Archive for the ‘Literatura’ Category
EL ALMA DEL INGENIO. SOBRE WILLIAM SHAKESPEARE de Gilbert K. Chesterton
Shakespeare es tan grande que oculta Inglaterra.
Parece ser que uno de los propósitos literarios de Gilber Keith Chesterton a lo largo de su vida fue escribir un libro sobre Shakespeare; por desgracia, nunca llegó a realizarlo. En su lugar, y no es poca cosa, nos han llegado muchos de los artículos que escribió sobre el más influyente de los dramaturgos, recopilados por Dale Ahlquist, presidente de la American Chesterton Society. En España, dicha recopilación se publicó hace un par de meses, bajo el título El alma del ingenio. Sobre William Shakespeare (The Soul of Wit: G. K. Chesterton on William Shakespeare, 2012), y entre mis lecturas de 2022 ocupa con diferencia el primer puesto.
Quienes hayan leído a Chesterton conocen ya la elegancia de su estilo, su lucidez crítica y su sentido del humor. Cuando todo ello se vuelca con pasión para escribir sobre Shakespeare, para analizarlo desde un punto de vista nada académico a menudo a la contra de opiniones establecidas como indiscutibles y siempre atento a la intemporalidad de sus argumentos y sus personajes, solo podemos estar, por supuesto, ante una obra imprescindible, ante un festín de inteligencia literaria en el que uno de los grandes se pone al servicio del más grande.
Y sin embargo, creo que la obra más grande de todas es aquella en que el trono del destino se ve sacudido por un instante. Creo que la obra más grande del mundo es Macbeth. Creo que Macbeth es la obra suprema porque es la única obra cristiana; y acepto que se me acuse de prejuicio. Pero por cristiano, en este asunto, me refiero a su fuerte sentido de libertad espiritual y de pecado; a la idea de que el mejor de los hombres puede ser tan malo como él quiera. Podemos llamar a Otelo víctima de la suerte. Podemos llamar a Hamlet víctima del temperamento. No podemos llamar a Macbeth víctima de nada más que de Macbeth. Los espíritus malignos lo tientan, pero nunca lo obligan; ni siquiera lo asustan, pues es un hombre muy valiente. A menudo me he extrañado de que nadie haya descubierto el paralelismo tan evidente que existe entre los asesinatos de Macbeth y los matrimonios de Enrique VIII. Los dos eran originalmente hombres valientes y afables; acaso mejores que sus semejantes. Los dos dudaron ante su primer crimen, el primer apuñalamiento y el primer divorcio. Los dos descubrieron el destino que hay en el mal: Macbeth siguió asesinando, y el pobre Enrique siguió casándose. Sólo hay un fallo en el paralelismo: por desgracia para la historia, Enrique VIII no fue depuesto.
Traducción de Aurora Rice para Editorial Renacimiento.
EL HOMBRE HUECO de Thomas Burke
Era la suya una figura alta y enjuta, embutida en un impermeable negro. Por debajo se veían los pantalones de un traje de faena color marrón. Un gorro acabado en pico ocultaba casi por completo su rostro; lo poco que quedaba a la vista era lívido y anguloso. En la bruma otoñal que llenaba tanto las calles iluminadas como las que no lo estaban parecía un espectro, y algunos de los transeúntes que se cruzaban con él volvían la cabeza para cerciorarse de que realmente habían visto un ser vivo. Incluso uno o dos se encogieron de hombros y se echaron a un lado como espantados de algo.
En la edición de 2004 de Cuentos únicos, Javier Marías reunió veintidós relatos de corte fantástico escritos, en su mayoría, por autores poco o nada conocidos, todos ellos de origen británico a excepción del estadounidense Frank Norris -que ya pasó por aquí con su novela Avaricia (McTeague, 1899)- y, por supuesto, del propio Marías, quien incluye bajo heterónimo creado para la ocasión un cuento suyo, entre mis favoritos de una colección que, en general, me parece estupenda.
