Archive for the ‘Literatura española’ Category
EL FANTASMA Y LA SEÑORA MUIR de Javier Marías
Javier Marías dejó escrito en más de una ocasión que su película preferida era El fantasma y la señora Muir (The Ghost and Mrs. Muir, 1947), la obra maestra de Joseph Mankiewicz que aun supera la estupenda novela homónima de R. A. Dick -seudónimo de la escritora irlandesa Josephine Aimee Campbell Leslie- en que se basó. Como consecuencia lógica, el propio Marías opinaba que lo mejor que había escrito sobre cine era el artículo en el que explicaba su pasión por dicha película, incluido en el libro recopilatorio Donde todo ha sucedido. Al salir del cine (2005).
Así pues, para decir adiós al monarca de Redonda; al autor de ese relato perfecto titulado Mientras ellas duermen; al articulista que, por fortuna, tanto molestó a los mismos de siempre aunque vayan cambiando sus caras, y, en fin, al mejor novelista de nuestro país, aquí dejo el final del citado artículo junto con el deseo, por qué no, de que pronto pueda decirles al capitán Gregg y a Lucy cuánto le gustó su historia.
Ese final aparentemente feliz es el único posible en una película en la que lo sobrenatural se acepta con naturalidad desde el primer instante, en la que uno debe pasar continuamente de una a otra dimensión no sólo para disfrutarla, sino para comprenderla. No obstante, la historia de Lucy Muir y el capitán Daniel Gregg me parece, como dije antes, una de las más desoladoras de la historia del cine: está contenida en aquella exclamación del fantasma creado por Mankiewicz y el guionista Philip Dunne, en el momento de su despedida: «What we missed, Lucia! What we both missed!«. El capitán está anticipando, pues no sólo se perdieron conocerse cuando para los dos había tiempo y materialidad y transcurso, no sólo el Cabo Norte y los fiordos bajo el sol de medianoche, sino también los años de conversación y risas y compañía que podían haberles aguardado durante el tiempo asignado a Lucy, cuya elección de los vivos se convirtió en la elección de la nada, cuya vida fue malgastada y dañada: eso es lo que fue de ella, a quien aún podía sucederle todo y le sucedió la nada en su tiempo. O quizá la espera sin esperanza. El fantasma y la señora Muir no es un mero cuento de hadas ni un mero cuento de fantasmas; y aunque su director, Joseph Mankiewicz, la considerara una obra temprana y de aprendizaje, al hacerla logró la película que en mi opinión ha llegado más lejos -junto con Los muertos de John Huston- en algo a lo que ni el cine ni la literatura se han atrevido a menudo: la abolición del tiempo, la visión del futuro como pasado y del pasado como futuro, la reconciliación con los muertos y el deseo sereno e íntimo de ser por fin uno de ellos.
ANTONIO MACHADO. LOS DÍAS AZULES (2020) de Laura Hojman / EL CRIMEN FUE EN GRANADA: A FEDERICO GARCÍA LORCA de Antonio Machado
El documental de Laura Hojman Antonio Machado. Los días azules, que toma su título del último verso del poeta (Estos días azules y este sol de la infancia), escrito ya en su exilio en Colliure, me parece uno de los mejores que se hayan filmado en torno a cualquiera de las grandes figuras literarias de nuestro país, en buena parte porque no se limita a hacer un académico homenaje a la vida y la obra de Machado. Su gran virtud es que consigue transmitir -con la inestimable ayuda de las intervenciones de Ian Gibson, Antonio Muñoz Molina, Elvira Lindo o Luis García Montero- la pasión por las ideas que personificó, por la defensa de la educación y la cultura como únicas formas de avanzar hacia una sociedad a la que se la pueda llamar «civilizada y tolerante» sin temor al rubor. Lástima que esa pasión sea incapaz de vencer al escepticismo.
Uno de los momentos más emocionantes del film es la lectura del poema que Machado escribió al enterarse del asesinato de García Lorca. Aquí os lo dejo.
EL CRIMEN FUE EN GRANADA: A FEDERICO GARCÍA LORCA
1. El crimen
Se le vio, caminando entre fusiles,
por una calle larga,
salir al campo frío,
aún con estrellas de la madrugada.
Mataron a Federico
cuando la luz asomaba.
El pelotón de verdugos
no osó mirarle la cara.
Todos cerraron los ojos;
rezaron: ¡ni Dios te salva!
