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Recordando a Charles Laughton

charles_laughtonEl día 15 de diciembre se cumplieron 50 años de la muerte de Charles Laughton, uno de los grandes genios de la historia del cine. Lo fue detrás de la cámara a pesar de dirigir una sola película en toda su vida, pero siendo ésta La noche del cazador (The Night of the Hunter, 1955) no le hizo falta más. Y lo fue, por supuesto, en su faceta de actor. Pocos como él conseguían robarles el plano a sus compañeros de reparto, por grandes que fueran, como si la cámara sólo tuviera ojos para su interpretación.

     Aquí lo recordamos en algunos de los mejores momentos de su filmografía y en las palabras que le dedicó Billy Wilder, quien lo consideraba el mejor actor con el que había trabajado, en la extensa entrevista con Hellmuth Karasek, publicada en España con el título Nadie es perfecto (Billy Wilder, 1992) en traducción de Ana Tortajada.

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     En Esmeralda la zíngara (The Hunchback of Notre Dame, 1939) compuso para William Dieterle el mejor Quasimodo que se ha visto.

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     Junto al gran Jean Renoir, para quien protagonizó Esta tierra es mía (This Land is Mine, 1943). Su discurso final quedó para la historia de la interpretación.

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     En un descanso del rodaje de La noche del cazador, señalando a Robert Mitchum cómo colocar las manos más famosas de la historia del cine.

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     Elsa Lanchester (su esposa en la vida real) interpretaba a su insufrible enfermera en la inolvidable Testigo de cargo (Witness for the Prosecution, 1957), la mejor adaptación de Agatha Christie de parte de Billy Wilder.

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     Despidiéndose de Varinia (Jean Simmons) y de Batiato (Peter Ustinov) antes de suicidarse en Espartaco (Spartacus, 1960) de Kubrick. Mi película de romanos preferida no sería tan buena sin su interpretación de Sempronio Graco.

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     Discutiendo con Walter Pidgeon en una escena de Tempestad sobre Washington (Advise and Consent, 1962) de Otto Preminger. El mejor film ambientado en el mundo de la política fue su testamento cinematográfico.

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     Laughton y Preminger, dos genios jugando al póquer.

Cuando cinco años más tarde, en 1962, empecé a planear Irma la dulce, quise tener para el tercer papel protagonista, el del encargado del bistro Moustache, a Charles Laughton. Pero Laughton en aquella época ya estaba marcado por la muerte. Tenía cáncer. Poco antes de su muerte me recibió en su casa. Estaba sentado a la sombra, se había maquillado de un tono rosado y cuando me acerqué se levantó y se me acercó charlando, como si aquel hombre gordo, con el rostro arrugado, quisiera demostrarme con su agilidad lo recuperado que estaba. Interpretaba el papel del hombre sano o convaleciente perfectamente, con demasiada perfección. Lo hacía de un modo casi exagerado. Quería hacerme creer que al cabo de poco tiempo volvería a estar en situación de interpretar el papel del encargado del Moustache. Lo que realmente me demostró, fue su inmensa fuerza de voluntad. El admirable egoísmo de un actor que quiere actuar a cualquier precio. Fue su mejor papel. Poco después murió. En Irma la dulce le eché mucho de menos, a pesar de que Lou Jacobi interpretó muy bien el papel, que acorté considerablemente.

HAY UN MOMENTO PARA CADA COSA de Alistair MacLeod

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Para recibir la Navidad de este año os dejo un fragmento del breve y estupendo relato de Alistair MacLeod titulado Hay Isla_todos-los-cuentosun momento para cada cosa, publicado originalmente en 1977 y posteriormente en el libro Los pájaros traen el sol (As Birds Bring Forth the Sun and Other Stories, 1986) y en la recopilación Isla: todos los cuentos (Island. Collected Stories, 2000).

     El recuerdo de la Navidad a los once años, el regreso a casa por unos días del hermano mayor, los regalos tras la cena de Nochebuena con los más pequeños de la familia ya en la cama, y la sensación de que la infancia se acaba y el mundo de los adultos comienza a abrirse ante nuestros ojos.