Otro de los que prefiero, por atmósfera, estilo y originalidad, es El hombre hueco (The Hollow Man, 1935), de Thomas Burke, autor también, según se nos informa en el libro, del cuento en que se basó David Wark Griffith para realizar Lirios rotos (Broken Blossoms, 1919), una de sus mejores y menos monumentales películas. El misterioso relato de Burke, de los que agarran al lector desde las primeras líneas, nos lleva a un Londres nocturno y brumoso, escenario ideal para una historia de aparecidos, por cuyas calles un extraño hombre camina con paso lento pero seguro en dirección a una casa de comidas. No tardaremos en saber que ese hombre ha venido de África y que es un resucitado en busca de quien fue su amigo y también su asesino.
Tenía largas las piernas, pero caminaba con ese paso corto y medroso de los ciegos, aunque no era ciego. Sus ojos, bien abiertos, miraban fijamente al frente, pero no parecía ver ni oír cosa alguna. Ni el lúgubre ulular de las sirenas en la margen opuesta del río, ni los atrayentes escaparates de los comercios en las anchas calles que llevaban al centro le hacían volver la cabeza a derecha o a izquierda. Caminaba como si no fuera a ningún sitio en concreto, y, sin embargo, al llegar a esta o aquella esquina torcía sin dudarlo. Era como si una mano invisible lo guiara hacia un punto determinado, cuya situación exacta el mismo ignorara.
Traducción de Alejandro García Reyes.
UN PUEBLO LLAMADO YUMIURA de Yasunari Kawabata
Aunque en general prefiero sus novelas a sus relatos, entre estos encuentro también de vez en cuando al Kawabata que más me gusta. Este es el caso de «Un pueblo llamado Yumiura», que pertenece al libro Primera nieve en el monte Fuji (Fuji no hatsuyuki, 1958) y que el propio autor escogió para formar parte de una antología, una pieza muy breve en la que, como ocurre a menudo en la literatura del Nobel japonés, el suceso narrado está relacionado de manera crucial con el pasado de sus personajes.
Aquí el protagonista, el escritor Kozumi Shozuke, recibe la sorprendente visita de una mujer que afirma haberlo conocido treinta años atrás en un pueblo llamado Yumiura y que incluso él le propuso matrimonio, pero ella tuvo que rechazarlo al estar ya comprometida. La desconocida le cuenta cómo ha transcurrido su vida desde entonces a un desconcertado e intrigado Kozumi, que no recuerda ni haber estado en ese lugar ni haber visto nunca a la mujer.
Ambiguo y misterioso, este precioso cuento nos propone -a Kozumi y a los lectores-, más allá de que la historia de la visitante sea o no cierta, una reflexión sobre la memoria, sobre cómo recordamos nuestro pasado y cómo lo recuerdan quienes con nosotros lo han compartido.
Estaba claro que Kozumi se encontraba entre los personajes que aparecían en algún escenario de los recuerdos de la visitante. También Kozumi, seducido por sus palabras, sintió como si las imágenes de esa camelia y del atardecer en el puerto de Yumiura le llegaran flotando. Sin embargo, lo irritaba no poder entrar con la mujer en la misma región del mundo de sus reminiscencias. Estaban tan separados como están los vivos y los muertos en aquel país.
Traducción de Jaime Barrera Parra para verticales de bolsillo.
DISCURSO SOBRE LA SERVIDUMBRE VOLUNTARIA de Étienne de la Boétie
¿De dónde ha tomado él tantos ojos con los cuales os espía, si vosotros no se los habéis dado?
En 1948, cuando tan solo tenía 18 años, el poeta, filósofo y político Étienne de La Boétie escribió su Discurso sobre la servidumbre voluntaria (Discours de la servitude volontaire), también conocido como El contra uno, en el que reflexionaba sobre las causas por las cuales los pueblos se someten a la voluntad de los tiranos, renunciando así a su derecho natural a la libertad. El breve y revolucionario texto pudo ser publicado -al parecer, gracias a Michel de Montaigne, el gran amigo de La Boétie- en 1576, trece años después de la temprana muerte de su autor.
