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CANOA (1976) de Felipe Cazals
La noche del 14 de septiembre de 1968, en plena época de manifestaciones estudiantiles y persecución de todo lo que oliera a comunismo en Méjico, cinco trabajadores de la Universidad de Puebla llegaron bajo un fuerte aguacero al pueblo de San Miguel Canoa, dispuestos a escalar el volcán La Malinche. La tormenta los obligó a posponer sus planes para el día siguiente y a pedir cobijo a los lugareños para pasar la noche, pero se encontraron con una negativa general, incluido el cura; solo uno de los habitantes, enfrentado a la mayoría de sus vecinos y, especialmente, al párroco, consintió en recibirlos en su casa. Lo que siguió fue una noche infernal en la que la mayor parte de la población, convencida por el cura de que los cinco jóvenes eran estudiantes comunistas que venían a colgar su bandera y a repartir propaganda, invadió la casa de su vecino, que resultó asesinado junto con su hermano, y linchó a los cinco excursionistas. Dos murieron y los otros tres, muy malheridos, consiguieron sobrevivir gracias a la tardía intervención de la policía.
Ocho años después de este suceso, cuyos principales instigadores nunca fueron juzgados, se estrenaba Canoa, galardonada con el Oso de Plata del Festival de Berlín. Escrita por el crítico de cine Tomás Pérez Turrent -su debut como guionista- y dirigida con mano maestra por Felipe Cazals, una película angustiosa y terrible que es tanto una crónica y una denuncia de los hechos ocurridos aquella noche como un thriller y hasta un ejercicio de terror absoluto, apoyándose en una estructura y un montaje que alternan ambos aspectos.
Así, mientras la narración de los sucesos nos lleva de la mano a través de una noche fantasmal repleta de violencia y sinsentidos; con una secuencia, la de los chicos charlando en la casa sin sospechar -el espectador sí lo sabe- lo que está a punto de ocurrir, que es una lección de suspense puro, las intervenciones de uno de los lugareños -una especie de maestro de ceremonias, casi a la manera de Henry Hill (Ray Liotta) en Uno de los nuestros (Goodfellas, 1990) de Martin Scorsese- mirando a la cámara, a nosotros, para ir explicándonos el contexto en el que se desarrolló el linchamiento, o la entrevista con el cura, auténtico controlador de la vida social y económica del pueblo y del fanatismo de sus feligreses, interrumpen drásticamente el terror para recordarnos que no estamos ante una ficción de género y recuperemos la perspectiva.
Crítica feroz pero objetiva, sin caer nunca en sentimentalismos panfletarios, de la (in)justicia, la manipulación y el fanatismo, Canoa es un film incomodísimo que, por un lado, nos tira a la cara un capítulo de la historia negra de la humanidad y, por otro más cinéfilo, nos puede recordar películas como La jauría humana (The Chase, 1966) de Arthur Penn o Perros de paja (Straw Dogs, 1971) de Sam Peckinpah, por no hablar de todo el cine de terror que sigue el modelo ya tan trillado según el cual un grupo de inocentes jóvenes se va de excursión y, sin comerlo ni beberlo, se topa con el infierno. La diferencia es que en este caso el infierno fue real.
HOMBRE DEL SUR de Roald Dahl
Relatos de lo inesperado (Tales of the Unexpected, 1979) es una de las compilaciones más populares del escritor galés de origen noruego Roald Dahl, en gran medida porque los cuentos incluidos en ella han sido conocidos por el gran público gracias a diversas series de televisión. Por sus páginas, repletas de humor negro y de ironía, con elementos fantásticos o más claramente realistas pero siempre con cierto gusto por lo macabro y mucha mala leche, suelen campar a sus anchas ejemplares del género humano poco recomendables.
Uno de mis preferidos, y también de los más conocidos, es el titulado «Hombre del sur», quizá el que más a veces ha sido adaptado a la televisión y al cine. En la pequeña pantalla apareció, junto a sus compañeros de colección, en la serie Tales of the Unexpected (1979-1988), aunque las adaptaciones que el espectador español más veterano probablemente recuerde sean las dos que formaron parte, en diferentes temporadas, de la mítica Alfred Hitchcock presenta: la de 1960, protagonizada por Peter Lorre y Steve McQueen, y la de 1985, con un inmenso John Huston acaparando todas las miradas. En el cine, pudimos rememorar la historia en el cuarto episodio, dirigido y protagonizado por Quentin Tarantino, de Four Rooms (1995).
El relato, de apenas trece páginas en las que la tensión va en aumento y que nos guardan un final sorprendente, nos lleva a una habitación de hotel en la que está a punto de cruzarse una curiosa apuesta entre un hombre mayor -el «hombre del sur» del título- y un muchacho, con una joven y otro hombre -el narrador de la historia- como testigos: si el chico es capaz de encender diez veces seguidas su encendedor, del que dice que no falla nunca, ganará un Cadillac; si no, su adversario le cortará el dedo meñique de su mano izquierda con un cuchillo.
