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VRAH SKRÝVÁ TVÁR (1966) de Petr Schulhoff
Entre 1964 y 1979, el cineasta Petr Schulhoff realizó cuatro películas policiacas protagonizadas por el inspector Kalas, al que prestó rostro y presencia el estupendo actor Rudolf Hrusínský. Ninguna de ellas se estrenó en nuestro país. Buscando en la red, solo he podido encontrar la segunda de la serie, Vrah skrývá tvár, conocida en el mercado anglosajón por el título The Murderer Hides His Face. Una lástima no haber encontrado las otras tres.
La historia nos lleva al pueblo de Drnovice, en el que ha aparecido el cadáver de una mujer asesinada. El inspector Kalas y sus ayudantes, encargados de la investigación, comienzan centrando sus sospechas en un conocido de la víctima que habló con ella poco antes de que la mataran; pero a medida que avanzan en el caso el número de sospechosos aumenta y descubren que probablemente se enfrentan a un asesino en serie que ya había cometido otro crimen.
Desde su inicio, el film busca enganchar al espectador y no soltarlo, por lo que va directo al centro de la trama, sin preámbulos innecesarios. Mientras aparecen los títulos de crédito, la cámara aprovecha para guiarnos por el interior de un bosque hasta descubrirnos el cuerpo sin vida de una joven. En la siguiente escena, Kalas y sus hombres ya aparecen en el lugar del crimen. Y los siguientes noventa minutos van por el mismo camino: nada de subtramas paralelas ni de las vidas privadas de los policías ni de complejos retratos psicológicos. Aquí se trata, simplemente, de encontrar a un asesino.
Estamos, pues, ante una película de dirección clásica y precisa, sin adornos, que solo busca contarnos bien una historia y entretenernos con ella. Lo consigue con creces. No es una obra genial, pero para los que disfrutamos con una buena intriga criminal que nos mantenga pegados a la butaca, supone un más que grato descubrimiento, con la curiosidad añadida de poder ver una película checoslovaca del género policiaco, lo que, desde luego, no sucede a menudo.
BELLE DE JOUR de Joseph Kessel
En 1967, Luis Buñuel estrenaba Belle de jour, una de sus más famosas y controvertidas películas, la historia de una joven llamada Severine (Catherine Deneuve), con aspecto de no haber roto un plato, que lleva una vida acomodada, formal y monótona en todos los sentidos junto a su marido (Jean Sorel) hasta que sus recurrentes fantasías sexuales la llevan a convertirse en prostituta durante unas horas al día y, como consecuencia, a entrar en contacto con el mundo de la delincuencia. Seguro que Hitchcock estaría mirando por un agujerito.
Aunque en líneas generales el film adapta fielmente la homónima, polémica y espléndida novela de Joseph Kessel, publicada en 1928, el guion de Buñuel y su habitual colaborador Jean-Claude Carrière introduce algunas variaciones en relación con los personajes de Hippolyte (Francisco Rabal) y Marcel (Pierre Clémenti), los dos delincuentes, y sobre todo con el de Severine, hasta el punto de que las miradas del director español y del escritor francés hacia su protagonista acaban resultando, o eso creo, bien distintas.
Mientras Kessel se esfuerza en crear el complejo retrato psicológico de una mujer que sufre atrapada entre el sincero amor por su marido y el ineludible deseo de realizar sus fantasías; en intentar, incluso, comprenderla y aceptarla y otorgarle una final, y seguramente tardía, oportunidad de redención, Buñuel banaliza y simplifica el drama y despoja a su personaje, acaso desde un punto de vista misógino, de todos los matices trágicos que, en el texto de Kessel, hacían de ella una víctima de sí misma. El cineasta, en fin, se muestra mucho más interesado, por no decir que se recrea, en los aspectos fetichistas y perversos de la historia, mostrados de manera explícita en la representación de los sueños de Severine, esos sueños que en su mente acaban mezclándose con la realidad en ese final, tan cruel, ambiguo y distinto al del original literario como fascinante, a partir del cual el director portugués Manoel de Oliveira imaginó una suerte de continuación titulada Belle toujours (2006).