Como muchas otras obras de carácter filosófico-social, el discurso puede ser adoptado y/o manipulado en función de la ideología o de los espurios intereses de cada cual; pero lo que resulta innegable es que, al menos en parte, sigue siendo vigente en la actualidad, con relación a esa tan nuestra comodidad aferrada a la costumbre de aceptar un modelo de sociedad prefabricado a mayor gloria de unos pocos, de tragar lo que viene de arriba -y aún de más arriba- como si no hubiera más remedio. Y lo peor, al contrario de lo que pensaba La Boétie, es que quizá ya no lo haya.
Aquí os dejo unos fragmentos.
No se puede negar que la naturaleza no tenga en nosotros gran influencia como para llevarnos donde quiere y hacernos bien o mal nacidos; pero hay que confesar que tiene sobre nosotros menor poder que la costumbre, porque lo natural, por bueno que sea, se pierde si no es cuidado, y la educación nos hace siempre a su manera, como ésta sea, a pesar de la naturaleza.
Los teatros, los juegos, las farsas, los espectáculos, los gladiadores, las bestias exóticas, las medallas, los cuadros y otras drogas semejantes eran para los pueblos antiguos los cebos de la servidumbre, el precio de su libertad, los instrumentos de la tiranía. Este medio, esta práctica, estos atractivos tenían los antiguos tiranos para adormecer a sus súbditos bajo el yugo. Así, los pueblos atontados encontraban bellos estos pasatiempos, distraídos por un vano placer que les pasaba ante los ojos, acostumbrándose así a servir tan bobamente -aunque peor- como los niños que aprenden a leer con las brillantes imágenes de los libros ilustrados.
Hoy en día no lo hacen mucho mejor aquellos que, antes de cometer alguna fechoría, aun la más infame, la hacen preceder de algunas buenas palabras sobre el bien público y el bienestar de todos.
No son las cuadrillas de gente a caballo, no son las compañías de a pie, no son las armas las que defienden al tirano; no se creería de golpe, pero ciertamente es verdad: son siempre cuatro o cinco quienes mantienen al tirano, cuatro o cinco que tienen a todo el país en servidumbre.
(…) igualmente, desde el momento en que un rey se ha declarado tirano, todos los malos, toda la hez del reino, y no digo un montón de ladronzuelos y desorejados que apenas pueden hacer ni mal ni bien en una república, sino aquellos que son poseídos por una ardiente ambición y por una notable avaricia, se amontonan alrededor de él y lo sostienen para tener parte en el botín, y ser, bajo su poder, ellos mismos tiranuelos.
traducción de Rodrigo Santos y Santiago Espinosa para Editorial Hueders.
IMPENITENTIA ULTIMA de Ernest Dowson
Empecé a leer al poeta decadentista Ernest Christopher Dowson gracias a que dos versos suyos son citados en El lobo de mar (The Sea-Wolf, 1904), de Jack London, novela que, dicho sea de paso, me parece que no está a la altura de su enorme protagonista, el capitán Lobo Larsen, y cuya libre y muy oscura adaptación de Michael Curtiz sí me parece estupenda.
Esos dos versos pertenecen al impresionante poema Impenitentia ultima. Su título, en latín como el de muchos otros poemas de Dawson, hace referencia al hecho de no arrepentirse de los pecados ni siquiera en el momento de morir. Aquí os dejo la traducción al castellano del cineasta y escritor mejicano Daniel González Dueñas y el original en inglés.
Impenitentia Ultima
Antes de que mi luz se apague para siempre, si Dios me da una elección de gracia,
No pediré un aumento de los días, ni desearé cosas futuras,
Sino clamaré: “Uno de los grandes días perdidos, un rostro entre todos los rostros,
Concédeme ver y tocar una vez más, y nada más quiero ver.
