Archive for the ‘Cine alemán’ Category
DER VERLORENE (1951) de Peter Lorre
Al gran Peter Lorre todos lo recordamos por su insustituible presencia en el cine negro americano, interpretando sibilinos personajes secundarios que, a menudo y sin esfuerzo aparente, le robaban la escena al protagonista; también, cómo no, por su caracterización del asesino de niños Hans Beckert en M (1931), de Fritz Lang. Pero el culto y polifacético húngaro László Löwenstein, que así se llamaba Lorre realmente, también escribió y dirigió, durante su regreso temporal a Alemania tras la guerra, una estupenda película titulada Der Verlorene, conocida aquí en su edición doméstica como El hombre perdido. Por desgracia, fue un fracaso absoluto entre un público alemán más bien reacio a recordar sus demasiado recientes miserias y el film tuvo que esperar más de treinta años para que se viera en las pantallas de Estados Unidos.
Al comienzo de la película encontramos a Lorre en la piel del doctor Neumeister, médico de un campo de refugiados al que asignan un ayudante llamado Nowak, un tipo cuyo nombre es en realidad Hösch y que ya había trabajado con el doctor cuando este se llamaba Rothe y sus experimentos científicos estaban al servicio de los nazis. Esta sombra del pasado hace que Rothe regrese a los tiempos de la guerra y que en sucesivos flashbacks se nos expliquen los hechos que lo convirtieron en un hombre atormentado por la culpa: informado de que su prometida era en realidad una espía de los aliados y amante de otros hombres, Rothe la asesinó; pero las autoridades, a fin de que pudiera continuar con su trabajo, encubrieron el crimen haciéndolo pasar por un suicidio, lo cual despertó en el hasta entonces pacífico médico las ansias por continuar matando.
A pesar de alguna secuencia que nos lleva de vuelta al expresionismo y de un plano que puede recordarnos a uno muy similar de M, Der Verlorene resulta una película bastante austera en su forma. Lorre no busca impactar al espectador ni con su cámara ni con su contenida interpretación, hasta el punto de que en muchos momentos me resulta un film más desnudo, más real, que algunos neorrealistas. Ni siquiera se recrea en el morbo del argumento ni en la exhibición de la parafernalia nazi para subrayar su denuncia, como hacía, por ejemplo, la muy entretenida La noche de los generales (The Night of the Generals, 1966), de Anatole Litvak. Todo esto quizá comporte alguna decepción entre los espectadores que esperen una película trepidante en torno a un desquiciado asesino envuelto en las sombras, pero no entre quienes acepten una historia contada de manera más discreta y sobria de lo habitual en el género, con fragmentos magistrales como el de la huida de la prostituta que ve la muerte en la mirada de Rothe o el tan breve como rotundo plano final, y que entre líneas nos habla alegóricamente sobre las consecuencias de la impunidad, sobre los efectos que puede causar en ciertas personas sentirse invulnerables.
Adiós a Sam Shepard (1): PARÍS, TEXAS (1984) de Wim Wenders
Sam Shepard tuvo el buen gusto de no dejar sola a Jeanne Moreau en su último viaje. Conocido en España sobre todo por su trabajo como (gran) actor, fue también director de cine, guionista, autor teatral, poeta y escritor de relatos. Compañero de fatigas artísticas de Raymond Carver, James Salter, Richard Ford, Bob Dylan y tantos otros autores que han ido creando la gran crónica norteamericana de los siglos XX y XXI, su literatura nos muestra la cara más cotidiana y amarga de las relaciones humanas, el otro lado del sueño, siempre susurrando entre líneas mucho más de lo que dicen las palabras. Como muestra de ello pasó por aquí hace tiempo el relato Todos los árboles están desnudos, uno de mis favoritos.
