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OZYMANDIAS de Percy Bysshe Shelley

Ozymandias, cuyo título remite al nombre griego del faraón Ramsés II, es uno de los sonetos más celebrados del poeta romántico Percy Shelley. Publicado en 1918, se ha convertido en una referencia cada vez más presente en la cultura popular, desde la novela gráfica Watchmen, de Alan Moore y Dave Gibbons, hasta el film Alien: Covenant (2017), de Ridley Scott, pasando por la serie Breaking Bad y tantos otros ejemplos. El impresionante poema nos recuerda que cualquier imperio, por poderoso e indestructible que se crea, encontrará su decadencia y acabará desapareciendo.

Ozymandias

I met a traveller from an antique land,
Who said: Two vast and trunkless legs of stone
Stand in the desert. . . . Near them, on the sand,
Half sunk a shattered visage lies, whose frown,

And wrinkled lip, and sneer of cold command,
Tell that its sculptor well those passions read
Which yet survive, stamped on these lifeless things,
The hand that mocked them, and the heart that fed;

And on the pedestal, these words appear:
«My name is Ozymandias, King of Kings;
Look on my Works, ye Mighty, and despair!»

Nothing beside remains. Round the decay
Of that colossal Wreck, boundless and bare
The lone and level sands stretch far away.”

Ozymandias

Conocí a un viajero de una tierra antigua,
quien dijo: «dos enormes piernas pétreas sin su tronco
se yerguen en el desierto. A su lado, en la arena,
semihundido, yace un rostro hecho pedazos, cuyo ceño

y mueca en la boca, y desdén de frío dominio,
cuentan que su escultor comprendió bien esas pasiones,
las cuales aún sobreviven, grabadas en estos inertes objetos,
a las manos que las tallaron y al corazón que las alimentó.

Y en el pedestal se leen estas palabras:
«Mi nombre es Ozymandias, rey de reyes:
¡Contemplad mis obras, poderosos, y desesperad!»

Nada queda a su lado. Alrededor de la decadencia
de estas colosales ruinas, infinitas y desnudas
se extienden, a lo lejos, las solitarias y llanas arenas»

 

DIARIO DE UN DESESPERADO de Friedrich Reck

Mi vida en esta ciénaga pronto entrará en su quinto año. Desde hace más de cuarenta y dos meses pienso odio, me acuesto con odio, sueño odio para despertar con odio: me asfixia verme prisionero de una horda de monos perversos, y me devana los sesos el eterno enigma de este mismo pueblo, que hace unos años velaba tan celosamente por sus derechos y que de la noche a la mañana se ha hundido en este letargo, en el que no solo tolera el dominio de los inútiles de ayer, sino que además, para colmo de vergüenza, ya no está en condiciones de percibir como ignominia su propia ignominia.

 

Estas palabras pertenecen al Diario de un desesperado (Tagebuch eines Verzweifelten), escrito entre mayo de 1936 y octubre de 1944 por Friedrich Reck y publicado por primera vez en 1947. Conservador, monárquico, clasista, poco amigo de la democracia, amante de la naturaleza y enemigo de la mecanización de la sociedad, Reck ya había dejado clara su postura contraria al nazismo en otra obra titulada Historia de una demencia colectiva (Bockelson. Geschichte eines Massenwahns, 1937) -que fue inmediatamente secuestrada por el gobierno-, en la que establecía un paralelismo entre la locura que se estableció en 1534 en la ciudad de Münster, donde los habitantes sucumbieron ciegamente al control de los predicadores anabaptistas encabezados por Johann Bockelson, y la que se adueñó de toda Alemania bajo el régimen nazi; pero es en su diario donde podemos acceder de manera definitiva a sus nada ambiguas opiniones en torno al tema.

A lo largo de sus páginas, Reck desprecia e insulta sin contemplaciones tanto a Hitler -al que llega a calificar de «aborto hecho a base de basura y estiércol»- y sus secuaces como a sus conciudadanos cómplices, a la «masa» que se ha dejado lavar el cerebro por las falsas promesas de una banda de gánsteres con delirios de grandeza, haciendo hincapié en la colaboración y abnegación de determinadas clases sociales y en las causas por las que sus país ha llegado a esta situación. A pesar de que sus ideas en relación con otros temas no serían precisamente populares actualmente, resulta inevitable admirar la firmeza de sus argumentos y la clarividencia con que prevé, con años de antelación, el fin de los verdugos y la derrota de Alemania, de los que no pudo ser testigo al morir, víctima del tifus, en el campo de concentración de Dachau en febrero de 1945.

