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PALABRAS INICIALES de Roberto Fontanarrosa

De mí se dirá posiblemente que soy un escritor cómico, a lo sumo. Y será cierto. No me interesa demasiado la definición que se haga de mí. No aspiro al Nobel de literatura. Yo me doy por muy bien pagado cuando alguien se me acerca y me dice: «Me cagué de risa con tu libro.»

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Aquí os dejo el inicio de uno de los relatos más divertidos de Roberto Fontanarrosa, un grande de la literatura cómica y de la literatura sin adjetivos. Quien quiera continuar riendo puede encontrar el relato en el libro Usted no me lo va a creer (2003) -uno de los últimos del autor, fallecido en 2007-, y de ahí pasar a cualquier otra de las obras del escritor argentino: diversión asegurada.

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PALABRAS INICIALES

«Puto el que lee esto.»

Nunca encontré una frase mejor para comenzar un relato. Nunca, lo juro por mi madre que se caiga muerta. Y no la escribió Joyce, ni Faulkner, ni Jean-Paul Sartre, ni Tennessee Williams, ni el pelotudo de Góngora.

Lo leí en un baño público en una estación de servicio de la ruta. Eso es literatura. Eso es desafiar al lector y comprometerlo. Si el tipo que escribió eso, seguramente mientras cagaba, con un cortaplumas sobre la puerta del baño, hubiera decidido continuar con su relato, ahí me hubiese tenido a mí como lector consecuente. Eso es un escritor. Pum y a la cabeza. Palo y a la bolsa. El tipo no era, por cierto, un genuflexo dulzón ni un demagogo. «Puto el que lee esto», y a otra cosa. Si te gusta bien y si no también, a otra cosa, mariposa. Hacete cargo y si no, jodete. Hablan de aquel famoso comienzo de Cien años de soledad, la novelita rococó del gran Gabo. «Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento…» Mierda. Mierda pura. Esto que yo cuento, que encontré en un baño público, es muy superior y no pertenece seguramente a nadie salido de un taller literario o de un cenáculo de escritores pajeros que se la pasan hablando de Ross Macdonald.»

Publicado por Ediciones de la Flor.

 

LA INVASIÓN DE LOS ULTRACUERPOS (1978) de Philip Kaufman

Al adaptar la novela de Jack Finney Los ladrones de cuerpos (The body snatchers, 1955), Don Siegel realizó una de sus mejores películas: La invasión de los ladrones de cuerpos (Invasion of the body snatchers, 1956), que se convertiría en uno de los grandes clásicos del cine de ciencia-ficción y que dio lugar a las más variadas interpretaciones, en ocasiones incluso contradictorias (algunos opinaron que era un ataque contra el macartismo y otros que atacaba al comunismo).

        El director y guionista Philip Kaufman -suyos son los guiones, al menos en parte, de las excepcionales El fuera de la ley (The outlaw Josey Wales, 1976) de Clint Eastwood, y En busca del arca perdida (Raiders of the lost ark, 1981) de Steven Spielberg- realizó una nueva adaptación de la novela de Finney -con el mismo título original que la de Siegel, aunque aquí se llamó La invasión de los ultracuerpos– y también dio en la diana: aunque sigue a la sombra de su predecesora, no tiene mucho que envidiarle.

        De la mano de Kaufman, la historia de las vainas gigantes llegadas del espacio que dan a luz réplicas exactas de los seres humanos, cuando éstos se quedan dormidos, para ocupar su lugar y dominar el planeta, se convierte en un film mucho más terrorífico, pero dando prioridad siempre a los personajes y a la visión de un mundo dominado por unos seres que, aunque iguales físicamente a nosotros, son incapaces de pensar y de tener sentimientos.

        Con un gran reparto en el que destaca, cómo no, Donald Sutherland, y con breves apariciones de Robert Duvall, del propio Don Siegel y de Kevin McCarthy (el protagonista de la primera adaptación), La invasión de los ultracuerpos nos guarda, además, uno de los más impactantes finales del género.

                  Editada en DVD por Metro Goldwyn Mayer.

EL CABALLERO Y LA MUERTE de Leonardo Sciascia

Hay autores que nunca defraudan, que son un valor seguro, un lugar al que regresar de vez en cuando en busca de buena literatura, de literatura inteligente: Sciascia es uno de ellos. Y no es que en todas sus novelas encontremos la maestría de El consejo de Egipto (Il consiglio d´Egitto, 1963) y de Todo modo (1974), para mí las dos mejores, pero el conocedor de la obra del escritor siciliano sabe que en cualquiera de sus obras puede encontrar entretenimiento, humor, denuncia, tramas policiacas e historia de Italia, y todo ello servido con una indudable brillantez narrativa.