En cuanto a su labor como guionista, Shepard escribió para Wim Wenders -cineasta alemán pero absolutamente enamorado de cierta mitología norteamericana- dos películas hermanadas: Llamando a las puertas del cielo (Don’t Come Knocking, 2005) y, sobre todo, París, Texas (Paris, Texas), una de mis películas preferidas de siempre, la odisea homérica de un hombre llamado Travis (portentoso Harry Dean Stanton) que cruza el país con su hijo para llevarlo de nuevo junto a su madre (Nastassja Kinski), cuyo germen es un libro del propio Shepard, compuesto de textos en prosa y poemas, titulado Crónicas de motel (Motel Chronicles, 1982). En palabras del propio Wenders: «El film que yo había querido hacer en los Estados Unidos estaba ahí, en ese lenguaje, esas palabras, esa emoción americana. No como un guion, sino como una atmosfera, un sentido de la observación, una suerte de verdad»
Wenders y Shepard agarran esa «atmósfera» para realizar uno de los films más genuinamente americanos de la historia, compendio de una forma de entender la vida trasladada al arte. Carreteras interminables, moteles y tugurios, luces nocturnas de neón, vidas derrotadas en busca de algo o de alguien para encontrarse a sí mismas, para alcanzar la redención: toda una iconografía estética y ética de la derrota que tiene no poco de romántico y que está presente en la mejor literatura de Shepard y de sus contemporáneos -incluido el austriaco Peter Handke, especialmente el de Carta breve para un largo adiós-, en la música de Dylan y de tantos otros, en la obra de fotógrafos como Robert Adams o en la pintura, tan cinematográfica y con tantas historias dentro por imaginar o descubrir, de Edward Hopper.
Aspectos culturales que, en mi opinión, no son ajenos -o quizá incluso provengan de él- al wéstern, el género norteamericano por antonomasia, cuya filmografía está repleta de tipos solitarios que buscan su lugar en el mundo o que ya han renunciado a él, de desarraigados que tratan de olvidar su pasado o que han de retomarlo para dejarlo definitivamente atrás y reencontrarse. Parte de su imaginería está también presente, y de qué manera, a lo largo y ancho de París, Texas, desde su inicio con nuestro protagonista deambulando amnésico por el desierto, hasta la enorme influencia que, a mi modo de ver, recibe de un clásico como Centauros del desierto (The Searchers, 1956), de John Ford.
Tanto Ethan Edwards (John Wayne) como Travis emprenden un viaje para encontrar a alguien -Ethan, a su sobrina, raptada por los comanches; Travis, a su esposa-, y al terminar esa odisea con éxito, algo de absolución, de paz con respecto al pasado y a ellos mismos, se llevan consigo; pero también la inevitable derrota de saber que ya no pueden quedarse entre sus familiares, que su lugar ya no está entre ellos. Con la figura de Ethan traspasando el umbral de la puerta para dirigirse al desierto y con las luces del coche de Travis desapareciendo en la noche hacia no sabemos dónde, dos almas gemelas, dos de los más grandes personajes del cine norteamericano, nos abandonan para continuar su propia búsqueda.
MENSCHEN AM SONNTAG (1930) de Robert Siodmak y Edgar G. Ulmer
Unos años antes de abandonar Alemania a causa de la llegada al poder del partido nazi, Fred Zinnemann, Robert y Curt Siodmak, Edgar G. Ulmer y Billie (Billy) Wilder colaboraron en la realización de una película muda difícilmente clasificable que mostraba, a caballo entre la realidad y la ficción, la vida cotidiana de los berlineses de la época. Titulada Menschen am Sonntag, es conocida actualmente en español como Gente en domingo, Hombres en domingo o Los hombres del domingo. Oficialmente, Robert Siodmak y Ulmer se encargaron de la dirección, Wilder y Curt Siodmak del guion y Zinnemann de la fotografía, aunque resulta imposible, como es lógico, dilucidar dónde empezaban y acababan las funciones de cada uno.
Interpretada por actores y actrices no profesionales, la película se desmarca del trágico pesimismo expresionista que aún imperaba en el cine alemán y recurre a un nuevo realismo luminoso y humanista para mostrarnos cómo pasan un caluroso domingo de verano los habitantes de Berlín, centrándose en la ficticia historia de dos chicos y dos chicas que hacen una excursión a un lago durante la que los coqueteos, las bromas y la alegría por sentirse aún lejos de la rutina del lunes van dando paso al deseo, los celos y la tristeza.
Estamos pues ante un film que probablemente estaba llamado a abrir nuevas vías en la cinematografía de su país, un eslabón por fortuna no perdido del cine europeo que descubrió a un grupo de grandes cineastas y cuya influencia, si no en el cine alemán posterior, quizá sí se pueda rastrear en el cine francés de los años 30 -por ejemplo, en la breve filmografía de Jean Vigo o en la obra maestra de Jean Renoir Una partida de campo (Une partie de campagne, 1936)- y, aunque sin su carga dramática y de denuncia social, en el neorrealismo italiano.
