Archive for diciembre 2010|Monthly archive page
JUDITH de Silvio Rodríguez
Creo que fue Mario Benedetti quien dijo que Silvio era el mejor poeta de su generación, un poeta que en lugar de publicar sus letras, las canta. Así que aquí está, a pelo, sin música y sin voz, porque a la gran poesía no le hacen falta, Judith, escrita en 1969 aunque incluida en el disco de 2006 Érase que se era. Para que en este nuevo año recuerdes que has de cuidar bien tus estrellas, y nunca perderlas.
No puedo dejarte de ver
arañando el silencio con tus ojos,
tratando de decir algo que las palabras
nunca hubieran dicho mejor.
Aquella mirada era el resumen
de la noche posado en tus ojos,
con su lluvia, su viento y tu miedo al mar
de aquel sueño que te conté.
describiendo una estrella descubierta por mí
en tu erótica constelación, que no cabe
en los mapas del cielo.
Tu mano, dibujando en el aire,
era capaz de ponerle color
al espacio vacío, que se llenaba
con la luz de la estrella brillante.
Cuida bien tus estrellas, mujer,
cuida bien tus estrellas.
No puedo dejar de decir
que hay idiomas perfectos por descubrir
y que son olvidados frecuentemente
en el tedio del tiempo. Y que hay que buscarlos,
porque los barcos y las piedras
tienen abecedarios mejores
para demostrar que son bellos sencillamente,
sin palabras o esquemas.
No puedo dejar de decir
que esta triste canción a tu lado oscurece,
que quizá éste sea el último misterio
que mirarán tus ojos nacer de mis manos.
Pues es tarde quizás para mí
y Caín me ha marcado sobre la frente.
Pero quiero alertarte de un gran peligro
y quisiera encenderte esta frase en la mente:
Cuida bien tus estrellas, mujer,
cuida bien tus estrellas
y que nunca las pierdas.
¡QUE EL 2011 SEA UN GRAN AÑO PARA TODOS!
EL EJÉRCITO DE LAS SOMBRAS (1969) de Jean-Pierre Melville
Hay películas que desde su mismo inicio nos avisan de que estamos ante algo realmente grande. La ambientación, el ritmo, el hecho de meternos sin dilación en el meollo mismo de lo que nos quiere contar, la presencia de Lino Ventura, hacen que El ejército de las sombras (L´armée des ombres), basada en la novela, de 1943, de Joseph Kessel, sea una de ellas. Y en este caso, al poco rato sabemos ya que mucho se han de torcer las cosas para no estar viendo una absoluta maravilla, gracias a dos portentosas escenas seguidas: la huida de Philippe (Ventura) del cuartel de la Gestapo tras asesinar al soldado que le vigilaba, en la que Melville alarga el tiempo subjetivo gracias a los segundos que va marcando un reloj, creando una tensión digna de Hitchcock, y la posterior ejecución del joven miembro de la resistencia que le ha traicionado, en una habitación desnuda a excepción de la silla en la que sientan al traidor, tras la que llegamos a notar el vacío y la soledad que siente Philippe al cumplir con su obligación.
Y lo que sigue tras estas dos escenas es una sucesión de momentos únicos, pequeños grandes detalles que Melville se guarda mucho de remarcar: aisladas voces en off nada gratuitas que nos ayudan a conocer a los personajes, la mano de Simone Signoret tocando tímidamente al compañero herido, el sacrificio inútil y anónimo y la mirada que acepta de Jean-Pierre Cassel, la foto de una hija que no debería llevarse encima y que anticipa una nueva traición, la peor de todas…Momentos que nos muestran de la manera más humana a los miembros de un pequeño grupo de la resistencia francesa y, sobre todo, la imposibilidad de relacionarse estrechamente entre ellos porque al día siguiente pueden morir o verse obligados a traicionarse.
Lejos de abundar en escenas de acción y de presentar a los protagonistas como héroes, sino como personas con miedo a morir y también a matar, las imágenes de El ejército de las sombras están dominadas por una contenida y serena intensidad que sólo está al alcance de los más grandes cineastas, al alcance de cineastas como Jean-Pierre Melville.
Editada en DVD por Universal.
LA NOCHE DEL DEMONIO (1957) de Jacques Tourneur
Montague Rhodes James fue, además de profesor, arqueólogo, historiador y otras cuantas cosas, uno de los grandes escritores de terror de finales del siglo XIX y principios del XX. Sus relatos, publicados en español por Ed. Siruela, tienen siempre que ver con lo fantasmagórico, lo sobrenatural y las fuerzas ocultas. Uno de esos relatos, el titulado Casting the runes (1904), nos cuenta la demoníaca historia de un manuscrito maldito que lleva la muerte a quien lo posee.