        El caballero y la muerte (Il cavaliere e la morte, 1988) es, sólo en apariencia, una novela policiaca protagonizada por El Vice, un vicecomisario del que no conocemos su nombre que ha de investigar la muerte de un poderoso abogado y político a manos, supuestamente, de un nuevo grupo revolucionario autodenominado «Los hijos del 89». Pero a Sciascia -y, por tanto, a nosotros como lectores- no le interesa tanto narrar la investigación y descubrir al culpable (abstenerse los que sólo busquen una típica trama detectivesca) como mostrar las reflexiones -a raíz de este último caso y de la contemplación recurrente de El caballero, la muerte y el diablo, el grabado de Durero que tiene colgado en su despacho- sobre su muerte y sobre la estupidez, el dolor y el mal que dejará tras de sí, de un personaje descreído, agotado y enfermo, que busca los últimos momentos de felicidad en las lecturas de su adolescencia, y en el que no es difícil ver reflejado al propio autor. Sciascia moría al año siguiente de la publicación de esta novela, probablemente la más sincera y personal de cuantas escribió.

   

        «Entretanto contemplaba El caballero, la muerte y el diablo. Quizá Ben Gunn, a juzgar por la forma en que lo describía Stevenson, se pareciese un poco a la muerte de Durero; y hasta le pareció que la muerte de Durero adquiría un reflejo grotesco. Siempre lo había inquietado un poco el aspecto cansado de la muerte, como si quisiese indicar el cansancio, la lentitud con que llegaba cuando ya se estaba cansado de la vida. Cansada la muerte, cansado su caballo: nada que ver con el caballo de El triunfo de la muerte o del Guernica. Y la muerte, a pesar de los amenazadores oropeles de las serpientes y la clepsidra, daba más una imagen de mendicidad que de triunfo. «La muerte se va pagando con la vida». Una muerte mendicante, que se mendiga. En cuanto al diablo, también cansado, era un diablo demasiado horrible para resultar convincente. Valiente coartada en la vida de los hombres; hasta tal punto, que en aquel momento estaban tratando de devolverle la fuerza perdida: terapias de choque teológicas, reanimaciones filosóficas, prácticas parapsicológicas y metapsíquicas. Pero el diablo estaba tan cansado que prefería dejarlo todo en manos de los hombres, más eficaces que él.»

                Traducción de Ricardo Pochtar.

                Publicada por Tusquets.

LEAVING LAS VEGAS (1995) de Mike Figgis

En principio Leaving Las Vegas es una película que no debería atraerme demasiado. Varias de sus escenas parecen videoclips para poner en imágenes la última canción de moda, o anuncios de colonia maravillosamente ridículos. Además, y que conste que la banda sonora me gusta mucho, en algunos momentos parece como si el film estuviera ahí sólo para complementar a la música, en lugar de ser ésta la que aporte algo a las imágenes.

        Pero, mira tú por donde, resulta que es una película que me encanta, porque, ante todo, consigue ser una pequeña gran historia sobre dos personajes magníficamente construidos, cercanos, trágicos y conmovedores, que se imponen irremediablemente sobre todo lo demás y que, en sus mejores escenas, son filmados por Figgis de manera más realista, liberándolos del esteticismo. Y me encanta también porque -al menos así me gusta verlo- no es Ben (un Nicolas Cage mejor que de costumbre) el personaje principal de la película, sino Sera (enorme y guapísima Elisabeth Shue), la prostituta de lujo que le cuida durante sus últimos días. Ben ha ido a Las Vegas a matarse bebiendo, es un personaje acabado, sin vuelta atrás. En cambio Sera es un personaje mucho más complejo, una mujer que se aferra a Ben como al último pedazo de humanidad que la libere de la suciedad que la rodea. Apiadarse de alguien como él, guardar su muerte, quererle incluso, es la demostración de que, para ella, aún hay un camino de regreso. Es Sera quien más necesita a Ben, y no al revés.

        Leaving Las vegas guarda además uno de los momentos más sencillamente hermosos del cine de los noventa. Es la breve escena en la que Sera encuentra a Ben bebiendo en la calle y éste le propone ir a cenar. Figgis tiene el buen gusto de filmar un plano largo, sin ningún énfasis y sin dar protagonismo a los actores porque aquí la que interpreta es la cámara. Sera no acepta la invitación, llama a un taxi y desaparece del plano, mientras Ben continúa hablando sobre la cena. «Me encanta ese vestido», termina diciéndole, pero Sera ya no está allí para escucharlo. Fundido en negro. Como diría Juan José Millás, la soledad era esto.

