Archive for enero 2011|Monthly archive page
EL CONFIDENTE (1973) de Peter Yates
El día 9 de este mismo mes nos dejaba el cineasta norteamericano Peter Yates, recordado sobre todo por ser el realizador de Bullitt (1968) y de su persecución de coches por las calles de San Francisco.
Lejos de la espectacularidad del film protagonizado por Steve McQueen se encuentra mi película preferida de Yates, El confidente (The Friends of Eddie Coyle), basada en la excepcional novela de George V. Higgins y que podría opositar sin problemas al policiaco más austero de la historia del cine. En la trama de El confidente están la policía, los traficantes de armas y los atracadores de bancos de turno, pero en sus casi dos horas apenas hay dos o tres disparos y un par de muertos, lo imprescindible para un film en el que, sobre todo, se habla mucho y bien. En la mayor parte de sus escenas encontramos a dos personajes diciendo unos diálogos magníficamente escritos, que otorgan al film una sensación de realidad como pocas veces en el género, reforzada por unos actores que nunca buscan parecerlo y por una fotografía fría y oscura. En El confidente no hay héroes ni grandes villanos, ni grandes gestos de cara a la galería, sólo unos personajes que se buscan la vida como pueden, que hacen lo que tienen que hacer sin mirar a los lados, sin preocuparse por lo que pueda ocurrirle al vecino, y mañana será otro día.
Mención aparte, cómo no, para el grande entre los grandes Robert Mitchum, en un papel muy alejado de los que nos tiene acostumbrados. Su Eddie Doyle es la cruda imagen del perdedor, un patético traficante de armas que se ve obligado a convertirse en chivato de la policía para evitar ir a la cárcel y que acaba siendo manipulado y traicionado por todos. Su mirada es la viva nostalgia de otros tiempos, y su presencia, como siempre, una razón más que suficiente para la visita.
Editada en DVD por Paramount.
VAMPIROS EN LA HABANA (1985) de Juan Padrón
Juan Padrón es un dibujante, guionista y director cubano de películas de animación, habitual colaborador del gran Quino, el creador de Mafalda. Entre sus films, que poco tienen que ver con la animación que nos llega de Japón o Estados Unidos, el más conocido es Vampiros en La Habana, una de esas obras de culto que van ganando poco a poco prestigio gracias, sobre todo, al boca-oreja de los esforzados cinéfilos, y que tuvo su continuación en Más vampiros en La Habana (2003), también divertida pero que, desgraciadamente, no pudo mantener el mismo nivel.
El hijo de Drácula, científico y vampiro exiliado en La Habana, consigue tras muchos fracasos crear el Vampisol, una bebida gracias a la cual los vampiros serán inmunes a los rayos solares. Su creador pretende que sus congéneres disfruten gratuitamente del descubrimiento, pero los dos grandes grupos del vampirismo capitalista no están dispuestos a consentirlo. La plana mayor de los vampiros europeos y la mafia chupasangre de Chicago, la Capa Nostra, se trasladan a La Habana para hacerse con la fórmula que les hará millonarios y, de paso, darse de tortas.
Película artesanal y sin pretensiones, con una clara lectura política en la que nadie sale bien parado, Vampiros en La Habana nos proporciona una cuantas carcajadas a los que gustamos del humor absurdo, de la tontería por la tontería, a los que aún seguimos tronchándonos con los viejos tebeos de Mortadelo y Filemón.
Editada en DVD por Impulso (Grandes joyas del cine cubano).
TODOS LOS ÁRBOLES ESTÁN DESNUDOS de Sam Shepard
El último relato de la colección El gran sueño del paraíso (Great dream of heaven, 2002), titulado Todos los árboles están desnudos, es un buen ejemplo de la narrativa de Sam Shepard: breves escenas, situaciones cotidianas, retratos de la vida de los norteamericanos en los que, entre líneas, adivinamos mucho más de lo que nos dicen las palabras, abiertas a diferentes interpretaciones.
En este relato en concreto, asistimos al diálogo anodino y sin mucho sentido que mantiene una pareja, a través del cual, y gracias sobre todo a la última frase del narrador, vislumbramos el aburrimiento, la falta de comunicación, y el recuerdo de momentos pasados en los que los árboles estaban poblados de hojas. El relato tiene además para mí un encanto especial, ya que la conversación gira en torno al film El tercer hombre (The third man, 1949) de Carol Reed y, en especial, al plano que cierra la película, uno de los más hermosos del cine: Joseph Cotten espera en el camino a Alida Valli, espera su última oportunidad, ella pasa de largo sin mirarle, y todos los árboles están desnudos.
«Sale de la habitación, bostezando y estirándose. Aprieto el mando y la televisión se apaga y se queda negra. Miro el camino por el que se ha alejado. El cielo se ilumina con relámpagos intermitentes a través de los grandes ventanales. Puedo ver el río tan claramente como si fuera de día. Se oyen truenos a lo lejos, en el valle. Huele a lluvia y a pescado. Los perros rascan la puerta delantera. Son cobardes cuando se trata de truenos. ¿Cuánto hace que la besé por primera vez y quién pretendía ser?»
