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EL JACK RANDA HOTEL de Alice Munro
En la literatura norteamericana del siglo xx abundan los cronistas de la vida cotidiana, los creadores de pequeñas estampas donde se muestran las relaciones humanas y en las que se dice mucho más de lo que se muestra, siguiendo la máxima de que un relato ha de ser como un iceberg, del que sólo se vea una pequeña parte y el resto quede bajo la superficie. John Cheever, Harold Brodkey, William Maxwell, Raymond Carver, Flannery O´Connor…la lista de grandes cuentistas es interminable; la canadiense Alice Munro forma parte de ella.
Autora de varias colecciones de relatos a cual mejor, Alice Munro ha llamado recientemente la atención del cine: la actriz Sarah Polley la adaptó en Lejos de ella (Away from her, 2006), su ópera-prima como directora, y parece ser que Jane Campion proyecta llevar a la pantalla el libro Escapada (Runaway, 2004).
Uno de mis cuentos preferidos de Munro es El Jack Randa Hotel, incluido en el libro Secretos a voces (Open secrets, 1994). En él, a traves de un juego epistolar que mantienen una mujer, haciéndose pasar por otra, y su marido, un profesor que vive ahora con una de sus alumnas, la autora nos muestra los celos, el rencor, la debilidad de unos sentimientos y la fortaleza de otros, la necesidad de volver a lo que seguimos queriendo y la obligación de demostrar que nos lo merecemos:
«Las palabras más deseadas pueden cambiar. Algo puede ocurrirles, mientras se espera. «Amor, necesidad, perdón. Amor, necesidad, para siempre.» El sonido de esas palabras puede convertirse en un tumulto, un ruido de taladradoras en la calle. Y lo único que se puede hacer es echar a correr, para no someterse a ellas por la fuerza de la costumbre.»
«Ahora, tú sabrás si quieres seguirme».
Un cuento magistral que me recuerda vagamente a El infierno tan temido, uno de los imprescindibles de Onetti, mucho más oscuro y terrible: mientras Munro otorga una salida a sus personajes, los de Onetti se condenan irremediablemente.
Traducción de Flora Casas.
El volumen Secretos a voces está publicado por RBA.
CUANDO EL DESTINO NOS ALCANCE (1973) de Richard Fleischer
Richard Fleischer representa uno de los casos más claros de cineasta cuya popularidad siempre ha estado muy por debajo de la de sus películas. Muchísimos espectadores han visto y disfrutado sus grandes obras, pero son muchos menos los que podrían relacionarlas con su autor. Nunca ha sido un director-estrella, al estilo de Hitchcock, Welles, Almodóvar o, en su momento, Frank Capra, el primer director cuyo nombre apareció en los créditos por delante del título de la película.
Fleischer es el responsable de Los vikingos (The vikings, 1958) y El estrangulador de Boston (The Boston strangler, 1968), dos portentosas obras maestras, y de un buen puñado más de magníficas películas. Una de mis preferidas es Cuando el destino nos alcance (Soylent green), una historia a medio camino entre la ciencia-ficción y el policiaco, que si no está a la altura de las dos citadas es en parte porque el argumento detectivesco y su desarrollo no se plasman con la suficiente fuerza en la pantalla, y en parte por esa estética pop que contaminó gran parte del cine norteamericano de los 70 y que aquí aún molesta más que en otras ocasiones, ya que la película pretende mostrar la ciudad de Nueva York en el año 2022.
A pesar de todo, el film me parece uno de los más importantes de la filmografía de Fleischer básicamente por dos motivos: la visión del futuro que nos muestra -supongo que presente ya en la novela de Harry Harrison que sirve de base a la película-, con una población hacinada que se alimenta a base de galletas de plancton distribuidas por el gobierno, llamadas soylent green, y donde sólo unos pocos con recursos pueden conseguir en el mercado negro frutas, hortalizas o un trozo de carne que sepan a algo, situación a la que, al paso que vamos, conseguiremos llegar; y la inolvidable escena en que Sol (Edward G.Robinson ya muy enfermo, en el que sería su último papel) se dirige a lo que llaman El Hogar, el edificio donde reciben a la gente que decide morir. Allí, tumbado en una camilla y escuchando música clásica, pasa sus últimos minutos de vida viendo en una gigantesca pantalla las imágenes de cómo era la tierra que el conoció y que ha sido destruida, mientras Thorn (Charlton Heston), impresionado,desde una habitación contigua y a través de un cristal contempla llorando las mismas imágenes por primera vez. Un momento cinematográfico impresionante, que resulta aún más conmovedor por ser el último que interpretó Edward G.Robinson, y que resultaría mucho más efectivo que cualquier documental ecologista.
Editada en DVD por Warner.