Editada por Feel Films.
ASFALTO (1929) de Joe May
Mucho menos conocido que Murnau, Lang o Lubitsch, entre otras razones porque su aventura americana tras huir del nazismo fue bastante desastrosa, Joe May fue uno de los pioneros que contribuyeron a crear la gran cinematografía alemana del periodo mudo. De nombre real Joseph Otto Mandel, adoptó artísticamente el apellido de su esposa Mia May, actriz a la que dirigió en 1921 en la primera versión de El tigre de Esnapur y La tumba india, el film de aventuras escrito por Thea von Harbou y Fritz Lang que el propio Lang recrearía en 1959.
Una de sus películas más accesibles, gracias a la edición en dvd, es Asfalto (Asphalt), un drama urbano romántico y violento ambientado en un Berlín que desde el inicio, mediante un montaje trepidante y modernísimo que alterna primeros planos, travellings y transparencias, se nos muestra como una ciudad caótica y rebosante de vida, una jungla de asfalto en la que, como veremos, cualquier polluelo está en peligro de caer en tentaciones que le aparten del camino recto.
Tras este magnífico comienzo, la película se cierra en torno a la historia de John Holk (Gustav Frölich), un honrado e ingenuo policía que se apiada de una ladrona -Betty Amann, con un peinado que recuerda a los de Tony Curtis y Jack Lemmon en Con faldas y a lo loco (Some Like It Hot, 1959) de Billy Wilder, quien, por cierto, conocía a May- porque cree que roba para sobrevivir. Cuando se da cuenta del engaño y quiere actuar correctamente llevándola a la cárcel, cae en las redes de esta femme fatale y se enamora de ella; pero, como mandan los cánones, cerca de una de estas perlas siempre anda un tipo con malas pulgas que no atiende a razones.
Aunque la historia y los personajes sean quizá demasiado simples y la moralina final nos traiga la redención de la protagonista -a pesar del erotismo y la violencia presentes, aquí no estamos en el territorio pesimista, asfixiante, sórdido y recargadamente expresionista de La caja de Pandora (Die Büchse der Pandora, 1929), la obra maestra de G. W. Pabst-, la maravillosa planificación y el ritmo febril que otorga May a las imágenes, junto a la gran fotografía de reminiscencias expresionistas de Günther Rittau, hacen de Asfalto una estupenda película en la que, además, podemos descubrir ya ciertos elementos argumentales que formarán parte de lo que en la década de los 40 se conocerá como «cine negro».
Editada por Divisa.
EL PUENTE (1959) de Bernhard Wicki
En 1958 se publicaba en Alemania la novela El puente (Die Brücke), escrita por Gregor Dorfmeister bajo el seudónimo Manfred Gregor. En ella, el autor relataba los hechos ocurridos en abril de 1945, cuando la 2ª Guerra Mundial tocaba ya a su fin: tanto él como sus compañeros de escuela fueron reclutados como soldados para defender el puente sobre el río Isaar, a la entrada de su propio pueblo. Dorfmeister fue el único superviviente de la absurda matanza; tenía 16 años.
Basándose en el libro, el director y actor Bernhard Wicki realizó su película más famosa, merecedora del Globo de Oro a la Mejor Película Extranjera en 1960, una obra maestra del cine bélico en su vertiente pacifista y uno de los films que mejor han retratado la sinrazón de la guerra y el efecto de la manipulación ideológica sobre los más jóvenes.
Wicki divide la película en dos partes muy diferenciadas tanto en el contenido como en el tono que emplea. En la primera, nos muestra el día a día de los muchachos con sus familias y en la escuela: las clases a las que ya no hacen demasiado caso, emocionados ante la posibilidad de ser llamados a filas y convertirse en héroes; los primeros amores, el primer acercamiento al sexo y los primeros desengaños; la preocupación del maestro y de algunas de las madres, y el absurdo orgullo de otras, al ser finalmente reclutados…Pequeños fragmentos cotidianos que van caracterizando a los personajes y que volverán a nuestra memoria al finalizar la película para adquirir todo su sentido e importancia.