A partir del cuento de James, el guionista Charles Bennett escribe, introduciendo múltiples variaciones, La noche del demonio (estrenada en Inglaterra como Night of the demon y en Estados Unidos, en 1958, con el título Curse of the demon), y el encargado de llevar el guión a la pantalla será Jacques Tourneur, con el siempre eficiente Dana Andrews como protagonista. El resultado es una de las grandes obras del género (para muchos, la mejor y más tenebrosa del realizador), pero que podía haber sido aún mejor si el productor Hal E. Chester (quien, al parecer, también metió mano en el guión) se hubiese estado quietecito y no hubiese obligado a Tourneur a visualizar la imagen del demonio al inicio y al final del film, lo cual le resta gran parte del misterio que tenían las grandes películas que el director realizó en Hollywood, a las órdenes de Val Lewton, en los años cuarenta.
A pesar de todo, el resto de la película siempre opta por insinuar antes que por mostrar, su desasosegante ambientación es de quitarse el sombrero, y varias de sus escenas, como la del protagonista perseguido por una misteriosa nube de humo a través del bosque, están en cualquier antología del cine de terror que se precie. Una lástima que el productor no estuviese a la altura del bueno de Val Lewton para haber conseguido una absoluta obra maestra.
Editada en DVD por 39 Escalones Films.
MUCHAS GRACIAS, MR. SCROOGE (1970) de Ronald Neame
Cuento de Navidad, de Charles Dickens, es probablemente uno de los textos literarios que más veces han sido llevados a la pantalla, acercándolo a la comedia o al terror, respetando la época que muestra o adaptándolo a nuestros tiempos, mediante la animación digital o, incluso, con los Teleñecos como protagonistas.
Desde que la vi siendo un enano, siempre le he tenido cariño a Muchas gracias, Mr. Scrooge (Scrooge), la versión musical dirigida por Ronald Neame. Antes la pasaban por televisión casi tanto (igual es imposible) como ¡Qué bello es vivir! (It´s a wonderful life!, 1946), la obra maestra de Frank Capra, pero ya hace años que se han olvidado de ella, así que no estaría mal recuperarla para estos días. En ella encontraréis buenas canciones, una ambientación espectacular -como suele ocurrir, por otra parte, en el cine británico-, el espíritu navideño acompañado de unas gotas de miedo, y las ganas, al terminar de verla, de ser un poquito mejores. Todo ello con las enormes presencias de dos monstruos como Alec Guinnes, en el papel del fantasma de Jacob Marley, y Albert Finney, dando vida al avaro Ebenezer Scrooge.
Editada en DVD por Paramount.
¡FELIZ NAVIDAD PARA TODOS!
DÍAS DE VINO Y ROSAS (1962) de Blake Edwards
Otro que se nos va. El miércoles 15 de diciembre fallecía, a los 88 años, el cineasta Blake Edwards, el artífice de Desayuno con diamantes (Breakfast at Tiffany´s, 1961), una de las películas más famosas de la historia, uno de esos films que, como Casablanca o Lo que el viento se llevó, van más allá de su calidad cinematográfica para convertirse en iconos de la cultura popular, una mítica dulcificación de la magistral novela de Truman Capote: Audrey Hepburn, Moon River, un gato bajo la lluvia…
A Edwards se le ha considerado ante todo como uno de los grandes de la comedia. Particularmente, tanto la serie de la pantera rosa como El guateque (The party, 1968), con Peter Sellers, me parecen muy sobrevaloradas, y suelo encontrar lo mejor de su cine en otros géneros: además de Desayuno con diamantes, el magnífico y no muy conocido policiaco Chantaje contra una mujer (Experiment in terror, 1962), el fallido pero atractivo western crepuscular a lo Peckinpah Dos hombres contra el Oeste (Wild Rovers, 1971) y, sobre todo, Días de vino y rosas (Days of wine and roses), posiblemente su film más perfecto y la mejor radiografía que nos ha dado el cine sobre el mundo del alcoholismo.
Extraordinario guión de J. P. Miller, música del habitual Henry Mancini y canción principal escrita por el gran Johnny Mercer, y unas interpretaciones deslumbrantes de Jack Lemmon y Lee Remick (ambos, candidatos al Oscar) para contarnos la historia de un matrimonio de alcohólicos cuya vida se va poco a poco por el desagüe. Extrema y sin concesiones, con momentos en los que casi puede olerse el whisky y sentirse la desesperación de los dos personajes y su paulatina degradación, la película culmina con uno de esos momentos que ponen la piel de gallina: la despedida de Kirsten, ante un casi rehabilitado Joe, tras confesarle que se ve incapaz de dejar de beber. Él la verá, a través de una ventana de su nuevo piso, alejarse en la noche por una calle desierta, mientras en el vidrio se refleja el cartel luminoso de un bar. Fin.