Muerto cayó Federico
-sangre en la frente y plomo en las entrañas-
… Que fue en Granada el crimen
sabed -¡pobre Granada!-, en su Granada.2. El poeta y la muerte
Se le vio caminar solo con Ella,
sin miedo a su guadaña.
-Ya el sol en torre y torre, los martillos
en yunque- yunque y yunque de las fraguas.
Hablaba Federico,
requebrando a la muerte. Ella escuchaba.
«Porque ayer en mi verso, compañera,
sonaba el golpe de tus secas palmas,
y diste el hielo a mi cantar, y el filo
a mi tragedia de tu hoz de plata,
te cantaré la carne que no tienes,
los ojos que te faltan,
tus cabellos que el viento sacudía,
los rojos labios donde te besaban…
Hoy como ayer, gitana, muerte mía,
qué bien contigo a solas,
por estos aires de Granada, ¡mi Granada!»3.
Se le vio caminar…
Labrad, amigos,
de piedra y sueño en el Alhambra,
un túmulo al poeta,
sobre una fuente donde llore el agua,
y eternamente diga:
el crimen fue en Granada, ¡en su Granada!
EVOCACIÓN DE FEDERICO GARCÍA LORCA de Vicente Aleixandre
En su libro de prosas Los encuentros, cuya primera edición data de 1958, el poeta Vicente Aleixandre reunió las semblanzas que había escrito de varias personas a las que admiraba; entre ellas, varios poetas amigos. Una de mis preferidas, y de las más sentidas, es la «Evocación de Federico García Lorca». Si no me equivoco, es la única que está fechada, en 1937, el año siguiente al del asesinato del poeta granadino. En ella recuerda la tristeza nocturna, la soledad y el sufrimiento de Lorca, escondidos a «quienes le vieron pasar por la vida como un ave llena de colorido», y rememora el instante en que le leyó sus inacabados Sonetos del amor oscuro.
Aquí os dejo un fragmento.
Yo le he visto en las noches más altas, de pronto, asomado a unas barandas misteriosas, cuando la luna correspondía con él y le plateaba su rostro; y he sentido que sus brazos se apoyaban en el aire, pero que sus pies se hundían en el tiempo, en los siglos, en la raíz remotísima de la tierra hispánica, hasta no sé dónde, en busca de esa sabiduría profunda que llameaba en sus ojos, que quemaba en sus labios, que encandecía su ceño de inspirado. No, no era un niño entonces. ¡Qué viejo, qué viejo, qué «antiguo», qué fabuloso y mítico! Que no parezca irreverencia: sólo algún viejo «cantaor» de flamenco, sólo alguna vieja «bailaora», hechos ya estatuas de piedra, podrían serle comparados. Sólo una remota montaña andaluza sin edad, entrevista en un fondo nocturno, podría entonces hermanársele.
NOCHE DE RONDA de Luis Alberto de Cuenca
Hoy os dejo uno de mis poemas preferidos de Luis Alberto de Cuenca.
NOCHE DE RONDA
En otro tiempo hubieras empleado la noche
en hablarle de libros y de viejas películas.
Pero ya eres mayor. Ahora sabes que a ellas
les aburren los tipos llenos de nombres propios,
que tu bachillerato les tiene sin cuidado.
De modo que le dejas tomar la iniciativa,
desconectas y finges que escuchas sus historias,
que invariablemente -recuerdas de otras veces-
versan sobre el amor, los viajes, la dietética,
su familia, el verano, la buena forma física,
el más allá, las drogas y el arte postmoderno.
De cuando en cuando asientes, recorriendo sus ojos
con los tuyos, rozando levemente sus muslos,
y elevas a los cielos una angustiosa súplica
para que aquella farsa termine cuanto antes.
Pasarán, sin embargo, todavía unas horas
hasta que, ebria y afónica, se abandone en tus brazos
y obtengas la victoria pírrica de su cuerpo,
que, pese a los asertos de tres o cuatro amigos,
será muy poca cosa. Y, cuando esté dormida,
saldrás roto a la calle en busca de una taza
de café gigantesca, maldiciendo las copas
que arruinaron tu hígado en la estúpida noche
y pensando que, al cabo, merece más la pena
no comerse una rosca y hablarles de tus libros,
amargarles la vida con Shakespeare y con Griffith.
O buscarse una sorda para que nada falte.
LA TORRE DE LOS SIETE JOROBADOS de Emilio Carrere
Junto a los escritores de principios del siglo XX que suelen aparecer en los libros de literatura española, los Unamuno, Machado, Baroja y demás, hubo otros mucho menos populares que dedicaron su pluma a la novela de género, a entretener con tramas fantásticas, a una literatura que, por lo general, nunca ha sido tomada demasiado en serio por estos lares.
