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LA RUINA DE UNA UTOPÍA de Mircea Cartarescu

Aquí os dejo «La ruina de una utopía», del gran escritor rumano Mircea Cartarescu, una breve y preciosa reflexión sobre la magia de la literatura. Forma parte del libro El ojo castaño de nuestro amor (Ochiul caprui al dragostei noastre, 2015), una extraordinaria y muy personal colección de textos. Quien se anime a descubrirlo que no se pierda sobre todo el relato autobiográfico que da nombre al libro, una obra maestra.

Siempre, cuando en el período irreal de las fiestas navideñas me levanto muy temprano y las ventanas están completamente heladas, y a través de su cristal deformado la nieve oblicua cae con saña, y yo estoy inquieto en la cocina con la luz encendida -en algún sitio de las profundidades de la casa suena un despertador- tengo la misma visión de lector maleado. Mientras bebo el café ardiente, sueño con el Libro. Más descabellado que Cien años de soledad, más profundo que El castillo, más infinito que En busca del tiempo perdido. Imagino un gran equipo de escritores trabajando durante varias generaciones en un solo libro que se pueda leer desde la infancia, cuando empiezas a distinguir las letras, hasta el lecho de muerte, cuando ya no las distingues. Un libro que reemplace tu vida, pero sin los momentos, los días, los meses, los años monótonos de la vida. En la adolescencia, acurrucado en la cama, solía leer algunas veces desde la mañana hasta la noche, se me olvidaba comer y casi respirar porque las páginas -que, de hecho, casi no veía- describían a gente de verdad, nubes de verdad, ciudades de verdad, pero cuando levantaba los ojos, no veía más que sombras desoladoras. Me daba cuenta de que anochecía solo cuando las páginas se volvían rojas como el fuego antes de tornarse cenicientas.

El drama de mi vida empezó después, cuando en vez del Libro me vi obligado a vivir la realidad. Me temo que de ahora en adelante nadie va a vivir en los libros, tal y como han hecho mi generación y las precedentes. Y que la utopía de la lectura quedará por ahí, en una colina lejana, como un gran laberinto en ruinas.

Traducción de Marian Ochoa de Eribe.

Publicado por Impedimenta.

MANUAL PARA MUJERES DE LA LIMPIEZA de Lucia Berlin

Los suspiros, el ritmo de nuestros latidos, las contracciones de parto, los orgasmos, acaban todos por acompasarse, igual que los relojes de péndulo colocados uno cerca del otro pronto sincronizan su vaivén. Las luciérnagas en un árbol se encienden y se apagan como una sola. El sol sale y se pone. La luna crece y mengua y el periódico suele caer en el porche a las seis y treinta y cinco de la mañana.

El tiempo se detiene cuando alguien muere. Por supuesto se detiene para ellos, quizá, pero para los que sufren la pérdida el tiempo se desquicia. La muerte llega demasiado pronto. Olvida las mareas, los días que se alargan y se acortan, la luna. Hace trizas el calendario. No estás en tu escritorio o en el metro o preparando la cena para los niños. Estás leyendo People en la sala de espera de un quirófano, o temblando en un balcón mientras fumas toda la noche. Miras al vacío, sentada en el cuarto de tu infancia con el globo terráqueo sobre la mesa. Persia, el Congo Belga. El problema es que cuando vuelves a la vida normal, todas las rutinas, las marcas del día a día parecen mentiras sin sentido. Todo es sospechoso, una trampa para adormecernos, para volver a arroparnos en la plácida inexorabilidad del tiempo.

El mejor libro que leí en 2017 -y en muchos años- se titula Manual para mujeres de la limpieza (A Manual for Cleaning Women: Selected Stories, 2015), de la olvidada y, afortunadamente, redescubierta autora Lucia Berlin, una cita inexcusable para quien guste de la mejor literatura y, sobre todo, para los amantes de ese pozo sin fondo de obras maestras que es el relato norteamericano. Cómo no, la prosa de Berlin ha sido comparada inevitablemente con la de Chéjov o la de Carver, entre otros. De manera muy personal, por su libertad expresiva y sus sorprendentes imágenes me ha devuelto a Cortázar; por su sinceridad y su capacidad para impresionar con una sola frase o un corto párrafo, a John Cheever.

De todas formas, al hablar de Lucia Berlin las comparaciones resultan bastante ociosas; sus relatos, muy a menudo autobiográficos, no aceptan fácilmente parangón. Su prosa a flor de piel, su cadencia de grito silencioso, el humor que enmascara la tristeza, la engañosa espontaneidad que oculta el esfuerzo de pulir los textos o su pasmosa facilidad para pintar escenas cotidianas, bodegones de la rutina, entre cuyos objetos se cuelan sus sentimientos consiguen la ineludible sensación de encontrarnos ante una literatura completamente nueva, de no haber leído nunca nada similar.

El fragmento que encabeza la entrada es el inicio del relato «Espera un momento», uno de mis favoritos de la antología, en el que recuerda a su hermana, fallecida víctima de un cáncer en Ciudad de México. Aquí os dejo el final.

La última vez llegaste unos días después de la ventisca. El hielo y la nieve todavía cubrían el suelo, pero casualmente hubo un día de calor. Las ardillas y las urracas parloteaban y los gorriones y los pinzones cantaban en los árboles desnudos. Abrí todas las puertas y las cortinas. Tomé el té en la mesa de la cocina, sintiendo la caricia del sol en la espalda. Las avispas salieron del nido del porche, flotaban somnolientas por mi casa, zumbando en círculos lentos de un lado a otro de la cocina. Justo en ese momento se agotó la batería de la alarma de incendios, así que empezó a chirriar como un grillo en verano. El sol caía sobre la tetera y el tarro de la harina, el jarrón plateado de los esquejes.

Una iluminación perezosa, como una tarde mexicana en tu habitación. Pude ver el sol en tu cara.

Traducción de Eugenia Vázquez Nacarino.

Publicado por Alfaguara.