Editada en DVD por Warner.
LAS TRES DAMAS MISTERIOSAS de Pere Gimferrer
En este texto, incluido en la antología poética y narrativa Noche en el Ritz (1996), Pere Gimferrer recuerda a tres de los más fascinantes personajes femeninos que nos ha dejado el cine y a las actrices que les dieron vida. Ellas son Gene Tierney en Laura (1944) de Otto Preminger, Kim Novak en De entre los muertos (Vertigo, 1958) de Alfred Hitchcock, y Ava Gardner en La condesa descalza (The barefoot contessa, 1954) de Joseph Leo Mankiewicz.
LAS TRES DAMAS MISTERIOSAS
Todo está oscuro. El cine ¿no es el arte de la imagen? Una pantalla negra, una pantalla en tinieblas, niega la imagen. O quizá, a veces, también puede anunciarla.
La pantalla está a oscuras de la misma manera que la memoria prepara la venida de las imágenes del recuerdo. Y esta voz, en la negrura de la sábana de la pantalla, nos habla de un verano lejano, del bochorno de aquel verano, cuando murió aquella mujer. Ahora sí que todo puede empezar; ahora sí que ha sido pronunciado el nombre que abrirá el cerrojo pesadísimo, tenebroso y áureo del recuerdo. Podremos ver la pesadez encortinada de los salones y de las estancias, y los cuartos de baño de mármol negro, y las cenas en las terrazas bajo las estrellas que aclaran el relampagueo de la calígine. Podremos ver el reloj de pared, y el péndulo grave y ceremonioso como la guadaña del Tiempo.
Podremos ver el retrato de Laura, que murió en aquel verano tan ardiente. Esos ojos nos miran. Laura no está muerta; Laura vuelve del reino de los muertos, en el cuerpo y en los ojos y en la voz de Gene Tierney.
He aquí otra historia que comienza. La pantalla no está oscura; al contrario, está toda llena del rostro de una mujer, o, más exactamente, de una parte del rostro. No podemos llegar a discernir las facciones, pero hay un ojo que nos mira; todos nosotros somos ojos mirando a un ojo, como si la pantalla fuese un espejo retador. ¿El cine está hecho para mirar, el cine está hecho para que nos miren? Desde el fondo del ojo, nace una espiral. Y cuando pasen los minutos de proyección y veamos por primera vez a aquella mujer, sentiremos que hemos entrado dentro de la espiral, como el nauclero del relato de Poe, que bajaba hasta el fondo horripilante y exaltador de un remolino oceánico. Nada de turbión ni de viento mistral: claridad luciferina, tapizados rojizos, música suave. Un restaurante de lujo puede ser una metáfora del país de los muertos. Nosotros, espectadores, miramos cómo un hombre mira a una mujer; de lejos, pero sin perderla de vista. Ahora, ella se levanta de la mesa y pasa con un roce rápido y leve, el pelo rubio recogido en un moño en la nuca. ¿Una mujer muerta, una mujer viva? Para entrar en la espiral, basta con mirar, en la fastuosidad rojiza de un restaurante nocturno, los ojos de esfinge de una mujer que pasa. Es Kim Novak, en Vértigo.
La mañana se ha alzado desapacible e impía. La lluvia es insidiosa y regular; tiene la claridad de bronce grisáceo de un escudo que oscurece el mundo. En el cementerio, hay estatuas solemnes y barrocas: la muerte como teatro. Simulacros del recuerdo, sólo. El otro recuerdo, el más profundo, lo podréis ver en la mente de este hombre. Un hombre como cualquier otro, quizá más flaco, quizá con un pliegue más amargo en sus labios: Humphrey Bogart. También él verá ahora la vida y la muerte de una mujer en la memoria herida y destrozada. ¿Estatuas? Hay algo de estatua, de esfinge imperial, en esta «condesa descalza», en esta condesa con los pies desnudos que tiene resplandor de mármol y de cobre de Ava Gardner. Es así como el cine, como Orfeo, reclama, una y otra vez, las imágenes perdidas en Eurídice, que vive ya en comarcas más lejanas. Las imágenes que triunfan de la muerte.
Publicado por Anagrama.