Uno de estos autores fue Emilio Carrere, periodista, poeta, novelista y tantas otras cosas cuyo nombre está asociado sobre todo a su novela La torre de los siete jorobados (1924) -aunque, al parecer, buena parte de ella fue escrita, imitando el estilo de Carrere, por el también escritor de tramas fantásticas Jesús de Aragón-, una historia imposible que mezcla lo policiaco con las aventuras, el misterio con el humor: robos, asesinatos, fantasmas, una sociedad secreta de jorobados que practica rituales satánicos y una ciudad de origen hebreo construida bajo los suelos del Madrid más castizo. Literatura de evasión pura y dura pero muy bien escrita -algunos pasajes recuerdan al Quevedo más caricaturista-, que en el país de Gaston Leroux, en el de Conan Doyle o en el de Allan Poe -uno de los ídolos literarios de Carrere- sería probablemente más reconocida.
Verdaderamente, el señor Catafalco tiene una presencia inquietadora. Es alto y escuálido, como una sombra; bajo el arco peludo de las cejas tiene un ojo pequeñito y relampagueante, que contrasta con el otro ojo, dilatado, turbio y alucinador, que se abre como una llaga redonda entre los costurones de su cara fláccida, de un color blanquecino, rodeada de una gran barba negra. Su nariz es un enorme pimiento abatido sobre la boca cárdena, rasgada y burlona como la de una carátula faunesca. Porque su nariz, ¡ah!, es una nariz única en su tamaño, en su forma, en su hediondez. Enorme breva que amenaza desprenderse, calabaza por lo descolorida, excepto en la punta, que ostenta un simpático color de ladrillo; como la de Cyrano, se baña en el vaso cuando liba su dueño feliz, y en su seno un constipado sencillo tiene las resonancias imponentes de una tempestad.
Publicada por Valdemar.
Muchos de los que hemos llegado a la novela y a su autor lo hemos hecho gracias a la adaptación cinematográfica dirigida en 1944 por Edgar Neville, uno de nuestros cineastas más inclasificables y más interesados por el género policiaco. Protagonizada por Antonio Casal, es una hermosa rareza para su época, convertida con el paso del tiempo en película de culto, que traslada estupendamente el ambiente de la novela y que brilla especialmente en las escenas de apariciones fantasmales. Por desgracia, hoy en día resulta demasiado ingenua al eliminar buena parte de los momentos más intensos de la novela y al añadir una meliflua historia de amor inexistente en el original literario, aspectos probablemente ajenos a la voluntad de un director como Neville.
DE AMICITIA / DESPUÉS DE HABERME DICHO MUCHAS VECES… de Julio Martínez Mesanza
Del gran poeta de la generación de los 80 Julio Martínez Mesanza, aquí os dejo dos breves poemas que me encantan pertenecientes a su obra Europa (1983-1986).
De amicitia
A José del Río Mons
Si tuviese al justo de enemigo,
sería la justicia mi enemiga.
A tu lado en el campo victorioso
y junto a ti estaré cuando el fracaso.
Tus palabras tendrán tumba en mi oído.
Celebraré el primero tu alegría.
Aunque el fraude mi espada no consienta,
engañaremos juntos si te place.
Saquearemos juntos si lo quieres,
aunque mucho la sangre me repugne.
Tus rivales ya son rivales míos:
mañana el mar inmenso nos espera.
Después de haberme dicho muchas veces…
Después de haberme dicho muchas veces
que debía mirar de otra manera
las cosas, y que a nada conducía,
o tan sólo a pobreza y paranoia,
hacer frente al poder organizado
de los inicuos, tomo nuevamente
las armas y, en constante desacuerdo
con el mundo, me enfrento al sincretismo,
a toda ambigüedad y a la tibieza.
BIRDS IN THE NIGHT de Luis Cernuda
De nuevo por aquí mi poeta preferido de la Generación del 27, esta vez con su homenaje a Arthur Rimbaud y Paul Verlaine, incluido en su último libro Desolación de la quimera (1962).
BIRDS IN THE NIGHT
El GOBIERNO francés, ¿o fue el gobierno inglés?, puso una lápida
En esa casa 8 Great College Street, Camden Town, Londres,
Adonde en una habitación Rimbaud y Verlaine, rara pareja,
Vivieron, bebieron, trabajaron, fornicaron,
Durante algunas breves semanas tormentosas.