”Porque, Señor, yo estaba libre de todas tus flores, pero elegí las rosas más tristes del mundo,
Y es por eso que mis pies están rotos y mis ojos se hallan ciegos por el sudor,
Pero en tu terrible asiento del juicio, cuando esta mi vida cansada se cierra,
Estoy listo para cosechar lo que sembré, y pagar mi deuda justa.
”Pero una vez antes de que se termine la arena y el hilo de plata se rompa,
Dame una gracia y haz a un lado el velo de los años dolorosos,
Concédeme una hora de todas mis horas, y déjame ver como muestra
Sus ojos puros y piadosos resplandecer, y bañarse sus pies con lágrimas”.
Sus manos piadosas habrán de tranquilizarse, y su cabello fluir hacia abajo y cegarme,
Fuera de la vista de la noche, y fuera del alcance del miedo,
Y sus ojos serán mi luz, mientras que el sol se pone a mis espaldas,
Y las violas de su voz serán el último sonido en mis oídos.
Antes de que las aguas de la ruina caigan y arrastren con ellas mi vida,
Y tu ira me abata como un niño que corta una flor,
Te alabaré, Señor, en el infierno, mientras mis miembros se devastan,
Por el último triste vislumbre de su rostro y la pequeña gracia de una hora.
Impenitentia Ultima
Before my light goes out for ever if God should give me a choice of graces,
I would not reck of length of days, nor crave for things to be;
But cry: “One day of the great lost days, one face of all the faces,
Grant me to see and touch once more and nothing more to see.
“For, Lord, I was free of all Thy flowers, but I chose the world’s sad roses,
And that is why my feet are torn and mine eyes are blind with sweat,
But at Thy terrible judgment-seat, when this my tired life closes,
I am ready to reap whereof I sowed, and pay my righteous debt.
“But once before the sand is run and the silver thread is broken,
Give me a grace and cast aside the veil of dolorous years,
Grant me one hour of all mine hours, and let me see for a token
Her pure and pitiful eyes shine out, and bathe her feet with tears.”
Her pitiful hands should calm, and her hair stream down and blind me,
Out of the sight of night, and out of the reach of fear,
And her eyes should be my light whilst the sun went out behind me,
And the viols in her voice be the last sound in mine ear.
Before the ruining waters fall and my life be carried under,
And Thine anger cleave me through as a child cuts down a flower,
I will praise Thee, Lord, in Hell, while my limbs are racked asunder,
For the last sad sight of her face and the little grace of an hour.
DE LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS de Michel de Montaigne
El beneficio de nuestro estudio es habernos hecho mejores y más sabios con él.
A Michel de Eyquem, señor de Montaigne, contemporáneo de Cervantes y Shakespeare -triunvirato literario sin parangón-, se le reconoce como el padre del ensayo prácticamente como lo conocemos en la actualidad. Muchos de sus textos, de sus Essais, reflexiones repletas de lucidez, tolerancia y escepticismo, sorprenden todavía hoy no ya porque podrían ilustrar numerosos aspectos de nuestro presente, sino más aun por la absoluta modernidad de sus opiniones. Buen ejemplo de ello es el ensayo XXVI del Libro primero, titulado De la educación de los hijos, en el que aconseja a maestros y discípulos sobre cuestiones relacionadas con la enseñanza y nuestra formación como personas y del que aquí os dejo algunos fragmentos de los muchos que podrían escogerse. Montaigne, un lujo del pensamiento desde el siglo XVI.
No dejan de gritarnos en los oídos, como quien vierte por un embudo, y no nos toca sino repetir cuanto nos han dicho. Desearía que corrigiese ese aspecto y que empezando con buen pie, de acuerdo con el alcance del espíritu que tiene entre sus manos, empezase a ponerle a prueba, haciéndole gustar las cosas, elegirlas y discernirlas por sí mismo; abriéndole camino a veces, dejándoselo abrir otras. No quiero que invente y hable solo él; quiero que a su vez escuche a su discípulo. Sócrates, y más tarde Arcesilao, hacían hablar primero a sus discípulos y después hablábanles ellos.