-Muy bien -dije yo-, empiecen.
El muchacho me hizo una petición antes de comenzar:
-¿Quiere contar en voz alta el número de veces que lo enciendo? Por favor.
-Sí, lo haré.
Levantó la tapa del mechero y con el mismo dedo dio una vuelta a la ruedecita. La piedra chispeó y apareció una llama amarillenta.
-¡Uno! -dije yo.
No apagó la llama, sino que colocó la tapa en su sitio y esperó unos segundos antes de volverlo a encender.
Dio otra fuerte vuelta a la rueda y de nuevo apareció la pequeña llama al final de la mecha.
-¡Dos!
El silencio era total. El muchacho tenía los ojos puestos en el encendedor. El hombrecillo tenía el cuchillo en el aire y también miraba al encendedor.
-¡Tres!
-¡Cuatro!
-¡Cinco!
-¡Seis!
-¡Siete!
Traducción de Carmelina Payá y Antonio Samons.
Publicado por Anagrama.
LLUEVE SOBRE MI CORAZÓN (1969) de Francis Ford Coppola
Llueve sobre mi corazón (The Rain People) es la última y la mejor de las pequeñas películas que realizó Francis Ford Coppola antes de pasar a la historia del cine con mayúsculas con El padrino (The Godfather, 1972), y en ella aún quedan patentes su gusto y admiración, compartidos por la mayoría de sus compañeros de generación, por un cine europeo en el que los directores contaban historias sencillas de manera muy personal y con total libertad, en el que director era el autor de la película. Trasladando esto a las ciudades y carreteras de Estados Unidos, Coppola escribe y dirige un film protagonizado por personajes abandonados que navegan a la deriva y que bebe claramente de la multitud de maravillosos relatos que pueblan la literatura norteamericana del siglo XX.
Aquí los personajes son Nat (Shirley Knight), una mujer embarazada que abandona a su marido durante una temporada para sentirse libre y encontrarse a sí misma; Jimmy (James Caan), un autoestopista al que Nat recoge, exjugador de fútbol americano que, por culpa de un golpe en la cabeza sufrido durante un partido, ha perdido parte de sus facultades mentales, y Gordon (Robert Duvall), un policía de tráfico viudo que aún busca a su esposa en otras mujeres y con el que Nat tendrá una fugaz y dramática aventura. Los tres son «gente de lluvia», the rain people -título y póster, entre mis preferidos del cine-, personas frágiles, desorientadas, que intentan huir de algo o buscan sin saber qué.
Llueve sobre mi corazón no es una obra maestra, pero sí una pequeña joya imperfecta que transpira autenticidad por todos sus poros, una Road Movie triste y desoladora que derrocha cariño por sus personajes y que en su última secuencia, la que transcurre en la caravana de Gordon, guarda fragmentos del cine más hermoso y personal que haya filmado Coppola.
KWAIDAN de Lafcadio Hearn / EL MÁS ALLÁ (1964) de Masaki Kobayashi
Escritor británico nacido en Grecia, Lafcadio Hearn pasó buena parte de su vida en Japón. Allí se casó, se nacionalizó japonés, trabajó como periodista y como profesor y se dedicó a estudiar la historia, las costumbres y las leyendas niponas. De las obras que nos legó, quizá la más popular sea Kwaidan (Kwaidan: Stories and Studies of Strange Things, 1903), una recopilación de cuentos fantásticos en los que los fantasmas son los principales protagonistas: una joven que, antes de fallecer, le promete a su novio que volverá a nacer para casarse con él; un sacerdote que regresa de la muerte convertido en jikininki, un devorador de cadáveres; el espectro de una joven esposa, que vuelve al mundo de los vivos para recuperar una carta comprometedora; la Mujer de Nieve, una bellísima y terrible aparición que perdona la vida a un leñador a cambio de que no revele a nadie que la ha visto…
Mi relato preferido del libro, «La historia de Miminashi-Hoichi», nos cuenta lo que le acontece a un virtuoso músico ciego: tras ser invitado por los fantasmas de un clan que murió en una famosa batalla a tocar para ellos, el sacerdote en cuya casa vive tendrá que trazar en todo el cuerpo del músico un texto mágico que lo libere del poder de los aparecidos. Por desgracia, olvidará pintarse el texto en las orejas.
