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SALIR A ROBAR CABALLOS de Per Petterson
Trond, un anciano de 67 años que comienza a tener sus achaques, se traslada a vivir con su perra Lyra a una cabaña cercana a la frontera entre Noruega y Suecia. Tiene por vecino a Lars, otro anciano solitario pocos años más joven. Mientras espera preocupado las primeras nieves y comienza a relacionarse con su vecino, rememora el verano que pasó en esa misma cabaña a los quince años: su amistad con Jon, con quien iba a cabalgar y a eso les gustaba llamarlo «salir a robar caballos»; el episodio en que Lars, su actual vecino, mató por accidente a su hermano gemelo al disparársele una escopeta; su alegría y su esfuerzo ayudando en las labores del campo y, sobre todo, la relación con un padre extraño, amante de la madre de Jon, colaborador de la resistencia contra los nazis, que tras ese verano se fue de casa para no volver jamás.
En Salir a robar caballos (Ut og stjaele hester, 2003), una de las mejores y más sensibles novelas que he leído en mucho tiempo, Per Petterson escribe sobre la memoria, sobre cómo ocurrieron o cómo recordamos los hechos que marcaron nuestra vida y, sin necesidad de mencionarlo, sólo a través de las palabras, los silencios y los actos de los personajes, sobre el aprendizaje de un niño y su paso a la edad adulta, y también, por qué no, sobre el conocimiento de un anciano de sí mismo a través de sus recuerdos.
«Cierro los ojos. De pronto me acuerdo de algo que he soñado esta noche. Es raro, no lo tenía presente al despertar, pero ahora me viene a la memoria con absoluta claridad. Estaba en un dormitorio con mi primera mujer, no era nuestro dormitorio, y teníamos mucho menos de cuarenta años, de eso estoy seguro, lo sentía en mi cuerpo. Acabábamos de hacer el amor, yo me había esmerado al máximo, y eso solía ser más que suficiente, o al menos eso creía. Ella yacía en la cama, y yo estaba de pie junto a la cómoda donde me veía entero en el espejo salvo por la cabeza, y en el sueño presentaba buen aspecto, mejor que en la realidad. De pronto ella echó el edredón a un lado y debajo estaba desnuda, y también presentaba buen aspecto, estaba espectacular, casi desconocida en realidad, y no parecía exactamente la misma con la que acababa de acostarme. Me dedicó una mirada que yo siempre había temido y dijo:
-Hombre, no eres más que uno de tantos. -Se incorporó, desnuda y pesada, tal como yo la conocía, y me produjo un asco que me subió hasta la garganta, y al mismo tiempo me invadió el pánico.
-No, nunca -grité, y luego rompí a llorar, porque siempre había sabido que aquel día iba a llegar tarde o temprano, y comprendí que lo que más me aterraba en el mundo era ser aquel del cuadro de Magritte que se mira a sí mismo en el espejo y solamente ve su propia nuca, una y otra vez.»
Traducción de Cristina Gómez Baggethun.
Publicada por Bruguera.
AMENAZA EN LA SOMBRA (1973) de Nicolas Roeg
El cineasta Nicolas Roeg, bastante olvidado a estas alturas, vivió su momento de gloria en los años 70 y 80, gracias especialmente a Amenaza en la sombra (Don´t Look Now), su película más popular, basada en una historia de Daphne du Maurier (la autora de Rebeca). Para hacernos una idea de hasta dónde llegó ese prestigio basta este dato: en la lista de las cien mejores películas de la historia confeccionada por la revista Time Out en 1989 a partir de las votaciones de profesionales del cine de todo el mundo, Amenaza en la sombra aparecía nada menos que en el puesto 27. La cosa puede sonarnos hoy a cachondeo, pero también nos da una idea de la novedad que supuso en su momento para el cine de terror y de su influencia posterior en el género.
