Archive for marzo 2011|Monthly archive page

Adiós a Farley Granger

El pasado domingo 27 nos dejaba, a los 85 años, el actor Farley Granger. A diferencia de lo ocurrido con el fallecimiento de Liz Taylor, los medios de comunicación apenas se han hecho eco de su desaparición, cosas de la fama y de eso que llaman glamour. Nunca me pareció un gran actor, pero varios de los grandes contaron con él para sus películas, así que al César lo que es del César.

        Aquí lo recuerdo junto a James Stewart y John Dall en La soga (Rope, 1948) de Alfred Hitchcock, con Cathy O´Donnell en Los amantes de la noche (They live by night, 1949) de Nicholas Ray, frente a Robert Walker en Extraños en un tren (Strangers on a train, 1951), también de Hitchcock, y enamorando y engañando a Alida Valli en Senso (1954) de Luchino Visconti. Palabras mayores.

                                         Farley Granger

    (San José, California, 1 de julio de 1925 – Nueva York, 27 de marzo de 2011)

CLAUDIA EN LA BIBLIOTECA de Andrés Neuman

A sus treinta y cuatro años, el novelista, cuentista y poeta Andrés Neuman es ya uno de los grandes escritores de nuestra lengua. Uno de los numerosos premios que ha recibido es el Hiperión de Poesía del año 2002, por el libro titulado El tobogán. Aquí os dejo uno de sus poemas, dedicado al también joven poeta cordobés Rafael Espejo.

CLAUDIA EN LA BIBLIOTECA

                            Para Rafael Espejo

Rebuscas en los libros

con un extraño afán de jardinera.

Delicada y ansiosa, de perfil me pareces

distinta cuando curvas las rodillas

y se tensan tus muslos

debajo del vaquero. Muerte lenta

contemplar, sin tocado,

el pequeño tatuaje en tu cintura.

Será mejor sufrir que describir los pechos:

¿quién se atreve a cruzar los toboganes

que unen la palabra con su tema?

Así que huyo

y finjo distracción.

Si volvieras la vista a quien te escribe

desaparecerías, y es demasiado pronto.

Sigue leyendo, Claudia.

Haces bien en amarte.

LA NOCHE DEL CAZADOR de Davis Grubb

La noche del cazador (The night of the hunter, 1955), la única película que dirigió el gran Charles Laughton, apenas necesita ya presentación. Hace muchos años que ocupa un lugar de privilegio en las listas de las mejores de la historia y que se la reconoce como una película única, que no se parece a ninguna otra, que crea prácticamente un nuevo género al que sólo ella pertenece y que, por más veces que se vea, sigue provocando sorpresa e incluso cierto desconcierto. Para darnos cuenta por completo del talento de Laughton y de lo alucinantes e inusuales que son las imágenes que creó basta con ver la versión que dirigió un tal David Greene para la televisión, estrenada en 1991 y con Richard Chamberlain como protagonista: las comparaciones nunca han resultado tan odiosas como en esta ocasión. Por mi parte, se pueden contar con los dedos de una mano las películas que me gustan tanto como ésta. 

        La novela en la que está basada, escrita por Davis Grubb y publicada en 1953, no es ni mucho menos tan conocida como el film, a pesar de que en ella encontramos de manera igualmente extraordinaria todo lo que Laughton puso en escena, la misma magia y la misma ambigüedad, con algunos aspectos, como la sexualidad de las mujeres y el pecado que lleva consigo a ojos del Predicador, expuestos de una forma que el cine de la época no permitía. Sólo por la creación de un personaje como Harry Powell, quizá una versión diabólica y distorsionada de otros predicadores de la narrativa norteamericana creados por Sinclair Lewis, Erskine Caldwell o Flannery O´Connor, Davis Grubb merece un puesto de honor en la literatura.

        Aquí os dejo algunos fragmentos de la novela, acompañados por las imágenes correspondientes de la película. Dos lujos.

        «Hizo una pausa, para escuchar qué hacía Harry, y luego pensó: Pero todavía no es suficiente. Debo sufrir aún más, y eso es lo que él está preparándome: la última y definitiva penitencia; después quedaré limpia.

        ¡Alabado sea Dios!, esclamó ella mientra Harry bajaba la persiana; y luego, después que la pagana luna desapareció, algo chasqueó y sonó ligeramente al abrirse, y Willa escuchó el veloz e impetuoso murmullo de los pies descalzos de Harry en el suelo al atravesar la oscuridad para ir a la cama, y pensó: Es una especie de navaja de afeitar. ¡Supe lo que era la primera noche!»