A la hora del crepúsculo, el sacerdote y su ayudante desnudaron al trovador y, valiéndose de unos pinceles, le trazaron en el pecho, en la espalda, en los labios, en las manos y en las piernas, en fin, hasta en las plantas de los pies, el texto piadoso del sûtra llamado Han’nya-Shin-Kyo. Cuando terminaron esta operación, el sacerdote dijo a Hoichi:
-Esta noche, poco tiempo después de que yo marche, te irás a sentar en el pórtico, y esperas allí. Probablemente vendrá una voz y te llamará; pero, ocurra lo que ocurra, no contestes ni te muevas. Seguirás sentado y sin hablar, y en actitud meditabunda. Si te agitas o haces algún ruido, serás partido en dos trozos. No temas nada, ni tampoco intentes pedir ayuda, porque ninguna ayuda humana podrá salvarte. Si cumples todas las instrucciones según te las doy, el peligro desaparecerá y no tendrás nada que temer de aquí en adelante.
Traducción de Pablo Inestal.
Publicado por Alianza Editorial.
El cuento de Hoichi y sus pobres orejas es uno de los cuatro del libro que escogió el gran Masaki Kobayashi para adaptarlos al cine. El resultado, conocido en España como El más allá (Kwaidan, 1964), es una de las grandes obras maestras del cine fantástico.
ENOCH SOAMES de Max Beerbohm
Contemporáneo de Chesterton, novelista, escritor de relatos y caricaturista, Max Beerbohm es el autor de «Enoch Soames», uno de los cuentos en los que el diablo hace de las suyas que más me gustan, publicado en 1919 formando parte del libro Siete hombres (Seven Men).
El propio Beeerbohm, como tercer personaje en discordia y narrador, es quien nos cuenta la historia de un poeta sin éxito -el Soames del título- obsesionado por la trascendencia de su obra. Cierto día en que ambos se encuentran en un restaurante hablando sobre ello, el diablo se les une y le propone a Soames un pacto: a cambio de llevárselo con él al infierno, lo trasladará cien años en el futuro para que pueda visitar la sala de lectura del Museo Británico y comprobar si su nombre ha pasado a la posteridad.
Relato perfecto de apenas treinta páginas, quizá inspirado en la lectura de La máquina del tiempo (The Time Machine, 1895) de H. G. Wells, ha conocido diversas ediciones en castellano. El fragmento siguiente pertenece a la traducción incluida en la Antología del relato fantástico (1940) de Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo, publicada por Edhasa.
¿No había manera de ayudarlo, de salvarlo? Un compromiso es un compromiso, y jamás incitaré a nadie a eludir una obligación. No hubiera levantado un dedo para salvar a Fausto. Pero el pobre Soames, condenado a pagar con una eternidad de tormento una busca infructuosa y una amarga desilusión…
Me parecía raro y monstruoso que Soames, de carne y hueso, con su capa impermeable, estuviera en ese momento en la última década del otro siglo, hojeando libros aún no escritos y mirado por hombres aún no nacidos. Todavía más raro y más monstruoso, pensar que esta noche y para siempre estaría en el infierno. Bien dicen que la verdad es más extraña que la ficción.
PYGMALION (1938) de Anthony Asquith y Leslie Howard
La obra de teatro de George Bernard Shaw publicada en 1912, inspirada en el mito clásico de Pigmalión y Galatea y que llevaba implícita la crítica de su autor a lo mal que hablan el inglés los propios británicos, ha conocido dos adaptaciones cinematográficas a su altura. La más conocida, por supuesto, es My Fair Lady (1964), la magistral versión musical de George Cukor que se llevó un saco de Óscars y que fue protagonizada por unos deslumbrantes Audrey Hepburn y Rex Harrison.
No tan famosa, por desgracia, es Pygmalion, una deliciosa comedia romántica y, por momentos, muy loca dirigida por Anthony Asquith y Leslie Howard. El propio Howard interpreta a Henry Higgins, el experto profesor de fonética que le apuesta al coronel Pickering que en seis meses convertirá a la harapienta y vulgar vendedora de flores Eliza Doolitle (Wendy Hiller) en una dama de modales exquisitos y dicción perfecta. Para ello, se la llevará a vivir a su casa, donde la someterá a extenuantes clases tratándola como a un mero objeto de experimentación; pero, al igual que el Pigmalión escultor, acabará enamorándose de la Galatea que ha creado.
Mucho menos lujosa, por descontado, que la posterior versión de Cukor, la de Asquith y Howard emplea la mitad de tiempo en explicarnos la historia gracias a una magistral lección de montaje y elipsis narrativa que nos impide pestañear para no perdernos nada. Junto a esa brillante puesta en escena nada teatral, absolutamente cinematográfica, unos diálogos divertidísimos (Óscar al mejor guion adaptado) dichos a ritmo de ametralladora por un reparto soberbio desde los protagonistas hasta el último secundario, con mención especial para Wilfrid Lawson, que interpreta al aprovechado padre de Eliza. Todo ello para una enorme comedia que merece situarse mucho más cerca, en cuanto a prestigio, de su hermana cantada y en colores.