Venecia es el lugar donde transcurre el grueso de la historia, una ciudad que se muestra gris y triste, misteriosa y decadente, un laberinto de canales y callejuelas y esquinas tras las que una pequeña figura con capa roja acecha dispuesta a rebanarte el gaznate, y vaya si lo hace. Aunque suene a tópico, un personaje más de la trama (ninguna película se rueda en una ciudad como Venecia porque sí). Hasta allí se traslada el matrimonio Baxter (tras la escena de arranque de la película, crucial en todo su desarrollo, en la que vemos a su hija, vestida con un chubasquero rojo, morir ahogada), ya que John (Donald Sutherland) ha de encargarse de la restauración de una iglesia. Mientras John realiza su trabajo y la misteriosa figura de rojo sigue con sus correrías nocturnas, Laura (Julie Christie) conoce a dos extrañas hermanas que dicen poder comunicarse con su hija muerta y que la advierten de un gran peligro…
A pesar de un par de escenas en las que la cámara lenta no aporta nada, de cierta influencia del giallo (es una coproducción británico- italiana) que no le sienta nada bien, y de algún que otro plano en el que Roeg quiere dejar clara su autoría de manera poco sutil, la historia es tan inteligente y desasosegante, y posee un final tan sorprendente, que no sólo te atrapa sin dificultad desde su inicio, sino que al poco tiempo deseas ya volver a verla. Un film de culto que no ha envejecido del todo bien en algunas de sus imágenes pero que en otras muchas sigue resultando fascinante y cuyo argumento mantiene intacto todo su atractivo.
Editada en DVD por NO .LIMITS .FILMS.
LA NOCHE QUE NO ACABA (2010) de Isaki Lacuesta
Los pasos dobles, la última película de Isaki Lacuesta, se estrenó el viernes en las salas y ayer recibió, no sin cierta polémica, la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián. Sin haberla visto aún, Lacuesta me parece uno de los cineastas que han hecho del documental un género tan atractivo como cualquier ficción, quizá el que goza de mayor salud en nuestro país.
La anterior película de Lacuesta, también presentada en San Sebastián, fue La noche que no acaba, basada en el libro de Marcos Ordóñez Beberse la vida: Ava Gardner en España (2004), un recuerdo de la actriz y la mujer que se enamoró de España desde el rodaje en Tossa de Mar de la magnífica y extraña Pandora y el holandés errante (Pandora and the Flying Dutchman, 1951) de Albert Lewin. A través de imágenes de archivo, de escenas de sus películas, de intervenciones de personas que la conocieron, y apoyándose en las voces de Ariadna Gil y Charo López, Lacuesta nos propone un diálogo entre una Ava joven y otra más madura, humanizándola pero sin perder de vista el mito, en un ejercicio que tiene mucho más de evocador que de narrativo. Una fiesta para quien guste de los buenos documentales, de Ava Gardner, del cine de otras épocas…
Estoy convencido de que la película me encantaría por sí misma, pero confieso que en esta ocasión -como en otras- hay una razón por la que se me hace aún más cercana. Hace un par de años, pasando unos días en Tossa de Mar, en uno de mis pinitos literarios escribí un breve relato titulado Los rostros de Ava. En él imaginaba que Pandora Reynolds y María Vargas, la protagonista de La condesa descalza (The Barefoot Contessa, 1954) -para mí, la mejor película de Ava Gardner y mi preferida de Mankiewicz, que no es decir poco-, eran la misma mujer, y que en realidad ambas eran la propia Ava. Al ver el documental, lógicamente, lo que escribí me venía una y otra vez a la cabeza. Y es que el cine, cuando hace buenas migas con una parte de nosotros, consigue pertenecernos todavía un poco más a todos.
LA VENTANA INDISCRETA de Cornell Woolrich / LA MIRADA INDISCRETA de Georges Simenon
La literatura de Cornell Woolrich, más conocido por el seudónimo de William Irish, ha sido un filón para el cine. Entre la interminable lista de películas basadas en sus novelas o relatos encontramos algunas magníficas: El hombre leopardo (The Leopard Man, 1943) de Jacques Tourneur, La dama desconocida (Phantom Lady, 1944) de Robert Siodmak, Mentira latente (No Man of her Own, 1950) de Mitchell Leisen, La novia vestía de negro (La mariée était en noir, 1967) y La sirena del Mississippi (La sirène du Mississippi, 1969), ambas de François Truffaut. Famoso por ser el máximo exponente del suspense literario, su camino estaba condenado a encontrarse con el de Hitchcock, quien llevó a imágenes -y a su terreno- el relato La ventana indiscreta (It Had to Be Murder), publicado en 1942. Aquí os dejo un fragmento:
«Avanzó un paso o dos, se inclinó ligeramente, luego abrió los brazos y, sujetando a la vez colchón y sábanas, los alzó para amontonarlos a los pies de la cama. Un segundo después hizo lo mismo con el lecho gemelo que se hallaba al otro lado.
