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PÁNICO AL AMANECER de Kenneth Cook

John Grant es un maestro rural que se dirige a Sidney, donde le espera su novia, a pasar las vacaciones de verano. De camino, se detiene a pasar una noche en Bundanyabba, una localidad minera en pleno outback australiano, donde poco más hay que hacer que jugar y emborracharse, sudar y tragar polvo. Tras dejar su equipaje en el hotel, se dirige a tomar unas cervezas y acaba jugándose y perdiendo todos sus ahorros. Acogido por los habitantes del pueblo, pasará los siguientes días de borrachera en borrachera, participará en una sangrienta cacería de canguros y se irá hundiendo, sin que nada ni nadie realmente lo obligue, en una pesadilla creada por él mismo.

        Pánico al amanecer (Wake in Fright, 1961), considerada una de las grandes novelas de la literatura australiana, acaba de publicarse hace unos meses traducida por primera vez al español, aunque la historia ya podíamos conocerla gracias a su magnífica adaptación cinematográfica, titulada en nuestro país Despertar en el infierno (Wake in Fright / Outback, 1971), un proyecto destinado al parecer para Joseph Losey y que acabó en las manos del mucho menos prestigioso Ted Kotcheff. A juzgar por los pestiños que Losey realizó por esa época, creo que salimos ganando con el cambio.

        Las apenas ciento ochenta febriles y salvajes páginas (pienso, sobre todo, en la atroz cacería de canguros) escritas por Kenneth Cook, de una fuerza visual que hacía poco menos que inevitable su adaptación al cine, consiguen sin ningún esfuerzo y del tirón (es recomendable leerla de una sola vez) que nos dejemos llevar de la mano del protagonista, en esta particular travesía hacia su propio infierno, hasta meternos, peligrosamente, en su propia piel. Nada es inevitable, ningún mal gira alrededor de John Grant que él no haya propiciado, pero la prosa de Cook logra el milagro de que nos parezca lógico el camino de nuestro protagonista, guiado por el desprecio que siente por sí mismo, hacia la autodestrucción. Una extraordinaria novela que nadie debería perderse, a no ser que se disponga a viajar a Australia próximamente. En ese caso, ni se te ocurra leerla.

        «El canguro no se movía.

        Sólo cuando lo tuvo cerca se dio cuenta de que era un animal muy pequeño, de algo más de un metro de altura. Además, estaba malherido y se limitaba a mantenerse en pie, mirando hacia la oscuridad que se prolongaba por detrás de la luz del reflector. De no haber sido porque los hombres estaban pendientes en el coche, habría ido a buscar el rifle. Se paró entonces detrás del canguro, deseando que se moviese, y le echó una mano al hombro. Era suave y tibio al tacto. El pecho del animal palpitaba. Debido a la proximidad le veía dos cabezas, tal como la otra noche había visto doble el rostro de Janette.

        Grant tomó impulso y arremetió contra el animal con el cuchillo. La hoja le produjo un profundo corte en la espalda y la sangre comenzó a brotar, formando una línea oscura sobre el pelaje. Sin embargo, el canguro seguía inmóvil.

        ¡Santo Dios! ¿Qué hacía él allí, John Grant, profesor de escuela y hombre enamorado, despedazando a esa pequeña bestia mullida bajo la fría luz de las estrellas?

        Se echó hacia adelante y guió el cuchillo hacia el pelaje blanco del pecho. El arma penetró con facilidad y abrió una hendidura profunda, pero el canguro seguía con vida. La carne se cerró con fuerza alrededor de la hoja y Grant tuvo que forcejear para extraerla.

        Sollozando volvió a blandir el puñal y lo clavó en el pecho y en la espalda del animal una y otra vez. Pero el marsupial aguantaba en su sitio, mudo, sin protestar y sin morir tampoco.

        Grant se echó hacia atrás un instante, se llevó la mano a los ojos y oyó los gritos de aliento provenientes del coche.»

                    Traducción de Pedro Donoso.

                    Publicada por Seix Barral.