        «Allí fue donde lo vi, Bess. En el fondo del agua. ¡El viejo Ford T de Ben Harper con ella dentro…! ¡Que Dios me proteja…! ¡Con ella dentro…! Sentada allí con un vestido blanco y mirándome a los ojos, con una enorme raja bajo la barbilla tan nítida como las agallas de un siluro… ¡Oh, Dios Todopoderoso…! Y su pelo ondeaba suave y perezosamente como la hierba en un prado inundado por las aguas. ¡Willa harper, Bess! ¡Era ella! Allá abajo, en la poza profunda, dentro de aquel viejo Ford T, con los ojos muy abiertos y una raja en la garganta como si tuviera una boca extra. ¿Me oyes, Bess? ¿Estás escuchando, mujer? ¡Dulce Jesús, sálvanos!»

        «¡Descansar, descansar! ¡A salvo de todo mal!

        ¡Descansar, descansar! ¡Descansar en los brazos eternos!

        John contuvo la respiración para escuchar mejor, luego espiró rápidamente y volvió a aspirar, y a contener la respiración, a fin de escuchar de nuevo, con los ojos escocidos y cansados de mirar el halo luminoso de la luna, dispuesto a no dejar pasar el más mínimo movimiento en la vasta llanura que se extendía entre el granero y el río. Se oía con tanta claridad y nitidez como si la vocecita estuviera en la montaña de heno bajo su codo, y, de repente, John lo vio a lo lejos, en la carretera; surgió de pronto por detrás de un alto ciclamor como a medio kilómetro de distancia: un hombre montado en un gran caballo, que avanzaba a paso lento y con una horrible y laboriosa parsimonia por el liviano polvo del camino del río.»

        «El Predicador se enjugó con el dorso de la mano las lágrimas que surcaban sus curtidas mejillas. Fue entonces cuando Rachel vio las letras tatuadas formando la palabra ODIO y se estremeció, y en las alacenas oscuras de su mente se agolparon las advertencias del viejo sentido común, que chillaban como ratones asustados. Él se dio cuenta de su mirada despavorida, e inmediatamente comenzó a explicarse. Lo escuchó impasible mientras la voz cada vez más fuerte del Predicador describía la guerra entre el bien y el mal en el interior del corazón humano y sus nudillos crujieron y chirriaron al entrelazar las manos y los dedos se enroscaron y lucharon.

        Soy un hombre de Dios, dijo al fin.»

                        Traducción de Juan Antonio Molina Foix.

                        Publicada por Anagrama.

EL DÍA DE MAÑANA de Julio Llamazares

El último libro del escritor leonés Julio Llamazares es una recopilación de relatos titulada Tanta pasión para nada (2011). Al final del libro encontramos una pequeña fábula que seguramente no hará ninguna gracia a los vendedores de planes de pensiones, pero a mí, que por suerte o por desgracia no me preocupo mucho de esas cosas, me ha gustado, así que aquí os la dejo.

EL DÍA DE MAÑANA (Una fábula)

        Mis padres se pasaron la vida pensando en el día de mañana. Tú piensa en el día de mañana; tú ahorra para el día de mañana, me decían. Pero el día de mañana no llegaba. Pasaban los meses y los años y el día de mañana no llegaba.

        Hoy, de hecho, mis padres ya están muertos y el día de mañana aún no ha llegado.

Adiós a Liz Taylor

Ayer falleció a los 79 años Elizabeth Taylor. Repasando su filmografía, creo que su talento y su presencia estuvo por encima de casi todas las películas que protagonizó. Aquí la recuerdo en mis cuatro preferidas: Un lugar en el sol (A place in the sun, 1951) de George Stevens, Ivanhoe (1952) de Richard Thorpe, De repente, el último verano (Suddenly, last summer, 1959) y Cleopatra (1963), ambas dirigidas por Joseph Leo Mankiewicz.