Al acto inaugural asistieron sin duda embajador y alcalde,
Todos aquellos que fueron enemigos de Verlaine y Rimbaud cuando vivían.
La casa es triste y pobre, como el barrio,
Con la tristeza sórdida que va con lo que es pobre,
No la tristeza funeral de lo que es rico sin espíritu.
Cuando la tarde cae, como en el tiempo de ellos,
Sobre su acera, húmedo y gris el aire, un organillo
Suena, y los vecinos, de vuelta del trabajo,
Bailan unos, los jóvenes, otros van a la taberna.
Corta fue la amistad singular de Verlaine el borracho
y de Rimbaud el golfo, querellándose largamente.
Mas podemos pensar que acaso un buen instante
Hubo para los dos, al menos si recordaba cada uno
Que dejaron atrás la madre inaguantable y la aburrida esposa.
Pero la libertad no es de este mundo, y los libertos,
En ruptura con todo, tuvieron que pagarla a precio alto.
Sí, estuvieron ahí, la lápida lo dice, tras el muro,
Presos de su destino: la amistad imposible, la amargura
De la separación, el escándalo luego; y para éste
El proceso, la cárcel por dos años, gracias a sus costumbres
Que sociedad y ley condenan, hoy al menos; para aquél a solas
Errar desde un rincón a otro de la tierra,
Huyendo a nuestro mundo y su progreso renombrado.
El silencio del uno y la locuacidad banal del otro
Se compensaron. Rimbaud rechazó la mano que oprimía
Su vida; Rimbaud la besa, aceptando su castigo.
Uno arrastra en el cinto el oro que ha ganado; el otro
Lo malgasta en ajenjo y mujerzuelas. Pero ambos
En entredicho siempre de las autoridades, de la gente
Que con trabajo ajeno se enriquece y triunfa.
Entonces hasta la negra prostituta tenía derecho de insultarles;
Hoy, como el tiempo ha pasado, como pasa en el mundo,
Vida al margen de todo, sodomía, borrachera, versos escarnecidos,
Ya no importan en ellos, y Francia usa de ambos nombres y ambas obras
Para mayor gloria de Francia y su arte lógico.
Sus actos y sus pasos se investigan, dando al público
Detalles íntimos de sus vidas. Nadie se asusta ahora, ni protesta.
«¿Verlaine?» Vaya, amigo mío, un sátiro, un verdadero sátiro
Cuando de la mujer se trata; bien normal era el hombre,
Igual que usted y que yo. «¿Rimbaud?» Católico sincero, como está demostrado.
Y se recitan trozos del «Barco ebrio» y del soneto a las «Vocales»
Mas de Verlaine no se recita nada, porque no está de moda
Como el otro, del que se lanzan textos falsos en edición de lujo;
Poetas jóvenes, por todos los países, hablan mucho de él en sus provincias.
¿Oyen los muertos lo que los vivos dicen luego de ellos?
Ojalá nada oigan: ha de ser un alivio ese silencio interminable
Para aquellos que vivieron por la palabra y murieron por ella,
Como Rimbaud y Verlaine. Pero el silencio allá no evita
Acá la farsa elogiosa repugnante. Alguna vez deseó uno
Que la humanidad tuviese una sola cabeza, para así cortársela.
Tal vez exageraba: si fuera sólo una cucaracha, y aplastarla.
EL SUR de Adelaida García Morales
Que uno de los más grandes cineastas vivos lleve tanto tiempo fuera de los circuitos comerciales es un lujo inexplicable que nuestra cinematografía no debería permitirse, pero al menos, ya que este país no da para más, nos queda el consuelo de que la brevísima filmografía hasta la fecha de Víctor Erice nos ha dejado ya algunas de las mejores películas de las últimas décadas, a las que afortunadamente podemos volver una y otra vez.
El sur (1983), su segundo largometraje, elegido por varias publicaciones como el mejor de todo el cine mundial de la década de los 80, es mi película española preferida, una obra maestra imprescindible que no necesita presentación pero que no habría sido posible sin el relato homónimo escrito por Adelaida García Morales, por entonces pareja sentimental de Erice. Publicado junto a otro estupendo relato titulado Bene en 1985, el texto no incluye algunas de las mejores escenas filmadas por Erice pero sí nos cuenta el viaje de Adriana (Estrella en la película, interpretada por Sonsoles Aranguren e Icíar Bollaín) a Sevilla tras el suicidio de su padre Rafael (en la película Agustín, al que da vida Omero Antonutti) y los días que pasa allí investigando su pasado, episodio que al parecer Erice no pudo llegar a rodar por falta de presupuesto. Lo que, desde luego, ambas obras comparten es la admiración y la curiosidad de una niña, el misterio y la tristeza de un hombre, y la soledad que une a ambos en una relación quizá enfermiza pero sin duda mágica e inolvidable.
