Archive for the ‘Cine indio’ Category
CHARULATA (1964) de Satyajit Ray
Bhupati (Sailen Mukherjee) y Charulata (Madhabi Mukherjee) forman un matrimonio de la alta sociedad de Calcuta. Bhupati ama y respeta a su esposa, pero todo su tiempo se lo dedica a intentar sacar adelante su diario, centrado en la política inglesa en relación con la India. Charulata, a pesar de ser una mujer culta a la que le encanta leer y escribir, vive dedicada exclusivamente a su marido y al buen funcionamiento de una casa de la que apenas sale y a través de cuyas ventanas ve pasar la vida con ayuda de sus inseparables binoculares. La llegada de Amal (Soumitra Chatterjee), el joven primo de Bhupati, aspirante a escritor, romperá la adormilada rutina de Charulata y despertará en ella aspiraciones y sentimientos a los que ya había renunciado.
Con tres enormes intérpretes y la fotografía del habitual colaborador de Ray Subrata Mitra, Charulata -conocida también por estos lares como La esposa solitaria o La mujer sola– adapta un relato de Rabindranath Tagore titulado El nido roto (Nastanirh, 1901) para introducirnos en la vida de un matrimonio aparentemente feliz en el que imperan el respeto y el cariño, pero en cuyo interior palpita la insatisfacción de Charulata, la esposa abnegada que quizá haya subordinado tácitamente sus ilusiones a las de su marido, aunque Ray se guarda muy mucho de hacer referencia a ello, como tampoco la hace al hecho de que la pareja no tenga hijos. Ni es necesario ni sería apropiado: la discreción que alberga el nido familiar es la misma que se le pide al espectador.
La presencia en este microcosmos -que en parte me recuerda a algunos presentes en el teatro de Ibsen o Chéjov- del alegre Amal y sus ganas de vivir suponen para Charulata una ventana abierta a la huida de su prisión, a otro tipo de amor junto a un alma gemela y a otra forma de vida en que se pueda sentir realizada. Pero, por supuesto, ambos saben mantenerse en su sitio: la fidelidad hacia Bhupati hará que la tensión amorosa que va naciendo entre ellos nunca aflore a la superficie y quede rezagada en sus miradas furtivas, en sus complicidades, en los gestos que dicen lo que las palabras callan.
Película clave en la filmografía de Satyajit Ray, Charulata queda como uno de los grandes retratos femeninos del cine, una obra mayor a la que ni los contados zooms que tan poco me gustan, pero que aquí al menos buscan sustituir las reacciones ante su situación que la protagonista no osa permitirse, le restan puntos en cuanto a la perfección de su puesta en escena. Cada plano es de una precisión quirúrgica que llena la pantalla de belleza formal y expresiva, hasta terminar sorprendiéndonos, en ese final maravilloso, con el recurso de la foto fija. Por el camino, la secuencia en el jardín, en la que Charulata se da cuenta de que comienza a sentir algo por Amal, de que la felicidad puede estar entrando de nuevo entre las cuatro paredes de su vida. Con la excepción de Carta de una desconocida (Letter from an Unknown Woman, 1948), de Max Ophuls, no recuerdo otra película en que se muestre el inicio de un enamoramiento de manera tan mesurada, tan sutil, tan elegante.
ESTRELLA NUBLADA (1960) de Ritwik Ghatak
Nita es una alegre muchacha que vive en las afueras de Calcuta con sus padres, su hermana menor y sus dos hermanos, uno de los cuales, Shankar, renuncia a buscar trabajo porque aspira a ser un gran cantante y se pasa el día practicando. El sueldo que gana Nita en una oficina supone casi el único sustento de la familia, y más aún cuando su otro hermano y su padre sufren sendos accidentes de gravedad. Aunque sueña con una vida mejor lejos de donde vive, la joven aguanta estoicamente su situación, pero acaba por derrumbarse -termina siendo una estrella nublada– cuando su novio es seducido por su hermana y al contraer la tuberculosis. En ese momento, solo Shankar, convertido ya en una celebridad, podrá devolverle a Nita todo lo que hizo por él.
Ante una película india repleta de canciones y con semejante sinopsis, probablemente muchos espectadores, incluso cinéfilos, se batan en retirada; pero quienes se animen a descubrir una cinematografía repleta de grandes obras -y mucho más influida por la occidental de lo que puede parecer a primera vista- se encontrarán ante la gran belleza del cine, esa que no entiende de argumentos poco atractivos ni, menos aún, de fronteras.
Belleza que nos llega desde ya desde los planos que dan comienzo al film: la diminuta figura de Nita pasa por debajo de un enorme árbol y se va acercando hasta el lugar donde su hermano Shankar, sentado en segundo término, está cantando. A lo lejos, un tren -motivo recurrente durante todo el metraje- surca el horizonte, quizá hacia esos lugares a los que Nita ansía irse. Fotografía clara y luminosa -que se irá oscureciendo a medida que avanza la historia- y una tremenda profundidad de campo nada gratuita para presentarnos a los dos personajes principales y el símbolo de los sueños de la protagonista.