ESPERA A LA PRIMAVERA, BANDINI de John Fante
De entre los numerosos escritores desconocidos u olvidados que son recuperados por las editoriales y elevados a la categoría de autores de culto, uno de los verdaderamente grandes es el estadounidense John Fante, novelista, cuentista y, como tantos otros genios de la literatura norteamericana, ocasional guionista: adaptó su propia novela Llenos de vida (Full of life, 1952) para la película de igual título de Richard Quine, y colaboró en el guión de La gata negra (Walk on the wild side, 1962) de Edward Dmytryk, un film que lo tenía todo para haber sido realmente bueno pero en el que lo único de veras destacable son los títulos de crédito de, una vez más, Saul Bass.
Mi novela preferida de Fante es Espera a la primavera, Bandini (Wait until spring, Bandini, 1938) -llevada al cine en 1989 por un tal Dominique Deruddere, que podría haberse ahorrado la molestia-, que abre la tetralogía protagonizada por el álter ego del autor Arturo Bandini, completada por Pregúntale al polvo (Ask the dust, 1939) -el, otras veces, magnífico guionista Robert Towne escribió y dirigió (por decir algo) la adaptación cinematográfica de 2006 interpretada (por decir algo 2ª parte) por el infumable Colin Farrell, y que aquí se tituló Pregúntale al viento (al parecer la palabra «polvo» molestaba)-, Sueños de Bunker Hill (Dreams from Bunker Hill, 1982) y Camino de Los Ángeles (The road to Los Angeles, 1985), que en realidad fue la primera que escribió.
La novela, situada en la época de la Gran Depresión, nos cuenta las andanzas, en el marco de una familia de emigrantes italianos, de un casi adolescente Arturo, sus travesuras y su carácter rebelde, su primer enamoramiento en la escuela, su convivencia con una madre fervientemente católica y con un padre, albañil sin demasiado trabajo, aficionado al juego, el vino y las mujeres, que deja su hogar para irse a vivir con una viuda rica…Tierna y divertidísima, pero con un poso de tristeza, escrita con una prosa sencilla que parece al alcance de cualquiera, y que, precisamente, suele ser la mejor y más difícil de conseguir, Espera a la primavera, Bandini participa de una doble temática presente en buena parte de la mejor narrativa estadounidense: la cara menos feliz del sueño americano y los problemas e inquietudes del mundo adolescente.
«El aire frío le humedeció los ojos. Eran castaños, eran dulces, eran ojos de mujer. Le había quitado los ojos a su madre al nacer, ya que después del nacimiento de Svevo Bandini, la madre no había sido ya la misma, achacosa siempre, siempre con expresión de enferma después del parto, hasta que murió, y a Svevo le tocó tener ojos castaños y dulces.
Setenta kilos pesaba Svevo Bandini y tenía un hijo llamado Arturo que disfrutaba acariciándole los hombros musculosos y palpándole las culebras que le corrían por dentro. Era hombre apuesto Svevo Bandini, todo músculo, y su mujer, que se llamaba Maria, en cuanto pensaba en los músculos de los riñones del marido, el cuerpo y el espíritu se le derretían cual nieve de primavera. Era muy blanca esta Maria y mirarla era verla a través de una finísima capa de aceite de oliva.
Dio cane. Dio cane. Quiere decir que Dios es un perro y Svevo se lo decía a la nieve. ¿Por qué habría perdido diez dólares aquella noche en una partida de póquer en los Billares Imperial? Era muy pobre y tenía tres hijos, y no había pagado los macarrones, ni la casa en que estaban los tres hijos y los macarrones. Dios es un perro.»
Traducción de Antonio-Prometeo Moya.
Publicada por Anagrama.
RUFUFÚ (1958) de Mario Monicelli
El pasado 29 de noviembre el cineasta italiano Mario Monicelli decidió que la comedia había terminado y, a los 89 años, enfermo de cáncer de próstata, se tiró por una ventana del hospital donde estaba ingresado.
La mejor manera de recordarle es volviendo a ver su obra maestra Rufufú (I soliti ignoti), la historia de un atraco servida por la banda más inepta y divertida del cine, una sucesión de escenas desternillantes a cargo de, entre otros, Marcello Mastroianni, Vittorio Gassman, Totò y el inolvidable Carlo Pisacane en el papel del anciano Capannelle. Y de propina, Claudia Cardinale. Una de las mejores comedias de todos los tiempos (quizás la película con la que más me he reído) a la que en nuestro país alguien, a saber en qué estado, decidió titularla así recordando el magnífico film de Jules Dassin Rififí (Du rififi chez les hommes, 1955), otra crónica de un atraco pero, esta vez, muy en serio.
El atraco, todo un éxito: potaje de garbanzos
Editada en DVD por SAV.