Archive for enero 2015|Monthly archive page

THE NARROW MARGIN (1952) de Richard Fleischer

the-narrow-margin-posterSalvo en contadas ocasiones, los remakes no aportan gran cosa con relación a sus modelos originales; pero sí suelen resultar útiles para que recordemos películas que teníamos demasiado olvidadas o, incluso, para que algunas que eran prácticamente desconocidas salgan a la luz y gocen de una segunda vida entre la cinefilia más curiosa.

Este es el caso de The Narrow Margin, uno de los mejores films de serie B de los realizados por Richard Fleischer antes de meterse en proyectos de mayor envergadura económica, recuperado gracias a la versión que dirigió Peter Hyams en 1990, titulada Testigo accidental (Narrow Margin) y protagonizada por Gene Hackman.

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El inicio de The Narrow Margin es difícilmente superable: el agente Brown (estupendo, como siempre, Charles McGraw) y su compañero acuden al piso en que se esconde la atemorizada viuda de un mafioso para custodiarla en el viaje que la llevará a testificar contra una organización criminal. Al salir al pasillo, el collar que lleva la mujer se rompe y las perlas caen por el hueco de las escaleras hasta llegar frente a los pies de alguien escondido en las sombras. La cámara sube lentamente para descubrirnos a un asesino que espera para liquidar a la testigo.

Tras el tiroteo en el que muere el compañero de Brown, con el que culmina esta modélica secuencia, la película se desarrolla casi totalmente en el interior del tren en el que Brown ha de esconder y proteger a la viuda de los gánsteres que intentan acabar con ella, lo que la convierte en un desafío narrativo repleto de posibilidades que Fleischer explota a la perfección.

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La aparición de varios personajes de identidad poco clara, algunos de los cuales resultarán determinantes en la conclusión de la historia; sus encuentros en los estrechos pasillos y en los pequeños compartimentos del tren; la ambigüedad de algunos diálogos, y el aprovechamiento de los reflejos en los cristales de las ventanillas -sobre todo, en la espléndida escena del tiroteo final- consiguen dotar a esta breve película de una gran sensación de asfixia y claustrofobia, de tensión y violencia latente, que se lleva sin dificultad todo el protagonismo frente al sencillo argumento y la emparentan, al menos en parte, con Berlin Express (1948), un film de Jacques Tourneur que rayaba a gran altura en sus momentos más cercanos al género negro pero que perdía fuelle cuando se metía en el terreno del espionaje con mensaje propagandístico.

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Editada en DVD por Manga Films.

 

LAS MANOS SOBRE LA CIUDAD (1963) de Francesco Rosi

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El día 10 de enero falleció, a los 92 años, Francesco Rosi, uno de los directores italianos más controvertidos, abanderado de un cine realista que denuncia sin cortapisas la situación socio-política de su país.

Las_manos_sobre_la_ciudad-349698548-largeLas manos sobre la ciudad (Le mani sulla città), uno de los mejores ejemplos de ese tipo de cine que cultivó durante casi toda su carrera y León de Oro en el Festival de Venecia de 1963, se centra en el tema de la especulación inmobiliaria y en los tejemanejes políticos que se generan a su alrededor.

Rod Steiger interpreta a Eduardo Nottola, un político que busca forrarse especulando con la construcción y venta de pisos, al amparo de su cargo de concejal del Ayuntamiento de Nápoles. El derrumbamiento de uno de los bloques, con las consiguientes víctimas, provoca que su nombre salte a la palestra y que se abra una comisión investigadora, pero las componendas políticas entre los partidos mayoritarios, con unas elecciones a la vuelta de la esquina, se las apañarán para que todo quede en papel mojado.

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Cine atemporal para degustar en crudo, sin aderezos ni parafernalias, Las manos sobre la ciudad muestra una imagen deleznable y, cincuenta años después, completamente actual sobre la mierda que se cocina en las entrañas del poder político, aunque su visión resulte maniquea al destrozar a la derecha y presentar a la izquierda como la defensora de los derechos ciudadanos.

Sus diálogos y situaciones sin desperdicio, que aunque solo pueden escandalizar hoy en día a los más ingenuos siguen resultando demoledores, le quitan la careta sin anestesia a una clase dirigente corrupta que juega a su antojo con la democracia para enriquecerse, que no tiene reparos en lavar la ropa sucia en casa y que solo se fija en el pueblo a la hora de captar sus votos. ¿Os suena?

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Editada en DVD por Filmax.

 

 

 

EL HOMBRE DEL BRAZO DE ORO de Nelson Algren

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La película de Edward Dmytryk titulada La gata negra (Walk on the Walk Side, 1962) lo tenía todo, en principio, para ser estupenda: un buen director, un reparto de campanillas y un guion del gran John Fante; pero la cosa no acabó de funcionar, en parte, creo yo, por el excesivo respeto al material original: en sus diálogos había mucha literatura, gran literatura.

Parecía, pues, recomendable acudir a la novela homónima, publicada en 1956, en que se basaba la película -y, por cierto, la celebérrima canción de Lou Reed- para descubrir a un autor poco conocido en España, contemporáneo de Fante y uno de los grandes amores de Simone de Beauvoir. Su nombre, Nelson Algren.

