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EL PAGADOR DE PROMESAS (1962) de Anselmo Duarte

Pagador-de-promessas-poster01El ángel exterminador, de Luis Buñuel; Tempestad sobre Washington (Advise and Consent), de Otto Preminger; La diosa (Devi), de Satyajit Ray; Divorcio a la italiana (Divorzio all’italiana), de Pietro Germi; Plácido, de Luis García Berlanga; Suspense (The Innocents), de Jack Clayton. Estas son algunas de las peliculillas que compitieron por la Palma de Oro de Cannes en 1962. La ganadora fue El pagador de promesas.

Las primeras imágenes del film de Anselmo Duarte, basado en la obra de teatro homónima de Dias Gomes, nos muestran a un hombre atravesando paisajes agrestes bajo la lluvia y el frío, con una enorme cruz de madera al hombro y seguido por una mujer. Al llegar a la capital, de madrugada, se dirigen a la iglesia de Santa Bárbara, destino de su peregrinaje. Es en este momento cuando nos enteramos de que nuestro protagonista es Zé (Leonardo Villar), un campesino que prometió a la santa ir hasta su iglesia con una cruz a cuestas y entrar en ella si salvaba de la muerte a su mejor amigo, su burro Nicolau. Acompañado de su esposa, Rosa (Glória Menezes), Zé se dispone a culminar el pago de su promesa.

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Pero con lo que el campesino no contaba es con que, al explicarle al párroco ingenuamente que en realidad la ofrenda se la había hecho a una imagen de Iansa, la divinidad equivalente a Santa Bárbara en la religión del Candomblé, se le impida la entrada a la iglesia y además se le acuse de querer emular a Cristo. El pobre Zé, nuevo hereje que no entiende nada, se empeña en seguir sentado en las escaleras ante el templo el tiempo que haga falta, lo que provoca que su caso se convierta en un espectáculo para la ciudad: el dueño del bar de enfrente, en busca de publicidad; el atractivo proxeneta que seduce a la cándida Rosa ante las narices de su marido; el periodista ávido de exclusivas para su diario; el escritor empeñado en inmortalizar la rocambolesca situación; el gobierno y la iglesia, en habitual contubernio, deseosos de demostrar a la plebe su generosidad ofreciendo la solución que a ellos les conviene; los enfermos que acuden a que Zé, cual nuevo mesías, los cure; el pueblo en masa y su insaciable y morbosa curiosidad… Las escaleras de la iglesia y sus aledaños se van llenando de personajes que intentan sacar provecho de las miserias ajenas u olvidar, gracias a ellas, las propias. Y en medio del circo, el agotado Zé, sin comprender y sin saber explicarse.

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Si estuviéramos en un film de Berlanga o en una comedia italiana -nada más fácil que imaginar a Zé interpretado por Nino Manfredi-, la astracanada a la que asistimos iría acompañada sin duda de la carcajada; pero Duarte opta por llevar su demoledora crítica social, tan vigente en la actualidad, al terreno serio e incluso a la tragedia -quizá amparándose en el magistral antecedente dirigido por Billy Wilder El gran carnaval (Ace in the Hole, 1951)-, colocándonos frente a un espejo esperpénticamente deformado para que nos veamos reflejados.

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Con un ritmo trepidante absolutamente cinematográfico ajeno a su origen teatral, que puede incluso hacernos pensar en un larguísimo plano secuencia berlanguiano cada vez más abarrotado de personajes, la excepcional El pagador de promesas –habitual, por supuesto, en los primeros puestos de las listas de las mejores películas brasileñas-, se engrandece aún más gracias a su portentoso tramo final, coronado por ese inolvidable plano que refleja tan amargamente la soledad en que quedan, cuando se apagan los focos, aquellos que son por un instante el centro de nuestra atención.

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