de Lawrence Block le sonará por ser el coautor del guión de My blueberry nights (2007) de Wong Kar-Wai, cuyos personajes tienen mucho que ver con su mundo literario, aunque la pirotecnia estética de que hace gala la película se encuentre en las antípodas de su narrativa.
Uno de los principales ciclos novelísticos que forman la extensa obra de Block es el protagonizado por el expolicía y ahora detective Matthew Scudder, divorciado y padre, solitario y alcohólico, un tipo desencantado que deja fluir su vida entre casos de asesinato y que no duda en ejercer de juez cuando lo cree conveniente. Su bautismo de fuego como personaje lo encontramos en Los pecados de nuestros padres (The sins of the fathers, 1976), novela en la que ya están presentes el universo y el estilo propios de su autor, y que marcarán el resto del ciclo.
El asesinato de una prostituta y el suicidio de su compañero de piso y principal sospechoso le sirven en esta ocasión a Block para presentar unos personajes atrapados por sus propios actos y que no tienen camino de regreso, habitantes de la enorme jaula en que se convierte la noche de Nueva York, poblada de borrachos, drogadictos, chorizos, chulos y violencia, y en la que el detective Scudder no actuará sólo como espectador y narrador, sino también como una más de sus víctimas. La ciudad se convierte en un personaje más que los engloba a todos, el lugar donde hay tantas formas de encontrar la muerte como habitantes, como mostrará el autor en otra de sus grandes novelas, Ocho millones de maneras de morir (Eight million ways to die, 1982), llevada al cine por el prematuramente fallecido Hal Ashby en la que fue su última película, con Jeff Bridges de protagonista.
Pero lo que hace a Lawrence Block un escritor imprescindible del género es su estilo directo y descarnado, ajeno a florituras innecesarias (a su lado, la literatura de otro grande como Raymond Chandler casi podría tacharse de afectada), nada efectista pero efectivo como pocos, con unos diálogos impresionantes en los que el humor (en ocasiones delirante, en otras amargo) actúa como contrapunto de las miserias humanas, y que consigue mostrar, una vez más, que la gran novela negra puede ser tan existencialista como las obras de Sartre o Camus.
Traducción de Belén Aguilera Fierra.
Publicada por La factoria de ideas.
RÍO CONCHOS (1964) de Gordon Douglas
En la irregular filmografía del todorreno Gordon Douglas encontramos películas de todo género y condición. Desde historias al servicio de Laurel y Hardy o Elvis Presley a insensateces como el remake de La diligencia (Stagecoach, 1939) de John Ford, que aquí se tituló Hacia los grandes horizontes (1966), pasando por series B de ciencia-ficción como la magnífica La humanidad en peligro (Them!, 1954). A finales de los sesenta realizó una trilogía policiaca con Frank Sinatra de protagonista, que a mí no me entusiasma pero es de lo más conocido de su cine: Hampa dorada (Tony Rome, 1967), La mujer de cemento (The lady in cement, 1968) y El detective (The detective, 1968).
Para encontrar lo mejor del cine de Douglas hemos de acudir, salvo en el citado remake, a sus westerns: Sólo el valiente (Only the valiant, 1951), con Gregory Peck, un film claustrofóbico no del todo conseguido, pero con grandes momentos cercanos al cine de terror; Emboscada (Yellowstone Kelly, 1959), Chuka (1967) y, sobre todo, Río Conchos, que si no es una obra maestra se le parece mucho.