Que no le pida cuentas únicamente de las palabras de su lección, sino del sentido y de la substancia; y que juzgue el provecho que ha sacado, no por el testimonio de su memoria, sino de su vida. Que lo que acabe de aprender se lo haga explicar de cien maneras distintas y aplicar a otros tantos temas diversos, para ver si lo ha comprendido y asimilado bien, tomando de las pedagogías de Platón el progreso de su instrucción. Es prueba de ardor de estómago y de indigestión que nos repita la carne cuando nos la hemos tragado. No ha desarrollado el estómago su función si no ha transformado la substancia y la forma de lo que se le ha dado para digerir.
Que haga que todo lo pase por su tamiz sin alojarle cosa alguna en la cabeza por simple autoridad y crédito. Que no sean principios para él los principios de Aristóteles, como tampoco los de los estoicos o epicúreos. Que le propongan esa diversidad de juicios: escogerá si puede, y si no, permanecerá en la duda. Solo los locos están seguros y resolutos.
Che non men che saper dubbiar m’aggrada. (Que, tanto cual saber, dudar me agrada: DANTE, Infierno 11, 93).
Que su conciencia y su virtud brillen en su hablar y no tengan más guía que la razón. Que le hagan comprender que confesar el error que él mismo descubra en su propio razonamiento, aunque solo él se haya percatado, es un acto de juicio y de sinceridad, que es lo que él persigue; que la obstinación y la disputa son cualidades vulgares, propias de las almas más bajas; que mudar de parecer y corregirse, abandonar un partido equivocado en el calor de la discusión, es cualidad rara, fuerte y filosófica.
Le prevendrán para que tenga los ojos bien abiertos cuando esté en compañía; pues creo que los sitios preferentes están ocupados de costumbre por los hombres menos capaces y que las grandes fortunas no van unidas a la inteligencia.
Sácase maravillosa luz para el juicio humano del trato con el mundo. Estamos encogidos y replegados sobre nosotros mismos y no vemos más allá de nuestras narices. Preguntáronle a Sócrates que de dónde era. No respondió: «De Atenas», sino: «Del mundo». Él, que tenía su imaginación más llena y más amplia, abarcaba el universo como si fuera su ciudad, llevaba sus conocimientos, su trato, sus afectos, a todo el género humano, no como nosotros que solo miramos lo que hay bajo nuestros pies.
Traducción de Almudena Montojo para Cátedra.
EL FANTASMA Y LA SEÑORA MUIR de Javier Marías
Javier Marías dejó escrito en más de una ocasión que su película preferida era El fantasma y la señora Muir (The Ghost and Mrs. Muir, 1947), la obra maestra de Joseph Mankiewicz que aun supera la estupenda novela homónima de R. A. Dick -seudónimo de la escritora irlandesa Josephine Aimee Campbell Leslie- en que se basó. Como consecuencia lógica, el propio Marías opinaba que lo mejor que había escrito sobre cine era el artículo en el que explicaba su pasión por dicha película, incluido en el libro recopilatorio Donde todo ha sucedido. Al salir del cine (2005).
Así pues, para decir adiós al monarca de Redonda; al autor de ese relato perfecto titulado Mientras ellas duermen; al articulista que, por fortuna, tanto molestó a los mismos de siempre aunque vayan cambiando sus caras, y, en fin, al mejor novelista de nuestro país, aquí dejo el final del citado artículo junto con el deseo, por qué no, de que pronto pueda decirles al capitán Gregg y a Lucy cuánto le gustó su historia.