     Después de estabular al caballo, charlamos con nuestros padres y comemos la cena que ha preparado mi madre. Y entonces me entra sueño, es hora de que los pequeños se vayan a la cama. Esta noche, sin embargo, mi padre me dice:

     -Nos gustaría que te quedaras un rato con nosotros.

     Así pues, me quedo en silencio con los miembros mayores de la familia.

     Cuando en el piso de arriba todo queda en silencio, Neil trae las cajas de cartón que contienen sus «ropas» y comienza a abrirlas una por una. Desata con rapidez los complicados nudos marineros, que se deshacen ante la agilidad de su dedos. Las cajas están repletas de regalos perfectamente envueltos, cada uno con su correspondiente etiqueta. En los de mis hermanos pequeños pone «de parte de Santa Claus». Los míos resulta que no se encuentran entre ellos, y de pronto sé con certeza que nunca volverán a estarlo. No estoy demasiado sorprendido, pero siento un latigazo de dolor al estar ahí, en la parte del mundo que corresponde a los adultos. Es como si de pronto me hubiera desplazado a otra habitación y hubiera escuchado una puerta que se cerrase para siempre a mis espaldas. Me cerca mi propia herida por todas partes.

     Miro entonces a los que tengo delante. Miro a mis padres, muy juntos ante el árbol de Navidad. Mi madre tiene la mano sobre el hombro de mi padre, y él sostiene su pañuelo siempre omnipresente. Miro a mis hermanas, que han cruzado el umbral antes que yo y que ahora cada día que pasa se alejan más de las vidas que conocieron de niñas. Miro a mi mágico hermano mayor, que ha venido a estar con nosotros en Navidad recorriendo medio continente, trayendo consigo todo cuanto tiene y todo cuanto es. Todos ellos están capturados en el retrato de su afecto.

     -Todos los hombres siguen su camino -dice mi padre en voz baja, y es como si se refiriese a Santa Claus-, pero no hay por qué apenarse. Siempre dejan cosas buenas atrás.

      Traducción de Miguel Martínez Lage.

      Publicado por RBA.

      ¡¡¡¡¡¡¡ FELIZ NAVIDAD PARA TODOS !!!!!!!

EL GRAN MAESTRO (1948) de Daisuke Itô

osho-posterContemporáneo de Mizoguchi, Daisuke Itô fue uno de los directores pioneros que iniciaron su andadura en el cine mudo y que contribuyeron decisivamente al desarrollo del lenguaje cinematográfico en el cine sonoro japonés. Poco conocido en nuestro país, al parecer son muy escasas las películas de su filmografía que se conservan.

Una de ellas es El gran maestro (Ôshô), la historia de un ignorante, pobre y casi ciego fabricante de alpargatas de Osaka (Tsumasaburô Bandô, en una de esas interpretaciones histriónicas que llenan la pantalla y que recuerda a las que posteriormente realizará Toshiro Mifune) que es también un extraordinario jugador de shogi -el equivalente japonés del ajedrez occidental- y que para poder pagar las cuotas de los torneos que juega pone en graves aprietos la economía de su familia. Gracias a un oculista, aficionado también al shogi, recuperará la vista y se convertirá en uno de los grandes jugadores del país y en aspirante al título de Gran Maestro.

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Precisamente es ese tramo final el que hace decaer la película y que no sea una obra redonda, pero la primera y más extensa parte, la que nos muestra la pasión de Sakata por llegar a ser el mejor jugador de shogi y las penurias que pasan su esposa y su pequeña hija (magnífica la escena en que la mujer piensa en suicidarse arrojándose al tren mientras la niña juega entre la vías), es una extraordinaria muestra del talento de Itô y de las características de su cine: una constante y magistral utilización de la elipsis como recurso narrativo junto a una cámara en movimiento que crea complejos travellings que acompañan a los personajes, alternándose con una puesta en escena más serena y contemplativa en la que brillan la profundidad de campo y los significativos primeros planos de los objetos y los rostros. Todo ello hace de El gran maestro un film estéticamente impecable, en el que la forma acaba por imponerse a la historia que nos cuenta.

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