Archive for the ‘Literatura uruguaya’ Category
ENTRE SÍES Y NOES / SIN EL NOMBRE DEL PÁJARO de Ida Vitale
Contemporánea de Juan Carlos Onetti y de Idea Vilariño; galardonada con el premio Cervantes en 2018, la poetisa uruguaya Ida Vitale continúa, por fortuna para todos, dando poética guerra a sus 98 años. Su último libro hasta hoy, publicado en 2021, se titula Tiempo sin claves. Aquí os dejo un par de los poemas incluidos en él.
ENTRE SÍES Y NOES
EN el principio fui dulce, fui obediente,
descubrí luego hartos motivos para el no.
Luego, mucho, mucho después
fue posible el sí sometido al amor,
la confianza ganada entre paredes fieles.
Pero, arco triste, a solas ya, decae.
Fuera de las ventanas y a lo lejos,
ofrece el no sus afilados dientes
a lo obtuso del mundo y sus conjuras.
SIN EL NOMBRE DEL PÁJARO
QUÉ desolado ese piar en medio
de esta lluvia nocturna que anticipa el relámpago
y el rodar poderoso del trueno que lo sigue.
No tiene nido o ha perdido el rumbo.
Qué soledad, como de ser sin alma
o con más alma de la conveniente.
Alguien un día estará solo, oyendo
esta misma tristeza y este canto,
disperso entonces lo hoy entrelazado.
Publicado por Tusquets.
JACOB Y EL OTRO de Juan Carlos Onetti / MAL DÍA PARA PESCAR (2009) de Álvaro Brechner
De nuevo por aquí Juan Carlos Onetti, uno de los escritores favoritos de este blog, esta vez con el relato «Jacob y el otro», en el que presta la magia de su incomparable prosa a la voz de tres narradores distintos para contarnos una historia que sucede, como tantas de las suyas, en la ficticia Santa María. A la localidad llegan dos tipos curiosos que enseguida llaman la atención de la aburrida población: un gigantón llamado Jacob van Oppen, antiguo campeón de lucha libre ya en horas bajas, y su representante, que dice llamarse Príncipe Orsini. Como en otras ciudades por las que han ido viajando, Orsini organiza en Santa María una velada de lucha libre en la que apuesta quinientos pesos a que nadie es capaz de aguantar tres minutos sin que van Oppen lo tumbe. Mientras espera que se presente algún contrincante, Orsini va ganando dinero cobrando entradas simplemente por ver entrenar al campeón. Pero el problema se presenta cuando una chica acepta el desafío en nombre de su novio, una mole de veinte años a la que Orsini cree que el envejecido van Oppen no podrá vencer.
El hombre movedizo y simpático y el gigante moribundo atravesaron en diagonal la plaza y el primer sol amarillento de la primavera. El más pequeño llevaba una corona de flores, una coronita de pariente lejano para un velorio modesto. Avanzaban indiferentes a la curiosidad que hacía nacer la bestia lenta de dos metros; sin apresurarse pero resulto, el movedizo marchaba con una irrenunciable dignidad, con una levantada sonrisa diplomática, como flanqueado por soldados de gala, como si alguien, un palco con banderas y hombres graves y mujeres viejas, lo esperara en alguna parte. Se supo que que dejaron la coronita, entre bromas de niños y alguna pedrada, al pie del monumento a Brausen.
A partir de aquí las pistas se embrollan un poco. El pequeño, el embajador, fue al Berna para alquilar una pieza, tomar un aperitivo y discutir los precios sin pasión, distribuyendo sombrerazos, reverencias e invitaciones baratas. Tenía entre cuarenta y cuarenta y cinco años, el tórax ancho, la estatura mediana; había nacido para convencer, para crear el clima húmedo y tibio en que florece la amistad y se aceptan las esperanzas. Había nacido también para la felicidad, o por lo menos para creer obstinadamente en ella, contra viento y marea, contra la vida y sus errores. Había nacido, sobre todo, lo más importante, para imponer cuotas de dicha a todo el mundo posible. Con una natural e invencible astucia, sin descuidar nunca sus fines personales, sin preocuparse en demasía por el incontrolable futuro ajeno.
El director uruguayo Álvaro Brechner debutó en el largometraje con una magnífica adaptación del cuento de Onetti titulada Mal día para pescar, con Gary Piquer y el strongman y ocasional actor finés Jouko Ahola, ambos estupendos, dando vida respectivamente a Orsini y van Oppen. Con un guion, escrito por Brechner y Piquer, muy fiel a la esencia del relato, aunque introduzca, de manera nada forzada, nuevos personajes y situaciones, el film le otorga a la historia un aire muy cinematográfico de wéstern y a los dos personajes principales, una dignidad y un romanticismo, en contraposición a los habitantes de Santa María, ausentes en el original literario del existencialista Onetti.