Ese final aparentemente feliz es el único posible en una película en la que lo sobrenatural se acepta con naturalidad desde el primer instante, en la que uno debe pasar continuamente de una a otra dimensión no sólo para disfrutarla, sino para comprenderla. No obstante, la historia de Lucy Muir y el capitán Daniel Gregg me parece, como dije antes, una de las más desoladoras de la historia del cine: está contenida en aquella exclamación del fantasma creado por Mankiewicz y el guionista Philip Dunne, en el momento de su despedida: «What we missed, Lucia! What we both missed!«. El capitán está anticipando, pues no sólo se perdieron conocerse cuando para los dos había tiempo y materialidad y transcurso, no sólo el Cabo Norte y los fiordos bajo el sol de medianoche, sino también los años de conversación y risas y compañía que podían haberles aguardado durante el tiempo asignado a Lucy, cuya elección de los vivos se convirtió en la elección de la nada, cuya vida fue malgastada y dañada: eso es lo que fue de ella, a quien aún podía sucederle todo y le sucedió la nada en su tiempo. O quizá la espera sin esperanza. El fantasma y la señora Muir no es un mero cuento de hadas ni un mero cuento de fantasmas; y aunque su director, Joseph Mankiewicz, la considerara una obra temprana y de aprendizaje, al hacerla logró la película que en mi opinión ha llegado más lejos -junto con Los muertos de John Huston- en algo a lo que ni el cine ni la literatura se han atrevido a menudo: la abolición del tiempo, la visión del futuro como pasado y del pasado como futuro, la reconciliación con los muertos y el deseo sereno e íntimo de ser por fin uno de ellos.
SOMBRAS VERDES, BALLENA BLANCA de Ray Bradbury
Escuchamos mientras él cantaba irónicamente las alabanzas de la hermosa ciudad de Dublín, donde llueve cuarenta días al mes durante todo el invierno, y seguía con la blanca tez de Kathleen Mavourneen, Macushla y todos los demás agotados muchachos, muchachas, lagos, colinas, glorias pasadas y miserias presentes; pero, de alguna manera, todo era revivido y se movía en el presente, otra vez joven y fresco, bajo la suave lluvia de primavera, de repente ya no más lluvia de invierno.
En 1953, Ray Bradbury se reunió en Dublín con John Huston para intentar convertir la celebérrima novela de Herman Melville protagonizada por una ballena blanca en un guion cinematográfico, cuyo resultado fue la imperfecta pero maravillosa Moby Dick (1956). El escritor estadounidense pasó varios meses en tierras irlandesas y de las experiencias durante esa época de su vida nacieron varios relatos que fue publicando en diferentes revistas y libros.
Años más tarde, Bradbury reunió algunos de esos relatos y les otorgó unidad para convertirlos en capítulos de una suerte de novela titulada Sombras verdes, ballena blanca (Green Shadows, White Whale, 1992), en la que la creación del guion recupera solo en sus últimas páginas el protagonismo cedido hasta entonces a las aventuras del escritor con el cineasta y, sobre todo, a las del primero con los habituales de la taberna de Heeber Finn, junto a los que irá descubriendo la esencia del alma irlandesa, tan propensa a las juergas y a las bromas como, un segundo después, a llorar escuchando una vieja canción.
Nacida del mismo amor por Irlanda que los cuentos de Joyce o los de Maurice Walsh que John Ford nos descubrió en El hombre tranquilo (The Quiet Man, 1952) o las imágenes de su pequeña y hermosa The Rising of the Moon (1957), Sombras verdes, ballena blanca, repleta de humor empapado de lluvia y melancolía, es una de las muchas joyas de quien no solo fue un enorme escritor por imaginar un futuro en que se quemaban libros o por llevarnos de viaje a Marte.