Traducción de Eugènia Broggi.
Publicado por Anagrama.
CARTA BREVE PARA UN LARGO ADIÓS de Peter Handke
La pasión por el cine del dramaturgo y novelista austriaco Peter Handke ha quedado reflejada sobre todo en sus colaboraciones como guionista, a veces de sus propias obras, con Wim Wenders y en sus propias incursiones como cineasta. Pero esa pasión también se ha puesto de manifiesto en algunas de sus novelas.
En Carta breve para un largo adiós (Der kurze brief zum langen abschied, 1972), crónica de un viaje a través de los Estados Unidos a la vez que del viaje interior del protagonista, Handke no sólo introduce continuas referencias cinematográficas, sino que llega a presentarnos al mismísimo John Ford como personaje, como símbolo de la cultura norteamericana que atrae al novelista. Un guiño a los lectores cinéfilos y una razón más para conocer esta formidable novela.
«-Me gustaría estar siempre con alguien -dijo John Ford-, y me gustaría también marcharme siempre el último de una reunión, porque no quiero que ninguno de los que se quedan me critique, y quiero impedir también que se critique a los que se marchan. Así he rodado también mis películas.»
Traducción de Miguel Sáenz.
Publicada por Alianza Editorial.
Recordando a Patricia Highsmith
Patricia Highsmith habría cumplido hoy 90 años. La verdad es que uno no se imagina a una escritora alcohólica, lesbiana, misántropa (como muchos de sus personajes) y siempre marcada por sus escandalosas opiniones recogiendo el Nobel de Literatura, lo cual no es excusa para otra más de las grandes injusticias de la Academia Sueca, y ahí están sus mejores novelas para recordárnoslo: El cuchillo (The blunderer, 1954), Mar de fondo (Deep water, 1957), Ese dulce mal (This sweet sickness, 1960), o las cinco protagonizadas por Tom Ripley, entre muchas otras. Novelas criminales que forman parte de la mejor literatura del pasado siglo, en las que la policía o el detective de turno no encuentran su espacio, en las que el protagonista es la víctima, el sospechoso o el asesino, impresionantes retratos de las zonas más oscuras de -como diría André Malraux- la condición humana. Sólo Simenon, jugando en la misma liga, estuvo a su altura.
Como ha ocurrido con tantos otros autores estadounidenses, fue en Europa donde antes se la reconoció como la gran escritora que era y, a excepción de la adaptación de 1951 que realizó Alfred Hitchcock de su primera novela Extraños en un tren (Strangers on a train, 1950), donde sus obras mejor han sido llevadas al cine, de la mano de algunos grandes como René Clément, Wim Wenders o Claude Chabrol.
Aquí os dejo un fragmento, en la traducción de Marta Sánchez Martín, de Mar de fondo. A día de hoy, quizás sea mi novela preferida de la Highsmith; mañana, afortunadamente, podría ser cualquier otra.
«Echó a andar con paso alegre -el trayecto hasta el coche del policía, al final del camino de entrada, le pareció interminable- y empezó a sentirse libre y eufórico, y también inocente. Miró a Wilson, que caminaba a su lado, todavía recitando tediosamente su información, y, con aire sereno y feliz, Vic siguió contemplando el movimiento de la mandíbula de Wilson, pensando en la multitud de gente como él que había en el mundo, quizá la mitad de la gente que había en el mundo era de su especie, o potencialmente de su especie. Y pensó que no estaba nada mal abandonarlos a todos ellos. Los pájaros feos sin alas. Los mediocres que perpetuaban la mediocridad, que realmente luchaban y morían por ella. Se sonrió ante la mueca de Wilson, ante la mueca resentida y el rostro que parecía decir «el mundo me debe una vida», y que era el reflejo de la mente estrecha y embotada que se escondía detrás. Y Vic maldijo aquella mente y todo lo que representaba. En silencio y con una sonrisa, y con todo lo que quedaba de él, la maldijo.»
Patricia Highsmith
(Fort Worth, Texas, 19 de enero de 1921 – Locarno, Suiza, 4 de febrero de 1995)
LÍNEA DE SOMBRA de Manuel Rivas
Línea de sombra es el primer poema de la magnífica miscelánea de relatos y poesía Un millón de vacas (1989), del autor gallego Manuel Rivas. Supongo que el título homenajea a su admirado Joseph Conrad y a su novela La línea de sombra (The shadow line, 1917). Aquí os lo dejo, traducido del gallego por Basilio Losada.
Línea de sombra
Mai, tú sabes que es un luchador,
no lo hagas volver sobre sus pasos.
Desde Bilbao y Brest llegaron cartas,
y de Hamburgo, Berlín y de Viena.
Iba por tierra
y se aseaba en los museos,
en los destrozados espejos de los museos.
Lo vieron mis amigos cruzar Europa.
Pasear algo pálido.
Se podría pasear y morir sobre los ríos.
Mai, sabes que es un luchador.
Volverá, volverá viejo.
Como quien tiene 30 años.
