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BRUJAS LA MUERTA de Georges Rodenbach y su presencia en el cine (y 2)
Que yo sepa, la novela de Rodenbach ha conocido dos adaptaciones cinematográficas. La primera es un mediometraje mudo y ruso titulado Griozy (1915) -en inglés, Daydreams– y dirigido por Yevgeni Bauer. El film es bastante fiel al original literario, con la salvedad de que la ciudad en que transcurre la historia no tiene el más mínimo protagonismo. Por lo demás, no me parece una película que ofrezca nada destacable, quizá con la excepción de la secuencia, presente ya en la novela, en que el protagonista asiste a la representación de la ópera de Giacomo Meyerbeer Roberto el Diablo y ve en escena a la bailarina a la que ha estado siguiendo resucitar saliendo de su tumba como si estuviera viendo el regreso de su propia esposa.
Gracias a la segunda adaptación, Más allá del olvido (1956), fue como descubrí tanto la novela de Rodenbach como la versión de Bauer. En algún lugar leí que a menudo se la consideraba una de las mejores películas del cine argentino, así que a por ella que fui solo con esa información. Y sí, el film de Hugo del Carril me pareció magistral; pero la mayor sorpresa -como digo, ni conocía su argumento ni aún la novela- fue que, más o menos a la media hora de metraje, me encontré viendo, o casi, De entre los muertos (Vertigo, 1958), solo que estrenada dos años antes que la celebérrima obra de Hitchcock, filmada en blanco y negro y con intérpretes argentinos.
Al igual que la adaptación rusa, la cinta de Hugo del Carril también obvia la importancia simbólica del espacio para centrarse en la historia, a la que sí aporta sustanciales cambios, sobre todo a su inicio y a su final. De entrada, asistimos a la primera parte del film desde el punto de vista de Blanca (maravillosa Blanca Hidalgo en su doble papel) al compartir con nosotros, pero no con su marido, la noticia de que le queda poco tiempo de vida, lo que dota a ese primer fragmento de una enorme tristeza. Tras el fallecimiento de Blanca, la película, con múltiples variaciones, entronca con la novela: viaje de Fernando (interpretado por el propio Hugo del Carril) a Europa; encuentro con Mónica, idéntica físicamente a la muerta, una mujer vulgar que trabaja como ayudante de un lanzador de cuchillos en un teatro y como prostituta, a la que, literalmente, Fernando le compra a su jefe y proxeneta (estupendo Eduardo Rudy), y regreso a la mansión de Fernando para vivir juntos y no precisamente felices.
Desde su inicio hasta la impresionante secuencia final, en la que Blanca y Mónica se unen completamente y para siempre a los ojos de Fernando, Más allá del olvido nos ofrece, a la luz de la fotografía de Alberto Etchebehere, no pocos momentos para el recuerdo: el plano de Blanca, ya fallecida, tendida en el lecho con su traje de novia; el primer encuentro en la calle entre Mónica y Fernando; el plano en que Mónica mira el dominante retrato de Blanca (quizá inspirado en la Rebeca (Rebecca, 1940) de Hitchcock, y es que aquí las influencias pueden ir en ambas direcciones); la escena en que Fernando se acerca a Mónica, en la cama como una muerta, para besarla, que supone el instante más necrófilo del film (¿lo vería Buñuel antes de rodar Viridiana (1961)? Influencias, influencias…), o aquella en que Mónica se transforma aparentemente en Blanca poniéndose uno de sus trajes y peinándose como ella para agradar a Fernando, que anticipa claramente la escena clave de De entre los muertos, quizá la más fascinante que nos haya dejado el cine.
Ni en ningún libro ni en ninguna revista especializada ni en ningún monográfico he leído nada sobre la posible influencia de la novela de Rodenbach en la de Pierre Boileau y Thomas Narcejac, publicada en 1954, ni sobre la de la película de Hugo del Carril en la de Hitchcock. De la primera, no me cabe duda; de la segunda, me caben pocas y más sabiendo que el orondo genio inglés no dudaba en inspirarse -como todos, al fin y al cabo- en el cine de otros colegas de profesión; si conocía el de Buñuel, bien pudo también adentrarse en el cine argentino. Y no se trata aquí, ni mucho menos, de infravalorar a estas alturas la estupenda y ya a menudo bastante menospreciada novela de los inseparables escritores franceses o la película de Hitchcock, una de las cumbres del arte del siglo XX, sino de poner sobre la mesa la posibilidad no demasiado estudiada de que cierta literatura y cierto cine desconocidos u olvidados estén detrás de obras mundialmente reconocidas y, en concreto en este caso, de que la más grande historia de amor más allá de la muerte vista en una pantalla tenga en realidad su germen en una breve novela del siglo XIX.