TENGO UN AMIGO de Daniel Viglietti
Tras la noticia de su fallecimiento, el lunes 30 de octubre, hoy es día para volver a escuchar a Viglietti; a escucharlo y a leerlo, porque las letras de sus canciones también son poesía, también literatura.
Aquí os dejo la letra de «Tengo un amigo», uno de los mejores temas del estupendo álbum titulado Esdrújulo (1993).
TENGO UN AMIGO
Tengo un amigo allá adentro,
más allá de la piel o la mentira,
un amigo prisionero que postergo,
un espejo que nublo con mi olvido,
un otro que soy yo y no reconozco.
Tengo un amigo allá adentro,
más allá de la cárcel de mi pecho,
el inquieto compañero postergado,
mi querido socialista del adentro,
mi libertario maniatado.
Le pongo cerrojos y candados
mientras canto libertades y mañanas,
ay, mi tierno espejo prisionero,
a veces yo lo empaño de mis odios,
lo torturo de mi olvido, lo abandono.
Y voy con otros a la calle
mientras dejo encerradas las verdades
del amigo prisionero que conoce
que en el fondo lo llamo y lo reclamo
como único posible compañero,
como llave de otros cuerpos,
como puente hacia tu mano.
Tengo un amigo tan frágil allá adentro
que si sigo cantando se me muere.
Esta vez si me callo es por la vida.
YA NO… de Idea Vilariño
La poetisa Idea Vilariño fue una de las componentes de la Generación del 45 uruguaya, junto a otros grandes autores más conocidos como Emir Rodríguez Monegal, Mario Benedetti o, por supuesto, Juan Carlos Onetti, con quien mantuvo durante años una apasionada relación tras conocerse en 1950.
Cuatro años más tarde, Onetti le dedicaba Los adioses, una de sus mejores novelas, y en 1957, tras romper su relación, Idea le escribía el poema Ya no…, publicado en la colección Poemas de amor y que puede encontrarse actualmente en su Poesía completa (Lumen, 2008). Aquí os lo dejo.
YA NO…
ya no
no viviremos juntos
no criaré a tu hijo
no coseré tu ropa
no te tendré de noche
no te besaré al irme
nunca sabrás quién fui
por qué me amaron otros.
No llegaré a saber por qué
ni cómo nunca
ni si era de verdad
ni quién fuiste
ni qué fui para ti
ni cómo hubiera sido
vivir juntos
querernos
esperarnos
estar.
Ya no soy más que yo
para siempre y tú
ya no serás para mí
Ya no estás
en un día futuro
no sabré dónde vives
con quién
ni si te acuerdas.
No me abrazarás nunca
como esa noche
nunca.
No volveré a tocarte.
No te veré morir.
LA CACERÍA de Alejandro Paternain
Con el recuerdo de la literatura de Conrad, Stevenson, Kipling, Falkner y O´Brian por bandera y las bodegas repletas del cine de Curtiz, Walsh, Tourneur y tantos otros, en 1997 nos llegó, de la mano del maestro uruguayo Alejandro Paternain, la maravillosa novela La cacería, devolviéndonos de nuevo en todo su esplendor el género de aventuras en el mar y, con él, tantas otras cosas que echábamos de menos.
Al mando de la historia, John Blackbourne, marino de Baltimore y capitán de la goleta La Intrépida, con patente de corso bajo pabellón uruguayo, y Basilio de Brito, capitán del brick portugués Espíritu Santo, a quien el gobierno de su país ordena detener a toda costa al navío norteamericano. Dos personajes que, sin haberse visto nunca y a través de la distancia que separa sus barcos, intentan conocerse y descubrir sus puntos débiles, y que acaban respetándose y admirándose mutuamente. A sus órdenes, una tripulación de secundarios memorables, entre los que destaca el marinero irlandés de La Intrépida Patrick Donagall, cuya historia irá paulatinamente cobrando importancia en boca de sus compañeros hasta erigirse en protagonista al final de la novela. Y junto a ellos, el resto de personajes imprescindibles: el honor, la valentía, la gloria sin recompensa, los abordajes y los funerales marinos, las leyendas corsarias ante el grog o el brandy, las tormentas que deciden el destino de los hombres, la nostalgia de la tierra dejada atrás, las mujeres que esperan el regreso…
Entre el metálico encuentro de los sables y el rugido de los cañones, la exquisita y ensoñadora prosa de La cacería, elegante como pocas, nos hace navegar a toda vela y sin descanso por sus páginas, volver sobre ellas para saborearlas de nuevo y, una vez terminadas, buscar alguna otra de las novelas que nos dejó escritas este Don Alejandro Paternain, que en 2004 partió definitivamente en busca de nuevos mares por descubrir.