       

                                       Elizabeth Rosemond Taylor

       (Londres, 27 de febrero de 1932 – Los Angeles, 23 de marzo de 2011)

CUANDO PASAN LAS CIGÜEÑAS (1957) de Mikhail Kalatozov

Aunque pueda parecer mentira, el cine de Orson Welles ha sido tachado a menudo de pura pirotecnia exhibicionista y vacía de contenido, de tomar como excusa la historia que nos cuenta para entregarse al culto del más difícil todavía. Si bien es cierto que Welles siempre buscó -y así lo afirma en varias entrevistas- explotar al máximo las posibilidades del lenguaje cinematográfico, a mí no me cabe duda no sólo de que siempre las puso al servicio de lo que quería contar, sino que en los personajes que habitan sus películas radica gran parte de la fuerza de su cine y que muchas de las mejores escenas que filmó les pertenecen enteramente a ellos, a sus palabras, sus silencios y sus miradas.

        Si pongo como ejemplo a Welles es porque el cine del mucho menos conocido Mikhail Kalatozov es susceptible de recibir las mismas críticas, y buena muestra de ello es Cuando pasan las cigüeñas (Letyat zhuravli) -como este país is different pa to, las grullas del título original se convirtieron en cigüeñas a su paso por España-, la maravillosa historia de amor entre Veronica y Boris, los dos amantes que han de separarse al alistarse Boris como voluntario para ir al frente.

        Kalatozov nos muestra esta triste y romántica historia a través de una sucesión de planos, escenas y secuencias enteras de una increíble belleza visual, que en ocasiones posiblemente hagan que el drama nos resulte menos cercano y no nos emocione tanto como debería, distraídos por la exuberancia de las imágenes, pero que en absoluto son meras fotografías en las que recrear la vista: todos y cada uno de esos momentos nos cuentan algo sobre los personajes y contribuyen a la principal finalidad de que la historia avance. Junto a ellos, el rostro que domina toda la película y del que la cámara se enamora, el de la actriz Tatiana Samoilova. Kalatozov es consciente de que esta historia le pertenece a ella, y sabe entregarle el film y reposarlo en cada uno de sus primeros planos, en su expresión al ver destruída su casa tras el bombardeo en el que mueren sus padres, en su soledad entre la alegre multitud que recibe a los soldados que vuelven del frente, mientras reparte entre los supervivientes las flores que estaban destinadas a Boris.

        Quizá esta película sería aún más impresionante si Kalatozov hubiese alcanzado una mayor comunión entre su riqueza formal y la emoción que nos transmite, pero si el cine es, entre otras cosas, un espectáculo visual, Cuando pasan las cigüeñas es una parada imprescindible.

                   Editada en DVD por Divisa.

EN MI OFICIO U HOSCO ARTE de Dylan Thomas

Fallecido a los 39 años víctima del alcoholismo, el galés Dylan Thomas es una de las figuras literarias más legendarias del pasado siglo. Junto a su poesía, posiblemente la parte más popular de su obra, nos dejó también unos cuantos magníficos cuentos, reunidos algunos de ellos bajo el título Retrato del artista cachorro (Portrait of an artist as a young dog, 1940), inspirándose en la novela de Joyce Retrato del artista adolescente (Portrait of an artist as a young man, 1916). Como curiosidad, parece ser que Bob Dylan, que en realidad se llama Robert Allen Zimmerman, adoptó su nombre en señal de admiración.

        Aquí os dejo el poema En mi oficio u hosco arte (In my craft or sullen art), toda una declaración de intenciones acerca de su poesía.  

EN MI OFICIO U HOSCO ARTE

En mi oficio u hosco arte

ejercido en la noche en calma

cuando sólo rabia la luna

y los amantes descansan

con sus penas en los brazos,

trabajo a la luz cantora

no por ambición ni pan

lucimientos o simpatías

en los escenarios de marfil

sino por el común salario

de su recóndito corazón.

No para los soberbios aparte

de la rabiosa luna escribo

en estas páginas rociadas

por las espumas del mar

ni para los encumbrados muertos

y sus ruiseñores y salmos

sino para los amantes, sus brazos

abarcando las penas de los siglos,

que no elogian ni pagan ni

hacen caso de mi oficio o arte.

                             Traducción de Esteban Pujols.

ADIÓS de Claudio Rodríguez

ADIÓS

Cualquier cosa valiera por mi vida

esta tarde. Cualquier cosa pequeña

si alguna hay. Martirio me es el ruido

sereno, sin escrúpulos, sin vuelta

de tu zapato bajo. ¿Qué victorias

busca el que ama? ¿Por qué son tan

derechas estas calles? Ni miro atrás ni puedo

perderte ya de vista. Esta es la tierra

del escarmiento: hasta los amigos

dan mala información. Mi boca besa

lo que muere, y lo acepta. Y la piel misma

del labio es la del viento. Adiós. Es útil

norma este suceso, dicen. Queda

tú con las cosas nuestras, tú, que puedes,

que yo me iré donde la noche quiera.