El siguiente fragmento pertenece a la entrada del 11 de agosto de 1936. En él, Reck narra un encuentro casual con Hitler y la posibilidad que tuvo de matarlo.

Volví a verlo de cerca una vez más. Fue en aquel otoño de 1932, cargado de presagios, en el que Alemania empezó a tener fiebre. Friedrich von Mücke y yo estábamos cenando en la Osteria Bavaria de Múnich cuando él -por otra parte solo, sin su Guardia de Corps habitual- entró en el local y tomó asiento en la mesa de al lado. Allí estaba, convertido entretanto en un hombre poderosísimo en Alemania… y allí, sentado, se sintió observado y criticado por nosotros, muy incómodo, motivo por el cual adoptó enseguida el gesto obstinado de un pequeño funcionario que ha entrado en un local normalmente inaccesible para él, pero que, una vez ha tomado asiento, exige a cambio de su buen dinero «que le sirvan y traten igual de bien que a esos distinguidos caballeros de ahí».

Sí, allí estaba sentado, un Gengis Khan vegetariano, un Alejandro abstemio, un Napoleón sin mujeres, una miniatura de Bismarck que habría tenido que guardar un mes de cama si se hubiera visto forzado a tomar aunque solo fuera uno de los desayunos del viejo Canciller de Hierro…

Yo había venido en coche a la ciudad y, por aquel entonces, en septiembre de 1932, como las carreteras eran ya bastante inseguras, llevaba encima una pistola lista para disparar; en aquel local casi vacío habría podido hacerlo, sin más.

Lo habría hecho, si hubiera sabido el papel que iba a desempeñar ese puerco, y los años de sufrimiento que nos esperaban. Por aquel entonces, no lo consideraba más que un personaje de revista satírica, y no disparé. Tampoco habría servido de nada, porque el Consejo del Altísimo ya había decidido nuestro martirio, y si entonces lo hubieran atado a las vías del tren, el vertiginoso expreso habría descarrilado antes de alcanzarlo. Hoy se oye hablar de muchos atentados que estaban destinados a él, y todos fracasaron. Así será, y tendrá suerte hasta que llegue su hora. Cuando esta haya llegado, la perdición irá arrastrándose hasta él desde todos los rincones…, incluso desde rincones en los que él nunca ha pensado.

Traducción de Carlos Fortea.

Publicado por editorial minúscula.

 

 

 

 

 

 

 

 

THE FACE BEHIND THE MASK (1941) de Robert Florey

Un ingenuo emigrante húngaro llamado Janos Szabo (Peter Lorre) desembarca en New York dispuesto a labrarse un porvenir en la tierra de las oportunidades. Durante su primera noche en la ciudad, un incendio en la pensión donde se aloja le causa graves quemaduras que le desfiguran el rostro, lo que provoca que nadie le dé trabajo. La última salida que le queda es unirse a una banda de delincuentes de la que pronto se convierte en jefe, lo que le proporciona los medios económicos para que un cirujano le fabrique una máscara con los rasgos de su propio rostro. Tiempo después, al encontrar el amor en la persona de una chica ciega y solitaria (Evelyn Keyes), decide abandonar a sus compinches, pero estos sospechan que los va a entregar a la policía y le colocan una bomba en el coche, con tan mala pata que solo consiguen matar a la chica. Entonces Janos idea un plan para vengarse que incluye acabar con su propia vida.

Que semejante dislate llegara a filmarse solo es comprensible dentro de los parámetros de la serie B, espacio de poco dinero y, a menudo, talento de sobra y suficiente libertad creativa como para sacar piedras preciosas de la basura o, al menos, para convertir una historia disparatada y hasta ridícula en una buena e incluso, por momentos, fascinante película. Esto es lo que consigue el olvidado pero estupendo cineasta Robert Florey en colaboración con el gran director de fotografía Franz Planer y el como pocas veces imprescindible Peter Lorre, emigrantes europeos los tres, en The Face Behind the Mask.

Poco más de una hora trepidante que, amparándose en las sombras y en un personaje propios del cine y la literatura de misterio europeos, bebe del naturalismo -contrario precisamente al American Dream que persigue Janos- y que presenta como motor narrativo el fatum que en los siguientes años será elemento ineludible en las grandes obras del cine negro, de las que el film de Florey podría considerarse un precedente. El pobre Janos -creo que sin la presencia de Peter Lorre la película habría sido otra o, directamente, imposible de llevar a cabo- se ve envuelto en una espiral de casualidades que, pese a sus esfuerzos, echará por tierra sus deseos de ser feliz y le guiará hacia un final inevitablemente trágico, hacia una secuencia en el desierto tan imposible como el resto del film pero igual de milagrosamente memorable.