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LAS PELÍCULAS DE MI VIDA (2016) de Bertrand Tavernier
Una de las películas que más he disfrutado este año es el documental Las películas de mi vida (Voyage à travers le cinéma français). De título español obviamente engañoso, el film es un recorrido apasionante para muy cinéfilos por la cinematografía francesa entre 1930 y 1970, tres horas de gran cine que no solo se hacen cortas, sino que dejan con ganas de, al menos, tres horas más.
Al igual que hacía Martin Scorsese en su «viaje» por el cine americano, Tavernier realiza una selección muy personal del cine que más le gusta y no necesariamente del más prestigioso. Así, en el documental tienen cabida desde imprescindibles como Renoir -quien, por cierto, no sale muy bien parado en el plano personal-, Godard, Becker o Carné -a quien Tavernier defiende ante la opinión de muchos de que no era nadie sin Prévert y el resto de sus colaboradores habituales- hasta cineastas demasiado olvidados como Jean Grémillon, Maurice Tourneur o Edmond T. Gréville, pasando por actores como Jean Gabin y músicos como Joseph Kosma, hasta el recuerdo de sus encuentros y colaboraciones con Jean-Pierre Melville o Claude Sautet, entre otros.
En resumen, un viaje a lo largo de cuatro décadas del cine francés para recordar alguna de nuestras películas preferidas y para descubrir a un buen puñado de cineastas que, como acostumbra a pasar, han quedado a la sombra de los grandes nombres.
LA MITAD DE ÓSCAR (2010) de Manuel Martín Cuenca
Grandes escritores, sobre todo en la literatura norteamericana, nos han dejado extraordinarios relatos en los que apenas ocurre nada, pero que nos señalan, entre líneas, mil cosas sobre la vida y el carácter de los personajes, mil sombras sobre su pasado, su presente y su futuro que nosotros mismos deberemos completar. Quien haya leído a Raymond Carver, John Cheever o Tobias Wolff, o al modelo de todos ellos Anton Chéjov, sabe a lo que me refiero. Si esto vale, y de qué manera, para la literatura, es justo considerar que también debe valer para el cine, aunque a menudo se le cuelgue, en estos casos, la pedantesca etiqueta de «ejercicio de estilo». Dependerá entonces más que nunca, ante la casi total ausencia de argumento y desarrollo narrativo, de cómo se las apañe el director para que lo que ofrece nos llegue y nos conmueva o nos parezca un insufrible pestiño.
La excusa argumental de La mitad de Óscar, última película hasta la fecha de Manuel Martín Cuenca, es mínima: Óscar, que trabaja como vigilante en una salina en Almería, lleva una vida tan triste y monótona como su trabajo. Su hermana María, a la que no ve desde hace dos años, viaja desde París con su novio Jean para ver a su abuelo, que está a punto de morir. Entre los dos hermanos apenas hay comunicación, parecen casi dos extraños (María y Jean se alojan en un hotel, en lugar de hacerlo en casa de Óscar), y esa extraña relación nos hace pensar que ambos guardan un secreto de su pasado.
Poco más. Al director no le interesa tanto mostrar como insinuar lo que hay detrás de los personajes, lo que éstos no exteriorizan, renunciando a la representación dramática y permitiéndose el lujo de resolver los dos momentos que podrían ofrecer mayor juego narrativo (la muerte del abuelo y el episodio entre Óscar y el taxista) mediante elipsis. Gracias a la iluminación, a la interpretación sin apenas gestos de los actores, a la ausencia de primeros planos o a la elección de lo que nos muestra el encuadre y de lo que queda fuera de él pero suponemos u oímos (un mensaje en el contestador escuchado de manera obsesiva, unas simples llamadas telefónicas, que no serán contestadas, a una habitación de hotel), la cámara observa a los personajes siempre de manera contenida, sin terminar de desnudarlos, sin completar sus historias.
¿Cómo eran Óscar y María en el pasado y qué será de ellos a partir de ahora? ¿Qué sabe y qué siente Jean, testigo mudo de la relación entre los dos hermanos? ¿Cómo es la vida de la amante de Óscar, siempre dispuesta a acogerle sin hacer preguntas, y de la que ni siquiera sabremos su nombre? ¿Quién nos contará su historia en otra película? Creo que fue Hemingway quien dijo que un buen relato ha de ser como un iceberg, del que sólo vemos una pequeña parte y todo lo demás queda bajo la superficie. Pues eso.
Hermanada, dentro del cine más reciente, con propuestas como las de Jaime Rosales o Nobuhiro Suwa, o incluso en algunos momentos y salvando las distancias, con aquella obra maestra absoluta que filmó Claude Sautet titulada Un corazón en invierno (Un coeur en hiver, 1992), La mitad de Óscar les parecerá a algunos espectadores una de las mejores y más singulares películas de nuestro último cine, y a otros, sencillamente, una irritante tomadura de pelo. El hecho de que aparezca por aquí ya indica con cuál de los dos grupos me haría yo la foto.
Editada en DVD por Cameo.