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El tal Algren resultó ser también el responsable de El hombre del brazo de oro (The Man with the Golden Arm, 1949), novela con la que ganó el National Book Award en 1950 y que Otto Preminger transformó en uno de los grandes éxitos cinematográficos de 1955 y en uno de sus films más populares, protagonizado por Frank Sinatra, Eleanor Parker y Kim Novak. Nunca me ha parecido de lo mejor de Preminger y menos aún tras leer la novela, a la que adultera de manera salvaje en muchas de sus partes más importantes. No es extraño que Algren la detestara.

Sinatra en El hombre del brazo de oro

La historia del ex soldado, drogadicto y crupier con un brazo El-hombre-del-brazo-de-orode oro Frankie Machine, que intenta darle un nuevo giro a su vida y escapar del destino que parece tener marcado buscando trabajo como batería en una orquesta- y de quien Don Winslow debió de tomar prestado el nombre para el protagonista de su novela El invierno de Frankie Machine (The Winter of Frankie Machine, 2006) -,es una de las crónicas más crudas y desesperanzadas sobre la otra cara del Sueño Americano, sobre los desheredados que no encuentran su lugar en la tierra de las oportunidades. Algren hunde su pluma en la mugre, en la suciedad, en la pobreza y en la derrota de los personajes que habitan el barrio polaco de Chicago y lo que extrae es una narrativa compleja de alta graduación, que se recrea en su poética casi feísta, repleta de imágenes metafóricas exuberantes, al describir ambientes y caracteres -leyéndola, he pensado en Quevedo y en los esperpentos de Valle-Inclán-y que exige al lector esfuerzo y paciencia adicionales. Quien se los entregue se verá recompensado con una literatura apasionante, con una novela extraordinaria.

Frankie Machine había visto tipos duros en sus veintinueve años. Pero cualquiera de los que estaba mirando parecía víctima de una paliza con duelas de tonel que le hubieran propinado durante toda la noche. Caras ensangrentadas como carne de cerdo cruda y picada lentamente en la inmensa trituradora de la gran ciudad; caras como bolsas blancas reventadas; una con ojos de gallina agonizante, y otra con los de la audacia de un bulldog acorralado; ojos con el leve resplandor de la histeria y ojos velados por el apagado esmalte del dolor. Miraban, hablaban y escuchaban sin prestar mucha atención, y respondían con vaguedades; pero todo el día parecían contemplar un horror incesante que se revolvía en su interior: las ruinas retorcidas de sus propias vidas torturadas, inútiles y sin amor.

Aunque no había visto a ninguno de ellos en su vida, Frankie los conocía a todos y cada uno. Porque todos sin excepción habían sido abrasados por la misma antorcha cuya llama también le había tocado a él. Una antorcha que ardía como una llama oscura y lenta dentro de uno mismo, hasta que lo desecaba por completo, vaciándolo de todo salvo de un sentimiento de culpa carbonizado.

El espléndido y secreto sentimiento de culpa tan propio de los americanos: el de no poseer nada, nada en absoluto, en la única tierra en que la propiedad y la virtud son uno y lo mismo.

Traducción de Vicente Campos.

Publicada por Galaxia Gutenberg.

TRES PADRINOS (1948) de John Ford

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La novela de Peter B. Kyne en que se basa Tres padrinos (3 Godfathers) ya había sido llevada al cine en varias ocasiones, una de ellas por el propio Ford -a quien encantaba la historia- bajo el título Marked Men (1919). Como, al parecer, el montaje final de esa versión muda fue manoseado, como tantas veces, por la productora, el cineasta decidió volver a rodarla años después, esta vez con mayor libertad.

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Escrito por Frank S. Nugent y Laurence Stallings y dedicado a la memoria de Harry Carey, protagonista de la anterior versión y amigo de Ford, el film cuenta las desventuras de tres forajidos de buen corazón (John Wayne, Pedro Armendáriz y Harry Carey Jr.) que, tras asaltar un banco, son perseguidos sin tregua por el sheriff (Ward Bond) y sus ayudantes. Durante su huida por el desierto encuentran, en una carreta, a una mujer moribunda a punto de dar a luz. Tras nacer el niño, se convertirán en sus tres padrinos, en sus tres Reyes Magos particulares.

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De claras connotaciones religiosas y salpicado de abundantes elementos cómicos que lo desdramatizan, el argumento de Tres padrinos puede resultar, visto hoy, algo ingenuo y edulcorado, demasiado ligero e intrascendente como para dar a luz una estupenda película; pero la puesta en escena de Ford demuestra, una vez más, que el cariño con el que filmaba a sus personajes estaba por encima de cualquier historia. Escenas como la de la tormenta de arena, totalmente real y que al parecer no estaba prevista, mucho más efectiva, por supuesto, que si se hubiera creado con efectos digitales; el hallazgo de la mujer, filmado desde el interior de la carreta y mostrando su abertura como si fuera la entrada a un portal (de Belén); su entierro tras conseguir dar a luz, una preciosidad nada recargada, como suele ser habitual en el cine de Ford, y dibujada con cuatro sencillos trazos, o la muerte del joven William, herido, agotado y sediento, tras haber superado lo peor de la travesía hacia el pueblo de Nueva Jerusalén, son perlas que Ford creó para presentarnos a los tres Reyes Magos más entrañables de la historia del cine.

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Editada en DVD por Warner.