WARLOCK de Oakley Hall / EL HOMBRE DE LAS PISTOLAS DE ORO (1959) de Edward Dmytryk
En Warlock, Oakley Hall ha devuelto al mito de Tombstone su completa, mortal y sangrienta humanidad. Warlock es una de las mejores novelas americanas. (Thomas Pynchon)
A mis lecturas juveniles de Stevenson, Conrad, Poe o Ibáñez se unían, de vez en cuando, las novelas del Oeste de Marcial Lafuente Estefanía y de Silver Kane (quien luego resultó llamarse -decepción pasajera- Francisco González Ledesma, natural de Barcelona), que proporcionaban un rato de entretenimiento pero confirmaban que el western, el de verdad, era cosa del cine, y es que uno a esa edad aún no sabía que muchas de las grandes películas de indios y vaqueros eran adaptaciones literarias.
Más tarde llegarían los primeros westerns encuadernados acompañados de cierto prestigio: El bandido adolescente (1965) del exiliado Ramón J. Sender, sobre la figura de Billy el Niño; algunos relatos de O´Henry y de Bret Harte; La verdadera historia de la banda de Kelly (True history of the Kelly gang, 2000), que novelaba la vida del pistolero australiano Ned Kelly y que le valió a Peter Carey su segundo Premio Booker, o las impresionantes obras del gran Cormac McCarthy. Pero, a pesar de los buenos ratos, poco o nada encontraba yo en estas lecturas que me devolviera el imaginario cinematográfico de los Ford, Hawks o Wellman.
Y entonces llegó Warlock (1958) de un tal Oakley Hall. Y resultó que ya conocía la historia, o parte de ella, porque había visto la adaptación homónima de Edward Dmytryk, aquí titulada El hombre de las pistolas de oro, una buena, por momentos magnífica película, pero incapaz de mostrar ni por asomo toda la riqueza literaria del texto de Hall, porque en él sí se demuestra que toda la grandeza de los mejores films del género también puede aparecer escrita en un papel.
Alternando el narrador omnisciente con los fragmentos de un diario escrito por uno de los personajes, de nombre Henry Holmes Goodpasture, la novela nos cuenta la historia de la ciudad fronteriza de Warlock, refugio de asesinos, mineros, prostitutas, jugadores y ladrones de ganado, dominada por el cacique de turno y su banda. A ella llega el misterioso pistolero Clay Blaisdell, a quien los cobardes ciudadanos del lugar convencen para restablecer la ley, acompañado del aún más misterioso jugador y pendenciero Tom Morgan, personaje que se lleva varios de los mejores momentos de la novela. Comienza entonces el recuerdo de tantas visitas a ciudades como Tombstone o Wichita, de duelos a lo OK Corral, de personajes complejos a medio camino entre la realidad y la ficción, de situaciones y diálogos que hablan del fin de una época y de la leyenda que lleva consigo y que encontrarían su máxima expresión cinematográfica en El hombre que mató a Liberty Valance (The man who shot Liberty Valance, 1962) de John Ford, el film que mejor refleja, mejor incluso que la adaptación de Dmytryk, el universo de esta novela. Y ese recuerdo nos llega de la mano de una narrativa tan brillante que resiste pocas comparaciones y que consigue que deseemos no terminar nunca las casi 700 páginas de esta obra maestra imprescindible.
«En un reciente volumen de memorias del Oeste, observo que se trata a Blaisdell más como un héroe seminovelesco que como un hombre de carne y hueso. Pero sí era un hombre: yo, que lo he visto comer y beber, respirar y sangrar, puedo atestiguarlo. Y a pesar de las ficciones de Bane y demás ralea, no han existido muchos como él, ni como Morgan, McQuown, o John Gannon.
Pero a veces, recordando la historia de aquellos hombres que te contaba cuando eras pequeño, pienso, como quizá pienses tú mismo, si no soy yo también un fabulador, con una imaginación tan desbocada como la de Bane, o si no he llegado poco a poco a estilizar y simplificar en mi memoria (¡como suelen hacer los viejos!) aquellos sucesos, glorificando a su capricho a esas personas, y tratando de conferirles una talla sobrehumana.
Exclamo con dolor que no es así, y al mismo tiempo llego a dudar de mí mismo. Pero he llevado un diario a lo largo de todos estos años, y aunque la tinta se ha vuelto borrosa en sus amarillentas páginas, aún es legible en su totalidad. Un día de éstos, si tienes un interés mayor que el de hacer valer tus argumentos frente a un compañero de clase, esas páginas serán tuyas.
Ahora que tu carta me ha traído a la memoria a todas aquellas personas y aquellos años, deseo vivamente que no me falten tiempo y facultades para dar cuerpo a mis diarios y convertirlos en la Verdadera Historia de Warlock, en todas sus ramificaciones, antes de que el nombre de Blaisdell, y el de otros hombres y mujeres, así como el de la ciudad en que vivieron, se pierdan para siempre…».
Traducción de Benito Gómez Ibáñez.
Publicada por Galaxia Gutenberg.