La primera escena de la película -Lassiter (enorme Richard Boone) se encuentra con una partida de apaches y, sin mediar palabra, los asesina- ya nos advierte de que estamos ante un western absolutamente libre, que no responde a los arquetipos del género, de una fisicidad como pocas veces se ha visto (el polvo, el barro, la lluvia, el sudor de los hombres, aparecen más reales y agobiantes que nunca) y de una enorme violencia física y moral. Aquí ya no aparecen los hábiles pistoleros, ni la caballería salvadora, no hay héroes ni espacio para la leyenda, ni siquiera buenos y malos; los personajes son y actúan determinados por sus circunstancias, sabiendo que ya no hay segunda oportunidad para ellos: Lassiter, cuya familia fue torturada y asesinada por los apaches y que dedica su vida a una venganza contra todo apache que encuentra; Rodríguez (Tony Franciosa), el mejicano que todo lo que ha hecho en la vida ha sido robar y matar; Purdee (Edmond O´Brien, uno de los grandes de siempre), el coronel sudista que se niega a rendirse y que pretende reanudar la guerra con un ejército de mejicanos y apaches… Y Douglas los muestra en toda su naturaleza, sin enjuiciarlos, a través de sus acciones y sus gestos: éste es un western eminentemente visual, de personajes que hacen mucho y hablan poco.
Escenas como el encuentro del grupo con los ladrones mejicanos, la muerte del bebé en brazos de la muchacha india, Rodríguez aprovechando que empujan un carro para afilar su cuchillo en una rueda, la tortura a que son sometidos Lassiter, Haven y Franklyn, o el momento final, magistralmente filmado y absolutamente consecuente con el itinerario de los personajes, hacen de Río Conchos un western que transita nuevos caminos y que siempre se me antoja hermanado con La venganza de Ulzana (Ulzana´s raid, 1972) de Robert Aldrich.
Editada en DVD por Fox.
LA PIRÁMIDE HUMANA (1961) de Jean Rouch
Mientras en Francia se fragua la nouvelle vague el director Jean Rouch comienza a relizar en África sus documentales etnográficos. Uno de los más reconocidos es La pirámide humana (La pyramide humaine), rodado en Costa de Marfil, en el que documental y ficción se dan la mano.
Al comienzo del film el propio Rouch propone a los estudiantes europeos y africanos de una clase del instituto de Abidjan, que no se relacionan por prejuicios, la recreación de un posible acercamiento entre ellos. Ante la cámara aparecen entonces la desconfianza, la diferencia de culturas, el racismo, pero también la amistad, la voluntad de romper barreras, el deseo sexual y la posibilidad del amor interracial. Y, finalmente, el realizador introduce un último elemento ficticio, el suicidio por amor, con el personaje de Nadine como desencadenante del drama.
La pirámide humana funciona pues como una hermosa historia de amor y amistad, y como un valioso documento antropológico en una sociedad que intenta superar los prejuicios raciales.
Editada en DVD por Intermedio.
THE DRIVER (1978) de Walter Hill
En 1968 se estrenaba la película Bullit de Peter Yates, protagonizada por Steve McQueen. No era nada del otro jueves, pero aún hoy se recuerdan sus espectaculares persecuciones en coche por las calles de San Francisco, que causaron impacto en la época. Una década más tarde nos llegaba The driver, la historia de un conductor a sueldo, conocido como El Cowboy, interpretado por Ryan O´Neal, que se alquila a las bandas de atracadores.
A primera vista, lo que más destaca en la película, como no podía ser de otro modo viniendo de Walter Hill, es la acción, las escenas violentas, y las impresionantes, accidentadas, y (demasiado) extensas persecuciones en coche. Pero bajo este envoltorio puramente comercial aparece el Walter Hill cinéfilo, autor también del guión, para transformar un típico film policiaco en una recuperación de algunos de los arquetipos del cine negro clásico: el tipo solitario y parco en palabras y gestos, que quiere ganar dinero rápido para retirarse de la circulación (y nunca mejor dicho); la chica ambiciosa que va por libre (una jovencísima Isabelle Adjani), prostituta de lujo para más señas, y que tiene un papel ambiguo en la historia; y el policía ambicioso y sin escrúpulos (Bruce Dern), que no duda en saltarse las leyes para atrapar al conductor, tomándoselo como un duelo personal. Y todo ello aderezado por unos brillantes y, en boca del policía, divertidísimos diálogos. Tan sólo le faltan las luces y sombras del blanco y negro para terminar de recuperar el viejo aroma de la serie B.