La segunda parte, la que sobre todo ha hecho de El puente una película imperecedera y que probablemente dejó huella en el Spielberg de Salvar al soldado Ryan (Saving Private Ryan, 1998), nos narra la cruenta defensa del puente frente a los tanques americanos tras el breve adiestramiento de los pequeños soldados. Wicki filma una larga secuencia en la que, al amparo de la extraordinaria fotografía en blanco y negro de Gerd von Bonin, se mezclan la valentía y el miedo, la infancia y la repentina madurez, el compañerismo y el horror ante la muerte, el orgullo por defender el puente y la tardía certeza de que nada tiene sentido. Imágenes imborrables, una tras otra, que culminan con el lento regreso hacia su casa, dejando tras de sí el cuerpo del último de sus compañeros, del único superviviente de la batalla, el muchacho que años más tarde contará la historia.
Editada en DVD por Avalon (Filmoteca FNAC).
¡FRAUDE! de Clifford Irving / FRAUDE (1973) de Orson Welles
Clifford Irving, novelista nacido en New York, famoso en los años 70 por escribir una biografía falsa del magnate Howard Hugues. Tras reconocer su delito, pasó 17 meses en prisión. El caso fue llevado al cine por Lasse Hallström en La gran estafa (The Hoax, 2006), con Richard Gere en el papel de Irving.
Elmyr de Hory, alias von Houry, alias Herzog, alias Dory-Boutin, alias etc, probablemente de origen húngaro, pintor, considerado como el mayor falsificador de obras de arte del siglo XX, perseguido durante buena parte de su vida por la policía de medio mundo, se jactaba de que las paredes de las más importantes pinacotecas están decoradas con sus falsificaciones. Al parecer se suicidó en 1976, cuando estaba a punto de ser detenido, pero ni siquiera su muerte, como otros muchos sucesos de su biografía, quedó del todo clara.Varios testigos que lo conocían afirmaron haberlo visto vivito y coleando en diversas partes del mundo durante los años posteriores. Irving escribió al respecto:
«¿Murió Elmyr en 1976, o practicó su último y magnífico acto de falsificación? ¿Llegaron él, Robert y tal vez Ken Talbot, el corredor de apuestas de Londres, a algún acuerdo? ¿Permaneció el escurridizo húngaro durante diez o veinte años confortablemente sentado en una casa en Double Bay contemplando los botes del puerto de Sidney? ¿Temblaban sus dedos a causa de la edad cuando firmaba en el caballete sus nuevos cuadros?
¿Y con qué nombre, o nombres, los firmaba?
Aún no conozco la respuesta, pero espero encontrarla algún día.»
Irving y de Hory se conocieron en Ibiza en la década de los 60, y al parecer fue la influencia del pintor húngaro la que llevó al escritor a planear la estafa sobre la biografía de Hughes. De su amistad y de las largas veladas que compartieron en la isla surgió un libro maravilloso titulado ¡Fraude! (Fake! The Story of Helmyr de Hory, the Greatest Art Forger of Our Time, 1969), novela de aventuras repleta de humor y de anécdotas extraordinarias y también de desprecio hacia la gran mentira del arte, biografía de uno de los personajes más fascinantes del siglo pasado, un pícaro moderno que soñaba con llegar a ser un gran pintor y que sólo logró el reconocimiento copiando el estilo y la firma de otros.
«Es absolutamente desproporcionado -dijo- el dinero que se paga en relación con el valor real de los cuadros. Ciertos sellos viejos o desfigurados tienen un valor inmenso, no por su belleza o valor artístico, sino por su escasez. Pero la pintura moderna, quiero decir las llamadas obras maestras del siglo XX francés, como Matisse, Dufy, etc., o los fauvistas no escasean en absoluto. Estos hombres eran pintores prolíficos. Sus obras están en todas las grandes galerías o museos del mundo. Y no alcanzan ese gran valor por ser obras maestras, en absoluto. Si pensamos en artistas muertos hace tiempo, fabulosos y maravillosos, como Franz Hals o Rembrandt, y los otros grandes pintores del Prerrenacimiento, y nos damos cuenta de que algunos de sus cuadros se cotizan bastante menos que algunos de Miró, Renoir o Picasso, por ejemplo, se le ponen a uno los pelos de punta como si se hubiera electrocutado. Realmente es increíble que alguien como Picasso, aún en vida, entre dos cigarrillos, hace un pequeño dibujo y eso se transforma inmediatamente en dinero, en oro. Se supone que John Paul Gemí es el hombre más rico del mundo, pero en un año, si quisiera, Picasso podría hacer más dinero que Gemí. Puede trazar una línea, firmarla y cobrar por ella en cinco segundos sólo con llamar por teléfono. ¡Fantástico! Es algo que nunca ha tenido comparación en el mundo del arte o el comercio. He oído una historia de Fernand Legros, que había enviado uno de mis Picassos a Picasso para que certificara su autenticidad, y Picasso, que no estaba totalmente seguro, preguntó al que lo llevó:
-¿Cuánto pagó el marchante por él? -le dieron una cifra fabulosa, unos 100.000 dólares, y Picasso dijo:
-Bueno, si han pagado tanto, debe de ser auténtico.»