A lo largo de las siguientes dos horas, esa lección de cine nos seguirá acompañando en multitud de momentos maravillosos: la expresión en el rostro de Nita, mezcla de tristeza e impotencia, al bajar la escalera tras descubrir en el apartamento de su novio a su hermana; la escena en la oscuridad del hogar, en la que Shankar anima a Nita a cantar juntos una preciosa y optimista balada con el fin de levantarle el ánimo, aunque esa felicidad, con la muchacha al límite de sus fuerzas, será solo pasajera, o la secuencia final, con un Shankar derrotado que vuelve a ver en la calle a una muchacha a la que, en un momento anterior del film, había confundido con su hermana, que nos sugiere de manera brillantísima que la historia de Nita es también la de muchas otras jóvenes y que me recuerda, por su significado, a la que filmó Mankiewicz para ponerle el The End a su Eva al desnudo (All About Eve, 1950).
Película de sentimientos a flor de piel, con una interpretación deslumbrante de la actriz Supriya Choudhury y un concepto vehemente del melodrama quizá cercano a las producciones de Hollywood, lo que le reportó en su momento al director Ritwik Ghatak críticas negativas por parte de algún que otro colega de profesión en su propio país, Estrella nublada (Meghe Dhaka Tara) es considerada hoy por algunos críticos una de las películas más hermosas de la historia del cine. Tan solo es necesario dejar a un lado algunos prejuicios para comprobar cuánto hay en esa afirmación de cierto.
LA DIOSA (1960) de Satyajit Ray
Tras dirigir El mundo de Apu (Apur sansar, 1959) -tercera parte de la impresionante Trilogía de Apu, con la que se dio a conocer en todo el mundo-, Satyajit Ray realizó otra obra maestra titulada La diosa (Devi), probablemente la película más misteriosa, compleja y controvertida de su filmografía y, en mi opinión, una de las más hermosas, un retrato parcial de la sociedad bengalí de 1860, en la que la nobleza comenzaba a entrar en decadencia, y un estudio nada complaciente ni maniqueo en torno a las consecuencias del fanatismo religioso y de la sumisión a sus creencias.
El film nos traslada al seno de una familia de la clase alta compuesta por el anciano patriarca Kalikincar (Chhabi Biswas) -un hombre anclado en el pasado y en sus supersticiones religiosas-, sus dos hijos -uno de los cuales se encuentra en Calcuta estudiando-, las esposas de ambos y un nieto. Cierto día, Kalikincar afirma que en un sueño le ha sido revelado que su nuera Doyamoyee (Sharmila Tagore) es la reencarnación de la diosa Kali. Ante la pasividad de los familiares, que no creen en el anuncio divino pero que tampoco hacen nada por desafiar la autoridad paterna y desmentirlo, el rumor de la reencarnación se extiende y los creyentes van llegando a la casa para adorar a la diosa y pedirle que cure a sus enfermos. Al enterarse de la noticia, Umaprasad (Soumitra Chatterjee), el esposo de Doyamoyee, regresa de Calcuta dispuesto a llevarse consigo a su mujer, pero su indecisión a la hora de desobedecer a su padre y a la ortodoxia religiosa y el desconcierto nacido en la muchacha al ver que los enfermos sanan en su presencia provocarán la tragedia familiar en forma de muerte.
Si bien es cierto que el film critica la fe ciega en los postulados religiosos y muestra hasta qué punto era difícil, en aquella sociedad, oponerse a ellos, creo que también nos ofrece maravillosas ambigüedades a las que agarrarnos como espectadores: por un lado, no queda claro si el anciano ha tenido ese sueño y cree en él o si no es más que un engaño para rebelarse contra las ideas modernas de los jóvenes, para conseguir que los ancestrales dogmas ortodoxos vuelvan a entrar en su casa y que su hijo Umaprasad deje sus estudios y regrese al redil; por otro, el hecho de que algunos enfermos que acuden ante Doyamoyee se recuperen pero esta no sea capaz de impedir que la muerte entre en su propio hogar nos sitúa ante la posibilidad de estar contemplando una serie de casualidades o ante la de una verdadera reencarnación de Kali, de la diosa regeneradora de vida para los que creen en ella y de la diosa de la destrucción para los que dudan. Diferentes posibilidades de lectura que no hacen sino enriquecer aún más esta portentosa película.
Desde el punto de vista puramente cinematográfico, La diosa nos regala, como buena parte del cine de Ray, una sucesión de momentos mágicos: las escenas nocturnas en la alcoba de Doyamoyee, maravillosamente fotografiadas por el gran Subrata Mitra, habitual colaborador del cineasta; la peregrinación de creyentes a casa de Kalikincar mientras escuchamos el canto agradecido de un hombre cuyo hijo ha vuelto a la vida ante la supuesta diosa; el regreso a casa de Umaprasad, justo en uno de los instantes en que su esposa, con lágrimas en los ojos, es adorada por sus fieles, o el impresionante y turbador plano final en que vemos a Doyamoyee huyendo entre la niebla -quizá la niebla de su propia mente-, uno de esos instantes sublimes que engrandecen por sí solos el cine.
En cierta ocasión, Akira Kurosawa afirmó: «No haber visto el cine de Ray es como existir en este mundo sin haber visto el sol o la luna». También en cierta ocasión alguien dijo que la exageración es la mejor forma de mostrar la verdad.