TIGRES AZULES de Jorge Luis Borges
De Borges ya se ha dicho prácticamente todo: es uno de los escritores más reverenciados de siglo xx y el máximo exponente de la literatura hispanoamericana; los gurús de la crítica literaria lo sitúan junto a los omnipresentes Proust, Joyce, Kafka, Faulkner o Navokov, y sus dos colecciones de relatos más conocidas, Ficciones (1944) y El Aleph (1949), siempre tienen su sitio en las listas de la mejor literatura de la historia.
El tigre es uno de motivos recurrentes en la obra de Borges. Aparece, por ejemplo, en el cuento Dreamtigers y en el poema El otro tigre, que forman parte de su miscelánea El hacedor (1960). Aquí dejo un fragmento del poema: Cunde la tarde en mi alma y reflexiono / Que el tigre vocativo de mi verso / Es un tigre de símbolos y sombras, / Una serie de tropos literarios / Y de memorias de la enciclopedia / Y no el tigre fatal, la aciaga joya / Que, bajo el sol o la diversa luna, / Va cumpliendo en Sumatra o en Bengala / Su rutina de amor, de ocio y de muerte.
En 1983 se publicó La memoria de Shakespeare, el último libro de relatos de Borges. De los cuatro cuentos para mí destaca Tigres azules, a la altura de los mejores del autor y cuyo origen creo que se puede rastrear en anteriores relatos como El Aleph, El disco, o El libro de arena.
La historia que cuenta Borges es la de un profesor obsesionado con la figura del tigre que viaja a la región del delta del Ganges porque le han informado de que allí había sido vista una variedad azul del animal. No encuentra al tigre, pero en su lugar halla unas pequeñas piedras circulares del mismo azul que el tigre con el que sueña, todas exactamente iguales, y que se multiplican y dividen ajenas a cualquier ley matemática. Finalmente, pide ser liberado de esa carga, y su plegaria es contestada. Librarse de las piedras representa renunciar a lo fantástico, a lo maravilloso y desconocido que puede aparecer en nuestras vidas, y abrazar la rutina, la seguridad y todo lo cotidiano que se nos ofrece cada día:
No oí los pasos, pero una voz cercana me dijo:
-He venido.
A mi lado estaba el mendigo. Descifré en el crepúsculo el turbante, los ojos apagados, la piel cetrina y la barba gris. No era muy alto.
Me tendió la mano y me dijo, siempre en voz baja:
-Una limosna, Protector de los Pobres.
Busqué, y le respondí:
-No tengo una sola moneda.
-Tienes muchas -fue la contestación.
En mi bolsillo derecho estaban las piedras. Saqué una y la dejé caer en la mano hueca. No se oyó el menor ruido.
-Tienes que darme todas -me dijo-. El que no ha dado todo no ha dado nada.
Comprendí, y le dije:
-Quiero que sepas que mi limosna puede ser espantosa.
Me contestó:
-Acaso esa limosna es la única que puedo recibir. He pecado.
Dejé caer todas las piedras en la cóncava mano. Cayeron como en el fondo del mar, sin el rumor más leve.
Después me dijo:
-No sé aún cuál es tu limosna, pero la mía es espantosa. Te quedas con los días y las noches, con la cordura, con los hábitos, con el mundo.
No oí los pasos del mendigo ciego ni lo vi perderse en el alba.
Publicado por Alianza Editorial (Biblioteca Borges).
EL REY DEL JUEGO (1965) de Norman Jewison
Muchas son las películas americanas en las que el póquer aparece como parte de su argumento: El destino también juega (A big hand for the little lady, 1966) de Fielder Cook, es un divertimento en el que los engaños del póquer terminan en un engaño mucho mayor; El póquer de la muerte (Five card stud, 1968) de Henry Hathaway, es un magnífico film policiaco disfrazado de western, en el que una partida es el origen de una venganza; en House of games (1987) de David Mamet, el mundo del póquer sirve como telón de fondo para narrar una estafa; con Rounders (1998), John Dahl perdió la ocasión de hacer la gran película sobre el tema, en parte porque ni Matt Damon ni el personaje que interpreta dan la talla.