Por tanto, nadie ocupaba las camas: su mujer no estaba allí.
Hay gente que emplea la expresión «efecto retardado». Comprendí entonces lo que esto significa. Desde hacía dos días, una especie de inquietud mal definida, de sospecha imprecisa, algo que no podría esplicar, estaba dando vueltas en torno mío como un insecto que busca un lugar donde posarse.
Varias veces, cuando las vagas ideas que bullían en mi cerebro parecían a punto de tomar forma, algo sin importancia, alguna nimiedad ligeramente tranquilizadora -como, por ejemplo, las persianas anormalmente bajadas durante demasiado tiempo que acababan por alzarse-, intervenía de improviso para dispersarlas y ponerlas en fuga.
Pero mi inquietud continuaba latente, y cualquier cosa podía aclarar las ideas imprecisas que se me ocurrían; y esta cualquier cosa se produjo de pronto en el mismo instante en que aquel hombre recogía la ropa de cama. Con la celeridad de un rayo, las sospechas inconsistentes se convirtieron en una certeza: se trataba de un asesinato.»
El mismo año en que se publica La ventana indiscreta, al otro lado del charco Georges Simenon escribe La mirada indiscreta (La fenêtre des Rouet), que no ve la luz hasta que termina la II Guerra Mundial en 1945. La traducción del título se apoya, lógicamente, en la popularidad del film de Hitchcock, pero no lo hace de manera gratuita. La protagonista de la novela es una solterona que dedica sus días a imaginar las vidas de sus vecinos mientras los observa a través de su ventana. Y, como no podía ser de otro modo, es testigo de un asesinato. Simenon vuelve a regalarnos, a partir de un crimen, otro de sus habituales y magníficos retratos psicológicos. Un fragmento:
«Ahí está Antoinette. Dominique se ha sobresaltado porque acaba de descubrirla casualmente, no estaba mirando las ventanas del enfermo, sino la ventana contigua, la de una especie de saloncito donde, desde que su marido está enfermo, Antoinette Rouet se ha hecho instalar una cama.
Permanece de pie cerca de la puerta que comunica las dos estancias. Se ha quitado el sombrero, los guantes. Dominique no se ha equivocado, pero ¿por qué se queda parada como si esperase?
Diríase que a la madre, allá arriba, la está avisando su instinto. Se nota que está inquieta. Tal vez haga un esfuerzo heroico para levantarse, pero hace ya muchos meses que no anda sin que la ayuden. Es enorme. Es una torre. Sus piernas son gruesas y rígidas como columnas. Las pocas veces que sale hacen falta dos personas para subirla a un coche, y siempre parece amenazarlas con su bastón de contera de goma. Ahora que ya no hay nada que contemplar, la vieja Augustine ha dejado su ventana. Seguro que está en el largo y casi a oscuras corredor de su planta, al que dan las puertas de todas las buhardillas, acechando el paso de alguien con quien hablar. Es capaz de espiar así durante toda una hora, con las manos cruzadas sobre el vientre, como una araña monstruosa, y nunca su rostro pálido bajo los cabellos blancos como la nieve abandona su expresión de dulzura infinita.
¿Por qué no hace algo Antoinette Rouet? Con toda la fuerza de su mirada clavada en el vacío incandescente, su marido pide auxilio. Dos, tres veces ha cerrado la boca, ha apretado las mandíbulas, pero no ha logrado apresar la bocanada de aire que necesita.
Entonces Dominique se queda yerta. Le parece que nada en el mundo sería capaz de arrancarle un ademán, un sonido. Acaba de adquirir la certeza del drama, de un drama tan inesperado, tan palpable que es como si ella misma, en este instante, participara en él.
¡Rouet está condenado a morir! ¡Va a morir! Esos minutos, esos segundos durante los cuales los Caille se visten al lado para salir, durante los cuales un autobús cambia de marcha para llegar al Boulevard Haussmann, durante los cuales suena el timbre de la lechería -nombre al que, como una incongruencia, nunca ha podido acostrumbarse-, esos minutos, esos segundos son lo últimos de un hombre a quien ha visto vivir bajo sus ojos durante años.»