Orson Welles conoció a ambos personajes en Ibiza y estuvo presente en algunas de las veladas que organizaron. Fascinado por sus historias y aprovechando el material que el director francés François Reichenbach había filmado sobre Elmyr para un documental de la BBC, rodó Fraude (F for fake), una coproducción franco-alemana en la que, a partir de las estafas de Irving y de Hory y recreando incluso un episodio inventado de la vida de Picasso, el propio Welles, como maestro de ceremonias disfrazado de mago, reflexiona sobre lo real y lo ficticio, sobre los artistas reconocidos y los anónimos, sobre la maravillosa mentira que es el arte en todas sus variantes y lo maravilloso que es creérsela. Fraude fue, a la postre, su testamento cinematográfico, su última obra maestra, fruto del encuentro de tres grandes ilusionistas.
¡Fraude! está publicada por Norma Editorial.
Traducción de Paulino Posada y Manel Domínguez.
Fraude está editada en DVD por Manga Films y por Avalon.
TOKYO-GA (1985) de Wim Wenders
Admirador de la obra de Yasujiro Ozu, el cineasta alemán Wim Wenders hizo su particular viaje a Tokio para comprobar si en la capital japonesa quedaba algo de lo que mostraban las películas del director. Las imágenes que grabó forman el documental Tokyo-Ga, que enseña una ciudad completamente occidentalizada (americanizada), en la que la gente mata el tiempo jugando a las tragaperras y a los videojuegos, los jóvenes bailan rock and roll en las plazas, y donde abundan los locales de comida rápida. Como contrapunto a ese Japón moderno, Wenders intercala las conversaciones con el actor Chishu Ryu y el camarógrafo Yuharu Atsuta, colaboradores habituales de Ozu, que le recuerdan de manera emocionada, y fragmentos de Cuentos de Tokio (Tokyo monogatari, 1953) -también conocida como Viaje a Tokio-, la película más célebre de Ozu. Para terminar el documental, Wenders elige precisamente el final de esa obra maestra del cine, en el que el anciano protagonista contempla la ciudad a través de la ventana de su casa, ya completamente solo.
Tokyo-Ga es un breve y sentido homenaje a una ciudad y un cine ya desaparecidos, y con él Wenders consigue lo que, probablemente, persigue ante todo: que no decaiga la sana costumbre de continuar viendo películas de Ozu.
DOBLE SESIÓN CON TOM RIPLEY: A PLENO SOL (1959) de René Clément / EL AMIGO AMERICANO (1977) de Wim Wenders
En 1955 aparece publicada la novela El talento de Mr. Ripley (The talented Mr. Ripley), la carta de presentación del personaje seductor, culto, amante del buen vino, estafador y asesino creado por la magnífica escritora Patricia Highsmith, y que últimamente va apareciendo en alguna lista de las mejores novelas del siglo xx. Tras ella, otras cuatro obras, todas buenísimas, tienen a Tom Ripley como protagonista: La máscara de Ripley (Ripley under ground, 1970), El juego de Ripley (Ripley´s game, 1974), Tras los pasos de Ripley (The boy who followed Ripley, 1980) y Ripley en peligro (Ripley under water, 1991), todas ellas publicadas por Ed. Anagrama. Sólo la primera y la tercera han sido llevadas al cine.