Y ahora, por los muelles húmedos de crepúsculo, por brillantes avenidas que no reconocía, por plazas tan inmensas como su miseria, hirvientes como la gusanera que taladraba su cerebro, Severine huía de la calle Virene, de Monsieur Adolphe, de lo que había hecho y, sobre todo, de lo que iba a hacer. No quería pensar en ello y le parecía inadmisible la idea de volver a su casa y encontrar todo en orden, como lo había dejado al salir unas horas antes. Caminaba cada vez más de prisa, sin ocuparse de la dirección que llevaba, como si la cantidad de pasos bastara para franquear el espacio que la separaba de su apartamento, espacio que se le antojaba más difícil de atravesar a cada minuto que transcurría. Y así, unas veces surcando densas multitudes, otras recorriendo callejuelas vacías, siguió caminando, como el animal acosado que intenta escapar de la herida y la muerte a toda carrera. La detuvo, al fin, el cansancio. Se apoyó contra un muro aprovechando la oscuridad que reinaba en aquel lugar. Y en seguida invadieron su espíritu imágenes abrumadoras y atroces. Quiso huir de ellas reemprendiendo la marcha. pero esta vez no fue muy lejos y cayó en un profundo estado de abatimiento, a merced de sus fantasmas interiores. Se entregó por completo al recuerdo del día que acababa de vivir. Persistía una y otra vez la necesidad de forzarse a realizar aquella evocación. Era necesario: sólo de esta forma se libraría de las decisiones fantasmales que la amenazaban y perseguían mientras cruzaba enloquecida la ciudad. Pero poco a poco fue perdiendo el control de sus pensamientos. Y se le aparecieron, como barreras alucinantes que debía salvar, la entrada de su casa, la mirada del portero, la sonrisa de su doncella, los espejos, todos los espejos, todo cuanto reflejase aquel rostro que había sentido la presión de los labios húmedos y gordezuelos de Monsieur Adolphe. Pensó que era preferible correr otra vez el camino en sentido inverso, llegar a casa de Madame y encerrarse allí para toda la vida, día y noche.
-Belle de Jour… Belle de Jour.
Traducción de Ángel Fernández Santos para Aymá.
EL RENO BLANCO (1952) de Erik Blomberg
Mientras el cine finlandés contemporáneo es más o menos conocido gracias, sobre todo, a la obra de los hermanos Kaurismäki, seguimos sabiendo bien poco de las películas clásicas filmadas en este país nórdico. Por eso, cuando uno se topa con una que recibió el Premio Internacional de 1953 en Cannes y el Globo de Oro de 1956 a la mejor película de habla no inglesa y además resulta que nos cuenta una historia vampírica ambientada en una aldea de las montañas, la curiosidad cinéfila no tiene más remedio que echarles un vistazo a los poco más de sesenta minutos de El reno blanco (Valkoinen peura), dirigida y fotografiada por Erik Blomberg y escrita por él mismo y por su esposa, Mirjami Kuosmanen, que también interpreta el personaje principal.
La protagonista del film es una joven llamada Pirita que, al poco tiempo de contraer matrimonio, acude a un hechicero para asegurarse de que conservará para siempre el amor de su marido. Pero este hecho tendrá como consecuencia que el espíritu maligno que Pirita lleva en su interior se manifieste en forma de vampiro capaz de transformarse en un reno completamente blanco que atrae a los cazadores para matarlos.
Como era de esperar, la cinta es realmente singular, una rara avis en toda regla cuyas virtudes acaban, por fortuna, imponiéndose a sus defectos. Frente a un desarrollo argumental y unas interpretaciones que no acaban de convencerme, la cámara compone una sucesión de planos extraordinarios que alternan la blancura absoluta del día y la nieve con la oscuridad repleta de sombras, tan sugerente esta como la que dominaba los films de terror de Jacques Tourneur y Val Lewton, con los que el de Blomberg guarda más de una similitud.
Desde su preciosa secuencia inicial a modo de prólogo, nos encontramos pues ante una película que nos gana por la belleza de sus imágenes, un romántico poema visual de amor y muerte recomendable para los buscadores de rarezas cinematográficas y, sobre todo, para los incansables coleccionistas de historias vampíricas que no se conforman con los archiconocidos estereotipos.