Así que seguí martilleando con el marinero cayendo desde el palo, el mar encalmado, la llegada de la ballena, las casi muertes de Ismael y Queequeg, los botes arriados, la persecución, el arponeo, Acab amarrado a la bestia, la inmersión, Acab que muere y resurge luego muerto, haciendo señas desde el costado de la ballena para que sus hombres lo sigan, lo sigan… a las profundidades. Y todo el tiempo hambriento y reventando por la necesidad de correr al lavabo y de vuelta rápidamente llamando para pedir unos bocadillos y, al fin, seis, siete horas después, a media tarde, echándome atrás en mi silla con las manos sobre los ojos, sintiéndome observado y levantando al fin la mirada para ver al viejo Herman todavía allí pero exhausto, debilitándose y desvaneciéndose como un fantasma, y entonces llamé a John y le pregunté ¿puedo llegarme por allí?
Traducción de Ana Quijada para Minotauro.
ANTONIO MACHADO. LOS DÍAS AZULES (2020) de Laura Hojman / EL CRIMEN FUE EN GRANADA: A FEDERICO GARCÍA LORCA de Antonio Machado
El documental de Laura Hojman Antonio Machado. Los días azules, que toma su título del último verso del poeta (Estos días azules y este sol de la infancia), escrito ya en su exilio en Colliure, me parece uno de los mejores que se hayan filmado en torno a cualquiera de las grandes figuras literarias de nuestro país, en buena parte porque no se limita a hacer un académico homenaje a la vida y la obra de Machado. Su gran virtud es que consigue transmitir -con la inestimable ayuda de las intervenciones de Ian Gibson, Antonio Muñoz Molina, Elvira Lindo o Luis García Montero- la pasión por las ideas que personificó, por la defensa de la educación y la cultura como únicas formas de avanzar hacia una sociedad a la que se la pueda llamar «civilizada y tolerante» sin temor al rubor. Lástima que esa pasión sea incapaz de vencer al escepticismo.
Uno de los momentos más emocionantes del film es la lectura del poema que Machado escribió al enterarse del asesinato de García Lorca. Aquí os lo dejo.
EL CRIMEN FUE EN GRANADA: A FEDERICO GARCÍA LORCA
1. El crimen
Se le vio, caminando entre fusiles,
por una calle larga,
salir al campo frío,
aún con estrellas de la madrugada.
Mataron a Federico
cuando la luz asomaba.
El pelotón de verdugos
no osó mirarle la cara.
Todos cerraron los ojos;
rezaron: ¡ni Dios te salva!
Muerto cayó Federico
-sangre en la frente y plomo en las entrañas-
… Que fue en Granada el crimen
sabed -¡pobre Granada!-, en su Granada.2. El poeta y la muerte
Se le vio caminar solo con Ella,
sin miedo a su guadaña.
-Ya el sol en torre y torre, los martillos
en yunque- yunque y yunque de las fraguas.
Hablaba Federico,
requebrando a la muerte. Ella escuchaba.
«Porque ayer en mi verso, compañera,
sonaba el golpe de tus secas palmas,
y diste el hielo a mi cantar, y el filo
a mi tragedia de tu hoz de plata,
te cantaré la carne que no tienes,
los ojos que te faltan,
tus cabellos que el viento sacudía,
los rojos labios donde te besaban…
Hoy como ayer, gitana, muerte mía,
qué bien contigo a solas,
por estos aires de Granada, ¡mi Granada!»3.
Se le vio caminar…
Labrad, amigos,
de piedra y sueño en el Alhambra,
un túmulo al poeta,
sobre una fuente donde llore el agua,
y eternamente diga:
el crimen fue en Granada, ¡en su Granada!
JACQUES EL FATALISTA de Denis Diderot
¿Cómo se habían encontrado? Por casualidad, como todo el mundo. ¿Cómo se llamaban? ¡Qué os importa eso! ¿De dónde venían? Del lugar más cercano. ¿A dónde iban? ¡Acaso sabe nadie a dónde va! ¿Qué decían? El amo no decía nada y Jacques decía que su capitán decía que todo cuanto nos acontece de bueno y de malo aquí abajo está escrito allá arriba en el cielo.
