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LA POÉTICA DE LO COTIDIANO de Yasujiro Ozu
Cuando abría la puerta para entrar a una sala de cine me invadía aquel aire caliente y sofocante de la multitud. Hubo un tiempo en que las salas no se llamaban salas, sino algo así como «barracones de imágenes en movimiento» (katsudogoya), y a mí me entraba dolor de cabeza cuando no llevaba aún ni diez minutos respirando aquel aire viciado. A pesar de todo, con que de una sala cinematográfica me llegara solo el sonido de la reducida banda que acompañaba en vivo a la película, ya no era capaz de pasar por delante y no entrar. Aquella cosa extraña, llamada cine, ejercía sobre mí una especie de poder mágico.
Si exceptuamos el caso de Kurosawa, no es habitual que tengamos acceso a las opiniones sobre cine de los directores clásicos japoneses, por lo que la publicación del libro La poética de lo cotidiano, compuesto de textos escritos por el gran Yasujiro Ozu durante su vida, me parece un motivo de celebración para todos los cinéfilos admiradores de su obra.
A lo largo de sus doscientas páginas descubrimos lo que pensaba Ozu sobre el tránsito del cine mudo al sonoro, la industria cinematográfica japonesa, la interpretación -pone como ejemplo de sobriedad a Henry Fonda, a Setsuko Hara y a Chisu Ryu-, el cine estadounidense -palabras de elogio para William Wyler y John Ford, entre otros-, la colocación de la cámara y la planificación en sus películas o la gramática «establecida» del cine, que rechazaba. Y, por encima de todo, accedemos de primera mano a su concepción del arte cinematográfico, a aquello que quería comunicar con las imágenes que creaba, de lo cual nos da pistas el título: los pequeños gestos, en voz baja, entre líneas, que expresan los sentimientos de las personas; el drama cotidiano mostrado sin dramatismos.
Yo tengo unas preferencias muy marcadas, por lo que es inevitable que también mis películas tengan cierta continuidad. Una de esas preferencias es el hecho de colocar una cámara en bajo y hacer las tomas desde ahí. Empecé a rodar así La belleza del cuerpo, cuando solo hacía comedias. Cuando rodábamos la escena de un local nocturno, por ejemplo, a diferencia de hoy se hacía con pocas lámparas, y después de cada toma teníamos que ir cambiando las lámparas de un sitio a otro. Al cabo de dos o tres tomas los cables eléctricos estaban enredados por el suelo, por todas partes. Era una lata tener que volver a ordenarlos después de cada toma y antes de pasar a la siguiente, así que para evitarlo decidí colocar muy abajo la cámara con la que filmaba, mirando hacia arriba. El resultado que obteníamos con esto no estaba mal del todo, y se ahorraba tiempo. Fue así como me acostumbré a hacer las tomas desde una posición cada vez más baja.
Publicado por Gallo Nero Ediciones.
Traducción de Amelia Pérez de Villar.