«¡El timón!», informa Luis de Almeida. «No gobierna», exclama el timonel, despavorido. Insto a los carpinteros reparación urgente, encargo a Pinto que restablezca el orden en cubierta, pongo a Freire da Nóbrega bajo asistencia del jesuita Araújo, y aprovechando que la lluvia ha cesado, mando a los artilleros que apresten otra andanada. Despliego el catalejo, escruto la goleta, veo su cañón giratorio, ha asestado golpes muy duros, no sé con qué artes, y procuro descubrir al capitán. Lo he juzgado mal, he subestimado su capacidad o no he comprendido que la suerte viaja con él. Será tal vez aquel hombre alto, sobre la toldilla, que golpetea una prenda -¿su gorra de lana, empapada?- contra la balaustrada, que corre ahora por cubierta, dando órdenes a los veleros, haciéndolos bracear las vergas hasta obtener ángulos que les permitan acercar la goleta a mi barco sin gobierno. Ése ha de ser, un perfil de hombre joven que trabaja a la par de cualquier marinero, que aparta los artilleros de sus piezas para que empuñen los garfios de abordaje, que induce a la marinería para que, cuchilla en mano, cimbren sus aceros de modo amenazante. Ése es, qué duda cabe, volviendo a su puesto en la toldilla. Un poco más de luz en este día encapotado, y adivinaría las líneas de su rostro, el carácter que componen esas líneas, el orgullo, la vanidad, la rapacidad, la felicidad que me halagarían si estuviese en su lugar, sin importarle -como tampoco a mí me hubiese importado- que ese pabellón sostenido a despecho de la lluvia pertenezca a una fuerza vencida a miles de millas, hace meses. Lo mismo sentiría yo si hubiese desarbolado y dejado sin timón al enemigo. Dos cañonazos bastaron, disparados con puntería implacable. Los cielos así lo disponen; y la lluvia, que arrecia o escampa cuando quiere, riéndose de lo que los hombres proponen.
Publicada por Alfaguara.
LOS ADIOSES de Juan Carlos Onetti
Onetti ya estuvo por aquí con sus relatos, pero a un escritor de su envergadura es obligado volver una y otra vez. Los adioses (1954), que no pertenece al más conocido Ciclo de Santa María, me parece, sencillamente, una de las mejores novelas en nuestro idioma, apenas sesenta páginas a las que la etiqueta de imprescindibles se les queda pequeña.
Dedicada a uno de los grandes amores de su vida, la poetisa uruguaya Idea Vilariño, es una obra maestra de la ambigüedad narrativa y de lo que supone la técnica del punto de vista en la novela. La historia de los tres personajes principales, el enfermo que llega al sanatorio y las dos mujeres que le visitan, lo que ocurre entre ellos o lo que quizá ocurre, lo conocemos sólo a través de la mirada de un observador, de un testigo que no sabe pero imagina, supone y chismorrea, obligando al lector a ponerse en su piel, a convertirse en otro personaje asomado a la ventana indiscreta. Onetti nos manipula a su antojo, nos hace partícipes de la culpabilidad moral del narrador, y ni siquiera se apiada de nosotros ofreciéndonos la resolución completa del enigma.
El inicio de esta novela portentosa es suficiente para atraparnos definitivamente y para recordarnos, por si hacía falta, que nadie ha escrito como Onetti.
«Quisiera no haber visto del hombre, la primera vez que entró en el almacén, nada más que las manos; lentas, intimidadas y torpes, moviéndose sin fe, largas y todavía sin tostar, disculpándose por su actuación desinteresada. Hizo algunas preguntas y tomó una botella de cerveza, de pie en el extremo más sombrío del mostrador, vuelta la cara -sobre un fondo de alpargatas, el almanaque, embutidos blanqueados por los años- hacia afuera, hacia el sol del atardecer y la altura violeta de la sierra, mientras esperaba el ómnibus que lo llevaría a los portones del hotel viejo.
Quisiera no haberle visto nada más que las manos, me hubiera bastado verlas cuando le di el cambio de los cien pesos y los dedos apretaron los billetes, trataron de acomodarlos y, en seguida, resolviéndose, hicieron una pelota achatada y la escondieron con pudor en un bolsillo del saco; me hubieran bastado aquellos movimientos sobre la madera llena de tajos rellenados con grasa y mugre para saber que no iba a curarse, que no conocía nada de donde sacar voluntad para curarse.»
Publicada por Barral, Bruguera y otras.
LA BUENA TINIEBLA de Mario Benedetti
Geografías, publicado en 1984, es uno de los libros en los que Mario Benedetti mezcla poesía y cuentos. En él aparece el poema La buena tiniebla, uno de mis preferidos del autor uruguayo.
Una mujer desnuda y en lo oscuro
genera un resplandor que da confianza
de modo que si sobreviene
un apagón o un desconsuelo
es conveniente y hasta imprescindible
tener a mano una mujer desnuda
entonces las paredes se acuarelan
el cielo raso se convierte en cielo
las telarañas vibran en su ángulo
y los ojos felices y felinos
miran y no se cansan de mirar
una mujer desnuda y en lo oscuro
una mujer querida o a querer
exorcisa por una vez la muerte.
Publicado por Alfaguara.