Es prácticamente imposible, y más con la guerra de por medio, que Simenon conociera el relato de Wollrich. Estamos, pues, ante dos grandes autores que casualmente, al mismo tiempo y con propósitos y estilos muy distintos, crearon dos personajes y dos situaciones similares.
La ventana indiscreta está publicada por Austral.
Traducción de Jacinto León.
La mirada indiscreta está publicada por Tusquets.
Traducción de José Escué.
En recuerdo de Cliff Robertson
El pasado sábado día 10 moría a los 88 años el actor Cliff Robertson. Aunque un poco tarde, me gustaría recordarlo aquí en mis tres películas preferidas de su filmografía.
Underworld USA (1961) de Sam Fuller.
Robertson interpreta a Tolly Devlin, un tipo obsesionado con eliminar a los mafiosos responsables de la muerte de su padre. Posiblemente el papel más oscuro de toda su carrera para una de las mejores y más violentas obras de Fuller.
Mujeres en Venecia (The Honey Pot, 1967) de Joseph Leo Mankiewicz.
En uno de los guiñoles más complejos, inteligentes y cínicos creados por Mankiewicz, a partir de la obra Volpone de Ben Johnson, Robertson da vida a William McFly y le aguanta el tirón a un monstruo como Rex Harrison. Una obra maestra del cine, de la literatura, de la interpretación…
Fascinación (Obsession, 1976) de Brian De Palma.
Guión de Paul Schrader y música de Bernard Herrmann para esta vuelta de tuerca a De entre los muertos (Vertigo, 1958) en la que Robertson toma el testigo de James Stewart. Quizá De Palma se pasa rizando el rizo, pero la parte de la película que transcurre en Florencia es lo mejor que ha filmado y donde más se ha acercado a su venerado Hitchcock.
THE SADDEST MUSIC IN THE WORLD (2003) de Guy Maddin
Año tras año buena parte de la crítica y de los festivales de cine se empeña en descubrirnos a cineastas que, supuestamente, aportan un soplo de aire fresco al anquilosado séptimo arte y revolucionan el marchito lenguaje de la imagen y sus reglas narrativas: son los nuevos gurús del cine. Sus nombres son reverenciados en pedantes tertulias cinéfilas y, a juzgar por los elogios y los premios recibidos, parece que de haber nacido cincuenta años antes Orson Welles y John Ford habrían empeñado su cámara y se habrían dedicado a la fontanería o al asunto del andamio. ¿De verdad que no has visto aún sus películas? ¿A qué coño esperas? Si sigues siendo un ignorante durante unos meses más corres el grave riesgo de que estos genios caigan en el olvido sin que hayas citado ni una sola vez sus habitualmente impronunciables nombres. Tendrás entonces que seguir buscando ese remedio infalible contra tu habitual insomnio, mientras sigues escuchando las campanadas a medianoche y vuelves a recordar qué verde era tu valle.
Pero como, parafraseando al Borges lector de Lovecraft, la curiosidad sigue pudiendo más que el miedo, uno acaba siempre por encontrar algo que vale la pena entre tanta mandanga disfrazada de innovación. Y no es que Guy Maddin vaya a engrosar la lista de mis cineastas de cabecera ni que me disponga a recomendar sus películas a diestro y siniestro, pero en el poco cine suyo que he visto, especialmente en The saddest music in the world, sí he encontrado lo suficiente como para creer que no estoy ante otra tomadura de pelo.
Con la ayuda en el guión del gran escritor británico Kazuo Ishiguro, con unas gotas del David Lynch más extravagante y del Fellini más circense, recuperando buena parte de los recursos cinematográficos del cine mudo (incluyendo una preciosa pero voluntariamente desgastada fotografía en blanco y negro) y recordándonos el clásico de Tod Browning Garras humanas (The Unknown, 1927), Maddin nos narra (es un decir) la historia del concurso que convoca la reina de la cerveza de Winnipeg (interpretada por Isabella Rossellini, habitual en el cine del director canadiense) para encontrar la canción más triste del mundo. El género fantástico, el musical y las historias de amor más atormentadas se alían para ofrecernos algo que nos parece completamente nuevo pero que mira de reojo a los clásicos.
Editada en DVD por Cameo.