LA NOCHE DE LOS GIRASOLES (2006) de Jorge Sánchez Cabezudo

Un hombre llega a casa agotado tras haber pasado unos días fuera, saluda fríamente a su esposa y se sienta ante el televisor hasta quedarse plácidamente dormido. Es el viajante de comercio que ha intentado violar a una mujer, que ha provocado indirectamente el asesinato de un hombre y que ha conseguido sacar a la luz los instintos más primarios de los personajes implicados en el drama y alterar para siempre sus vidas. Y todo ello sin enterarse ni recibir ningún castigo.

        Esa escena final pone el broche de oro argumental y cinematográfico a La noche de los girasoles, la magnífica y sorprendente ópera prima escrita y dirigida por Jorge Sánchez Cabezudo, un dramático thriller coral en el que cada personaje adquiere su momento de protagonismo gracias a unos actores en estado de gracia (con Carmelo Gómez a la cabeza pero sin centrarse en su personaje) y a una estructura que, aunque no es novedosa (entre otros, la utilizaron Miguel Delibes y Mario Camus en Los santos inocentes), le sienta como un guante a la historia.

        Repleta de detalles en su puesta en escena, algunos de los cuales pueden escaparse en un primer visionado, y con unos diálogos que son de lo mejor del último cine español, La noche de los girasoles demuestra que aquí se pueden hacer grandes películas de género sin tener que recurrir a los esquemas del cine norteamericano reciente, ya de por sí generalmente desastrosos.

                     Editada en DVD por Cameo.

EL MERODEADOR (1951) de Joseph Losey

Para mí, The prowler siempre fue una película sobre los valores falsos, sobre los medios que justifican el fin y el fin que justifica los medios: «cien mil dólares, un Cadillac y una rubia» era el no va más de la vida americana de la época y poco importaba cómo se obtuvieran, quitándole la chica a otro hombre, robando o cobrando el precio de la corrupción. (Joseph Losey a Michel Ciment en Le livre de Losey, 1979)

El merodeador (The prowler) participa de la misma premisa argumental que otras obras norteamericanas del género negro mucho más conocidas: un hombre y una mujer se conocen y se hacen amantes, pero la mujer, faltaría más, está casada, y casualmente es el marido el que tiene la pasta, con lo cual el pobre hombre ya puede ir pidiendo cita para que le tomen las medidas. El tipo acaba inevitablemente en el hoyo, pero el destino, la fatalidad o las casualidades harán que los amantes tampoco se vayan de rositas.

        La novedad en el film de Losey es que aquí será el policía Webb (Van Heflin) quien planifique el asesinato para quedarse con la chica y el dinero, engañando a Susan (Evelyn Keyes): aprovechando que ella ha llamado a la policía para denunciar a un merodeador que la acosa (así se conocen), Webb organiza una puesta en escena para asesinar al marido haciéndolo pasar por un accidente. Susan no es la típica femme fatale que arrastra al amante a su perdición, sino otra víctima de la ambición de un perdedor que envidia la vida de otros y que encuentra de repente la posibilidad de conseguir todo lo que siempre ha ambicionado, valiéndose del amor y el sexo para ello. En su trágico final, provocado por un giro del destino que no ha previsto, no aparece en ningún momento la compasión o el arrepentimiento, y en la forma como lo filma Losey se nota su desprecio por el personaje. Webb aparece en escena por la denuncia contra un merodeador al que nunca vemos, y se convierte en el auténtico merodeador del título, en el mirón que vigila cualquier posibilidad de lograr lo que siempre ha deseado.

       Además de El merodeador, Losey estrenó en 1951, antes de verse obligado a exiliarse a Europa víctima de la caza de brujas en Hollywood, otras dos películas, también dentro del género negro: M, un remake del film de Fritz Lang que empieza muy bien pero se va desinflando, y The big night. El merodeador, para la que contó como ayudante de dirección con Robert Aldrich y como guionistas con Hugo Butler y Dalton Trumbo (éste sin acreditar), perseguidos ambos también por el macartismo, me parece la mejor de las tres y una de las joyas de una filmografía que demasiadas veces resulta decepcionante.