Norman Jewison, que años más tarde lograría un gran éxito con En el calor de la noche (In the heat of the night, 1967) y El violinista en el tejado (Fiddler on the roof, 1971), dirigió la que hasta el momento sigue siendo la mejor película sobre el póquer: El rey del juego (The Cincinnati kid), según la novela de Richard Jessup. No es, ni mucho menos, una obra maestra, pero Jewison consigue un magnífico entretenimiento y filma la mejor partida de póquer del cine, sobre todo en el espectacular mano a mano final entre el aspirante Steve McQueen y el maestro Edward G. Robinson.
Salvando las infinitas distancias, El rey del juego es al póquer en el cine lo que El buscavidas (The hustler, 1961) al mundo del billar. Ambas son historias de perdedores, pero funcionan de manera contraria. Mientras en el film de Jewison la historia sirve como excusa para mostrar la mayor y más tensa partida, en la película de Rossen- una de mis preferidas de la historia- los ambientes y desafíos del billar son el marco donde se desarrolla un argumento mucho más complejo, vivo y lleno de matices.
Como curiosidad, la otra gran partida de cartas en el cine aparece en I giocatori, el cuarto episodio de El oro de Nápoles (L´oro di Napoli, 1954) de Vittorio De Sica. Un conde demasiado aficionado al juego, interpretado por el propio De Sica, al que su mujer ya no le da dinero para jugar, obliga al hijo de su portero a jugar a la escoba. En una delirante partida, en la que se juega hasta la casa, acabará simbólicamente desplumado por el niño.
Editada en DVD por Warner.
THE UNSUSPECTED (1947) de Michael Curtiz
En la historia del cine abundan los casos de olvido o menosprecio de determinadas obras; se me ocurren pocos casos tan flagrantes como el de The unsuspected, sobre todo porque su director no es precisamente un desconocido a raíz de Casablanca (1942).
The unsuspected no fue estrenada en nuestro país y no ha sido editada en vídeo ni en dvd. Además no figura en algunas filmografías destacadas de Curtiz, y ni siquiera aparece citada en ensayos tan exhaustivos como El cine negro (Le film noir, 2005), escrito por el director, guionista e historiador de cine Nöel Simsolo y publicado por Cahiers du cinéma, y que analiza una interminable lista de películas del género negro y sus múltiples variantes, desde las grandes obras hasta títulos infumables. Extraño caso.
Tuve la suerte de ver esta película hace un montón de años en la Filmoteca de Catalunya, con motivo de un ciclo dedicado a las películas preferidas de José Luis Guarner, que había fallecido pocos meses antes. Junto al film de Curtiz el ciclo incluía «minucias» como Sed de mal, Vértigo, El tercer hombre, Y el mundo marcha o El intendente Sansho, aunque también, qué le vamos a hacer, una bazofia como Saló o los 120 días de Sodoma, del ínclito Pasolini.
El film, basado en la novela homónima de Charlotte Armstrong -de quien Chabrol adaptó The chocolate cobweb en Gracias por el chocolate (Merci pour le chocolat, 2000)-, arranca de manera excepcional con el crimen a partir del cual se desarrolla la historia, escena dominada por la sombra del asesino recortada en las paredes y su amenazante figura en el umbral de una puerta. Pero no será conocer la identidad del criminal, que se nos desvela al poco rato, lo interesante en esta película, sino la manera de eliminar a los que sospechan de él, utilizando para ello su trabajo de escritor de relatos criminales para la radio.
Con un detalle de guión que recuerda a Laura (1944), la gran película de Preminger, y varios movimientos de cámara audaces y deslumbrantes, la película flojea en el dibujo de los personajes secundarios y en los actores que los interpretan, que no le aguantan ni medio envite al gran Claude Rains, dueño absoluto de la función. A pesar de ello The unsuspected es uno de los policiacos más originales que he visto, una película a recuperar.