Este fragmento, presente en el relato y en la película, nos muestra a la pequeña Adriana/Estrella intentando llamar la atención de su padre, escondiéndose bajo una cama para que los adultos de la casa piensen que ha desaparecido y se esfuercen en buscarla.
A veces deseé escapar muy lejos de vosotros. Ensoñaba diferentes estilos de fugas siempre imposibles. Un día decidí escapar a tus ojos, aunque me quedara en casa. Quizás con mi fingida desaparición deseara descubrir en ti una necesidad desesperada de encontrarme. Así que me escondí debajo de una cama. Me armé de paciencia, dispuesta a no salir de allí en mucho tiempo. Al principio llegué a temer que ni siquiera advirtiérais mi ausencia. Al fin empecé a oír el rumor de pasos impacientes que me buscaban, la voz de mamá preguntando por mí y la de Agustina afirmando no haberme visto en toda la tarde. Mi propósito era alcanzar la noche allí abajo, pues sabía que la oscuridad agravaría vuestro susto. Mamá me acusaba: «Esta niña es capaz de cualquier cosa». Y eso, más que preocuparla, parecía irritarla contra mí. Tú estabas en tu estudio pero no saliste a buscarme, aunque yo estaba convencida de que te habrían comunicado mi desaparición. La espera fue muy larga y, sin embargo, yo me sentía bien sabiéndome escondida de todos. Nunca llegué a conocer lo que tú pensaste o sentiste en aquellos momentos que, aparentemente, ni siquiera te inmutaron. Era ya de madrugada cuando me encontró mamá, que, pensando siempre mal de mí, esta vez acertó. «¡Cómo has podido hacernos esto!», me gritó casi llorando. «Anda, vete a cenar», me dijo después, casi con desprecio y, sin mediar ninguna otra palabra, se retiró a su habitación. Me sentí derrotada y llena de rabia. Pero cuando me senté a la mesa y te vi frente a mí, mirándome con indiferencia, percibí en tus ojos un sufrimiento inhumano. Entonces mi dolor se hizo banal y ridículo. Lo mío había sido sólo una mentira.
Publicado por Anagrama.
AMARILLO de Félix Romeo
Chusé Isué (1968-1992), periodista, crítico literario y escritor en ciernes, se suicidó tras una ruptura sentimental que no pudo superar, tirándose por una ventana de su piso en Barcelona. Sus relatos, influidos por esa separación, fueron publicados póstumamente en 1994 bajo el título Todo sigue tranquilo.
Félix Romeo (1968-2011), también periodista, crítico y escritor, director y presentador durante varios años del programa de Televisión Española La Mandrágora, publicó en 2008 Amarillo, un homenaje a su amigo Isué, un ajuste de cuentas consigo mismo, una liberación. Un libro desnudo y valiente que no nos pide juicios literarios, tan sólo hacerlo nuestro, sentirlo nuestro, emborracharnos con él e, incluso, recobrar nuestros propios recuerdos, nuestras lecturas y películas de juventud, nuestra propia visita al cine Capsa de Barcelona, en 1992, para ver Delicatessen…
Aquí os dejo mi fragmento preferido del libro, que define perfectamente la personalidad del joven Isué:
«En la contraportada pusimos un texto que escribiste con bolígrafo negro en los márgenes de la hoja de promoción de Delicatessen del cinema Capsa de Barcelona.
Vimos Delicatessen unos días antes del 27 de febrero de 1992.
Éste es el texto:
«Puede que me equivoque, pero existe un momento en la vida, sólo un momento, en que somos conscientes de que somos genios o enamorados. La cuestión es sencilla, ridícula. O una cosa u otra, imposible ambas. Y cuando ese momento llega tenemos la vaga certeza de que arrastraremos nuestra carga, sea la que fuere, hasta el final de los días. Yo superé ya el momento. Sé que nunca alcanzaré las cimas de la genialidad y, lo más abrumador, acongojante aún, sé que el momento del amor se escurrió entre mis dedos para siempre. Así, ni tengo nada ni espero nada.»
Publicado por Plot Ediciones.