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EL COMPLOT MONGOL de Rafael Bernal
Debería haber una facultad para pistoleros. Experto en pistolerismo. Experto en joder al prójimo. Experto en hacer fieles difuntos. Un año de estudios para aprender a no acordarse de los muertos que se van haciendo. Y otro para que, aunque se acuerde uno, le importe una pura y dos con sal.
Desde hace unos meses los aficionados a la novela negra podemos disfrutar de la estupenda El complot mongol (1969), la obra de Rafael Bernal que, al parecer, inauguró el género en Méjico y se fue convirtiendo en un clásico del que apenas se tenía noticia en nuestro país y en una gran influencia para autores como Élmer Mendoza o Yuri Herrera, autores del prólogo y el posfacio, respectivamente, de esta edición.
El argumento sobre el que gira la novela es la investigación de un presunto plan de China para asesinar al presidente de Estados Unidos durante una visita oficial a Méjico, alucinante historia que, como creo que suele ocurrir en muchas de las mejores obras del género, enseguida olvidamos para centrarnos en los magníficos diálogos y situaciones, repletos de sarcasmo y humor negro, y en la variopinta galería de personajes, mediante los cuales el autor refleja, siguiendo los clásicos modelos norteamericanos, la situación social de un país, extrapolable a cualquier otro y a cualquier otra época, en la que la delincuencia, como la muerte, puede igualar a todas las clases sociales y en la que las máscaras del poder no conocen límites a la hora de conseguir sus objetivos. Y es que la novela negra a menudo tiene un ojo crítico puesto en la realidad.
Al frente de ese grupo de personajes al que hacía referencia, un protagonista inolvidable llamado Filiberto García, un pistolero a sueldo del gobierno de los que nunca hacen preguntas, un profesional solitario de vuelta de todo encargado de limpiar la mierda del poder que, a fuerza de cinismo y desencanto, va cargando con su pasado hasta que encuentra una razón para abandonar esa vida, un motivo que le llevará, por una vez, a buscar respuestas y a matar por venganza. Su magnífica presentación, con la que Bernal inicia la novela, nos muestra sin preámbulos innecesarios el terreno que pisamos y nos engancha irremediablemente a su historia.
A las seis de la tarde se levantó de la cama y se puso los zapatos y la corbata. En el baño se echó agua en la cara y se peinó el cabello corto y negro. No tenía por qué rasurarse; nunca había tenido mucha barba y una rasurada le duraba tres días. Se puso una poca de agua de colonia Yardley, volvió al cuarto y del buró sacó la cuarenta y cinco. Revisó que tuviera el cargador en su sitio y un cartucho en la recámara. La limpió cuidadosamente con una gamuza y se la acomodó en la funda que le colgaba del hombro. Luego tomó su navaja de resorte, comprobó que funcionaba bien y se la guardó en la bolsa del pantalón. Finalmente se puso el saco de gabardina beige y el sombreo de alas anchas. Ya vestido volvió al baño para verse al espejo. El saco era nuevo y el sastre había hecho un buen trabajo; casi no se notaba el bulto de la pistola bajo el brazo, sobre el corazón. Inconscientemente, mientras se veía en el espejo, acarició el sitio donde la llevaba. Sin ella se sentía desnudo. El Licenciado, en la cantina de La Ópera, comentó un día que ese sentimiento no era más que un complejo de inferioridad, pero el Licenciado, como siempre, estaba borracho y, de todos modos, ¡al diablo con el Licenciado! La pistola cuarenta y cinco era parte de él, de Filiberto García, tan parte de él como su nombre o su pasado. ¡Pinche pasado!
Publicada por Libros del Asteroide.