Este fragmento da inicio a Jacques el fatalista, la cuarta y última novela -por aplicarle algún término- de las que escribió Denis Diderot, el escritor del siglo XVIII ilustrado que es recordado sobre todo por promover y organizar, junto a Jean le Rond D’Alembert, la creación de la Enciclopedia francesa. Craso error. Solo por ser el responsable de la obra que nos ocupa, merecería un lugar de honor en la literatura.
Publicada alrededor de 1796, doce años después de la muerte de su autor, Jacques el fatalista nos cuenta las andanzas de Jacques y su amo sin nombre, quienes, mientras recorren sin prisa su camino a caballo y se van hospedando allí donde encuentran buenas viandas y buen vino, conversan, discuten y se cuentan historias en torno a la condición humana -una de ellas, por cierto, inspiró el film de Robert Bresson Les Dames du bois de Boulogne (1945)- y a si podemos decidir nuestro destino o este ya está escrito y, por tanto, da igual qué opción tomemos. Amoríos, intrigas, engaños, venganzas y filosofía de la vida pasan sin tregua por unas páginas que nos traen ecos de la novela picaresca, de Cervantes, Rabelais y Sterne, repletas de un humor irónico y sarcástico que no deja títere con cabeza, desde el clero al pueblo llano pasando por la nobleza, en su crítica de la sociedad.
Pero lo que más sorprende en el texto de Diderot es su absoluta modernidad en cuanto a la forma de encarar el relato, hasta el punto de que, como insinuaba al principio, tanto podemos decir que estamos ante una novela como ante su negación; de hecho, en determinado momento se nos llega a advertir de que «esto no es una novela», en una suerte de coartada que justifique el juego del que nos hace partícipes. En efecto, antes de entrar en el siglo narrativo por excelencia, el XIX, Diderot anticipa algunos rasgos de la novela del XX, dirigiéndose al lector, incluso riñéndolo por su inútil curiosidad, interrumpiendo historias para dar comienzo a otras, diciéndonos que en lugar de lo que nos está contando podría tranquilamente referirse a otros hechos o finalizar sus relatos de forma distinta a como va a hacerlo y hasta animándonos a que escojamos nosotros un final a partir de las versiones posibles, como si nos dijera que en la novela, como en la vida, todo ocurre por capricho.
Mientras así diserto, el amo de Jacques ronca como si me hubiera estado escuchando; y Jacques, cuyos músculos rehúsan el buen uso de las piernas, ronda por la habitación, en camisón y descalzo, dando traspiés y derribando todo cuanto se le pone por delante. Al cabo, despierta a su amo y éste le dice entre las cortinas:
-Jacques, estás ebrio.
-O poco me falta.
-¿A qué hora piensas acostarte?
-En seguida, señor, es que… es que hay…
-¿Qué es lo que hay?
-Un resto de vino en esa botella, que se echaría a perder. Me horrorizan las botellas a medio vaciar, volvería a pensar en ello y no me haría falta más para no pegar ojo. A fe mía que nuestra mesonera es una excelente mujer, y su vino de Champagne un excelente vino; sería una lástima dejar que se agriara… Lo voy a poner a cubierto y… así no se estropeará…
Y mientras decía balbuciendo en camisa de dormir y descalzo, Jacques se echó al coleto dos o tres buenos tragos sin puntuación, tal como él decía, o sea, de la botella al vaso, del vaso a la boca. Luego, de lo sucedido tras haber apagado las velas, hay dos versiones: unos pretenden que buscó a tientas la cama por las paredes, sin poder dar con ella, y diciendo: «Por vida de… que ha desaparecido y si es que está aquí, tengo por escrito allá arriba que no la he de encontrar. Tanto en uno como en otro caso, tendré que pasarme sin cama», y tomó el partido de tumbarse en unas sillas. Otros aseguran que estaba escrito en el cielo que se enredaría los pies entre las sillas, que se caería al suelo y que allí quedaría. De ambas versiones, mañana, pasado mañana, escogeréis con sosiego la que mejor os plazca.
Traducción de María Fortunata Prieto Barral.