El realizador francés René Clément adapta la primera de las novelas en A pleno sol (Plein soleil), con Alain Delon en el papel de Ripley. Valiéndose de una fotografía (en color y muy pictórica, obra de Henri Decae), una música (Nino Rota), y un ritmo nada propios, a priori, de un film de intriga, y cambiando el final, que en la novela propicia la continuidad del ciclo, Clément consigue una obra maestra y su película más conocida junto a Juegos prohidos (Jeux interdits, 1951). La propia Patricia Highsmith dijo que era la mejor adaptación de una de sus obras, por encima incluso de Extraños en un tren (Strangers on a train, 1951), de Hitchcock.
En 1999 se estrenó una versión homónima de la novela dirigida por Anthony Minghella, absolutamente plana e insulsa, en parte por contar con un imposible Matt Damon dando vida (o muerte) a Tom Ripley.
La tercera de las novelas del ciclo es adaptada por el alemán Wim Wenders en El amigo americano (Der amerikanische freund), uno de sus mejores films, en el que consigue aunar lo mejor del cine de género americano (p.e. la escena del asesinato en el tren) con el ritmo más pausado característico del cine europeo. Junto a un sorprendente Dennis Hopper interpretando a Ripley con sombrero vaquero, y a un, como siempre, magnífico Bruno Ganz, en la película aparecen en papeles secundarios Sam Fuller y Nicholas Ray, como homenaje de Wenders a unos cineastas a los que admiraba.
Liliana Cavani dirigió una nueva adaptación de la historia, con el mismo título que la novela, estrenada en 2002. Vale la pena verla por la interpretación de John Malkovich y porque es bastante mejor que los horrores a los que nos tenía acostumbrados la directora de Portero de noche.
A pleno sol está editada en DVD por Manga Films.
El amigo americano está editada en DVD por Filmax.
EL CEBO (1958) de Ladislao Vajda / EL JURAMENTO (2001) de Sean Penn
La novela del escritor suizo Friedrich Dürre nmatt (1921-1990) La promesa (Das Versprechen, 1957) ha sido llevada al cine, que yo conozca, en dos ocasiones, demostrando lo distintas que pueden ser dos adaptaciones a partir de un mismo material, dependiendo del valor que se le dé a cada aspecto del relato.
Un excomandante de la policía suiza le explica a un escritor de novelas policíacas la historia de un crimen y de una obsesión: el asesinato de una niña en el bosque, el arresto del principal sospechoso, que acabará suicidandose tras confesarse culpable, la promesa hecha por el inspector Matthäi a la madre de la niña y su conviccción de que el asesino aún anda suelto, lo que le llevará a seguir investigando por su cuenta. El excomandante, antes de relatar el final de la historia, invita al escritor a recrearla, pero sugiriéndole un final feliz: el culpable es atrapado, el inspector estaba en lo cierto.
El cebo (Es geschah am hellichten Tag, 1958), coproducción hispano-suiza dirigida por Ladislao Vajda- autor de, entre otras, Marcelino, pan y vino (1954)-, es una gran película policíaca, uno de los mejores ejemplos del género dentro de nuestro cine, pero adapta sólo la investigación policial, la búsqueda del criminal, dejando de lado la evolución psicológica del inspector Matthäi. El propio Dürrenmatt se hizo cargo del guión y, curiosamente, su final es el propuesto al escritor en la novela, el final feliz y más típico.
En El juramento (The pledge, 2001), el actor y director Sean Penn realiza una adaptación más fiel a la novela, narrando la investigación pero centrándose mucho más en el personaje del inspector y en su viaje hacia la locura. Su final será aún más trágico que en la novela: en ésta el excomandante descubre que las sospechas de Matthäi eran ciertas, pero cuando quiere comunicárselo ya es tarde, el inspector ha perdido la razón; en el film de Penn ninguno de los personajes conocerá la verdad de la historia- sólo nosotros, los espectadores, la sabremos-, y Matthäi (Jack Nicholson, su mejor interpretación en mucho tiempo) acabará loco, repudiado e incomprendido.
El cebo es una exquisita rareza dentro de nuestro cine de los años cincuenta; El juramento, uno de los mejores films de la cinematografía norteamericana reciente: dos épocas del cine, adaptaciones muy distintas, miradas complementarias.
El cebo está editada en DVD por Filmax.
El juramento está editada en DVD por Warner.
La novela La promesa acaba de ser recuperada por Editorial Navona.