                                                           

                            Editada en DVD por Manga Films.

EL GRAN CARNAVAL (1951) de Billy Wilder

Al conocer la noticia sobre los mineros atrapados en Chile y el inevitable circo mediático creado en torno a su rescate, me acordé de El gran carnaval (Ace in the hole/ The big carnival), una de las obras maestras de Billy Wilder menos conocidas y que viene al pelo para comprobar cómo hace más de cincuenta años el cine ya contaba historias cotidianas que aún nos pueden servir para reflejar la realidad actual.

        El protagonista de la película es el  ambicioso periodista Charles Tatum (un Kirk Douglas ideal), a quien las circunstancias le llevan a trabajar para el periódico de un pueblo. Al descubrir que un hombre ha quedado atrapado en una cueva tras un derrumbe, Tatum vislumbra la posibilidad de lograr el éxito periodístico que tanto ha perseguido, aunque para ello ponga en peligro la vida del hombre retrasando las labores de rescate, para que la noticia dure más tiempo y todo el país esté pendiente de sus reportajes. Así, el periodismo sensacionalista consigue que una multitud de personas se traslade desde todas partes al lugar del accidente para satisfacer su curiosidad y su morbo, pero a Tatum se le irá el asunto de las manos.

        El gran carnaval –que fue estrenada, a espaldas de Wilder, con un montaje distinto al original y con el título The big carnival en lugar de Ace in the hole, como la había titulado el cineasta- es probablemente la película más dura y cruel, y con menos concesiones al espectador, de cuantas filmó su autor. Como el mismo Wilder dijo años más tarde, cuando le preguntaron la razón de su fracaso en la taquilla norteamericana y de su posterior olvido, critica el periodismo sensacionalista, pero en mayor medida critica al público que hace posible ese tipo de periodismo. Su mirada no se dirige tanto al personaje interpretado por Douglas, que al final buscará redimirse, como a los propios espectadores.

                                Editada en DVD por Paramount.

BERLANGA Y AZCONA, AZCONA Y BERLANGA

Hoy hemos desayunado con la triste noticia del fallecimiento de Luis García Berlanga, una de las figuras más importantes de nuestro cine y nuestra cultura. Junto al guionista Rafael Azcona, fallecido en 2008, escribió dos obras maestras: Plácido (1961) y El verdugo (1963). Sin ellas, el cine español sería mucho más pobre. Gracias por regalárnoslas.

                                     Luis García Berlanga

            (Valencia, 12 de junio de 1921-Madrid, 13 de noviembre de 2010)

                                                                  

                                                 Rafael Azcona

              (Logroño, 24 de octubre de 1926-Madrid, 24 de marzo de 2008)

UN MALDITO EMBROLLO (1959) de Pietro Germi

Al comienzo de Un maldito embrollo (Un maledetto imbroglio), mientras vemos pasar los títulos de crédito, escuchamos, en la maravillosa voz de Alida Chelli, la canción Sin no me moro. Entonces uno piensa, además de en lo hermosa que es, qué narices pinta ese tema en una película policiaca con culpable de robo y asesinato por descubrir. Sólo al final, cuando el personaje, hasta entonces muy secundario, que interpreta Claudia Cardinale adquiere toda su dimensión, descubrimos la razón y la importancia de la canción. Y lo que uno piensa esta vez, como tantas otras, es que ojalá algún gran cinesta hubiera tomado este personaje para contarnos toda su historia en otra película. Aunque quizá -sólo quizá- sea mejor, sencillamente, imaginarla.

        Es en este final y en la media hora anterior donde Un maldito embrollo nos ofrece sus mejores momentos, en parte porque vamos conociendo las pequeñas historias y misterios de cada personaje, y en parte, sobre todo, gracias a que Pietro Germi (que también interpreta al policía encargado del caso) abandona el ritmo vertiginoso -más apropiado para la comedia pero que, en mi opinión, no le hace ningún favor a un film policiaco- con que nos iba presentando escenas, personajes y diálogos, e introduce una pausa imprescindible para que la historia repose.

        De esta forma, el director de la divertidísima Divorcio a la italiana (Divorzio all´italiana, 1961) consigue una de las mejores muestras de un género que, en el cine italiano, no nos ha dejado demasiadas grandes obras.

                              Editada en DVD por Nacadih Video.