LA SÉPTIMA VÍCTIMA (1943) de Mark Robson
Colaborador de Robert Wise en el montaje de Ciudadano Kane (Citizen Kane, 1940), de Orson Welles, Mark Robson comienza poco después a trabajar, en el mismo seno de la RKO, para el productor Val Lewton, encargándose del montaje de, entre otras, La mujer pantera (Cat people, 1942) y Yo anduve con un zombie (I walked with a zombie, 1943), ambas dirigidas por Jacques Tourneur. Lewton le da la oportunidad de debutar en la dirección con La séptima víctima (The seventh victim), inicio de una irregular filmografía en la que destacan dos buenos films sobre el mundo del boxeo: El ídolo de barro (Champion,1949), con Kirk Douglas, y Más dura será la caída (The harder they fall, 1956), la última interpretación de Humphrey Bogart.
La historia que narra La séptima víctima es lo de menos, de hecho el guión tiene momentos ilógicos, sin pies ni cabeza: una mujer desaparece y su hermana comienza a buscarla. En realidad está escondida porque la persigue una secta satánica que ya ha asesinado a seis personas.
Aceptando que la historia es un mero soporte para realizar un ejercicio de estilo, influido por la novela romántica y gótica, lo destacable de la película, como del resto de proyectos de Val Lewton en el género, fuese quien fuese el director, es la sensación de irrealidad, de obsesión por lo desconocido, de pesadilla laberíntica que transmiten sus imágenes, insinuando más que mostrando, gracias en gran parte a la ambientación y a la fotografía en blanco y negro del habitual Nicholas Musuraka.
En los apenas setenta minutos que dura la película abundan los momentos magníficos: el cuarto de hotel alquilado por la mujer perseguida, en el que sólo hay una silla y una soga colgando del techo; el asesinato del detective y la aparición del cadáver, sujetado por dos hombres, en el metro; la escena de la ducha, clarísimo antecedente de la que filmó Hitchcock en Psicosis (Psycho, 1960); la persecución por las calles, inundadas de luces y sombras… Y, como guinda para uno de los films más extraños y alucinantes, la aparición final de un personaje, entrevisto un par de veces anteriormente, que enlaza en el tiempo (un gran detalle, esta vez sí, de guión) la historia que acabamos de ver con la que narraba La mujer pantera.
Editada en DVD por Manga Films.
UN PASADO EN SOMBRAS (1985) de David Hare
El guionista David Hare fue el responsable de adaptar para el cine las novelas Las horas (The hours,1999) de Michael Cunningham, y El lector (Der vorleser, 1995) de Bernhard Schlink. Ambas películas fueron dirigidas por el excesivamente académico Stephen Daldry, con mayor fortuna en el primer caso, ya que la adaptación del magnífico texto de Schlink es absolutamente plana e inofensiva: quien haya apreciado la película que no dude en leer la novela.
Además de su faceta como guionista, Hare es autor teatral y ocasional director de cine. Una de sus películas que tenemos ocasión de ver es Un pasado en sombras (Wetherby). El arranque del film parece situarnos ante un argumento policiaco o de misterio: una mujer invita a sus amigos a una cena en su casa, en la que aparece un joven al que nadie conoce pero que es aceptado. Al día siguiente, el joven vuelve a la casa y, delante de la mujer y sin mediar palabra, saca una pistola y se suicida. Pero Hare no organiza su película alrededor de este hecho, sino que lo toma como punto de partida para mostrarnos una historia sobre la soledad, la incapacidad de expresión de los sentimientos y el recuerdo de las ocasiones perdidas.
Con un elenco de intérpretes de excepción, con Vanessa Redgrave, Ian Holm, Judi Dench y Tom Wilkinson en los principales papeles, Hare consigue realizar una serena y emocionante película, una joya que merece la pena descubrir.
Editada en DVD por Cameo.