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EL HOMBRE DEL BRAZO DE ORO de Nelson Algren
La película de Edward Dmytryk titulada La gata negra (Walk on the Walk Side, 1962) lo tenía todo, en principio, para ser estupenda: un buen director, un reparto de campanillas y un guion del gran John Fante; pero la cosa no acabó de funcionar, en parte, creo yo, por el excesivo respeto al material original: en sus diálogos había mucha literatura, gran literatura.
Parecía, pues, recomendable acudir a la novela homónima, publicada en 1956, en que se basaba la película -y, por cierto, la celebérrima canción de Lou Reed- para descubrir a un autor poco conocido en España, contemporáneo de Fante y uno de los grandes amores de Simone de Beauvoir. Su nombre, Nelson Algren.
El tal Algren resultó ser también el responsable de El hombre del brazo de oro (The Man with the Golden Arm, 1949), novela con la que ganó el National Book Award en 1950 y que Otto Preminger transformó en uno de los grandes éxitos cinematográficos de 1955 y en uno de sus films más populares, protagonizado por Frank Sinatra, Eleanor Parker y Kim Novak. Nunca me ha parecido de lo mejor de Preminger y menos aún tras leer la novela, a la que adultera de manera salvaje en muchas de sus partes más importantes. No es extraño que Algren la detestara.
La historia del ex soldado, drogadicto y crupier con un brazo de oro Frankie Machine, que intenta darle un nuevo giro a su vida y escapar del destino que parece tener marcado buscando trabajo como batería en una orquesta- y de quien Don Winslow debió de tomar prestado el nombre para el protagonista de su novela El invierno de Frankie Machine (The Winter of Frankie Machine, 2006) -,es una de las crónicas más crudas y desesperanzadas sobre la otra cara del Sueño Americano, sobre los desheredados que no encuentran su lugar en la tierra de las oportunidades. Algren hunde su pluma en la mugre, en la suciedad, en la pobreza y en la derrota de los personajes que habitan el barrio polaco de Chicago y lo que extrae es una narrativa compleja de alta graduación, que se recrea en su poética casi feísta, repleta de imágenes metafóricas exuberantes, al describir ambientes y caracteres -leyéndola, he pensado en Quevedo y en los esperpentos de Valle-Inclán-y que exige al lector esfuerzo y paciencia adicionales. Quien se los entregue se verá recompensado con una literatura apasionante, con una novela extraordinaria.
Frankie Machine había visto tipos duros en sus veintinueve años. Pero cualquiera de los que estaba mirando parecía víctima de una paliza con duelas de tonel que le hubieran propinado durante toda la noche. Caras ensangrentadas como carne de cerdo cruda y picada lentamente en la inmensa trituradora de la gran ciudad; caras como bolsas blancas reventadas; una con ojos de gallina agonizante, y otra con los de la audacia de un bulldog acorralado; ojos con el leve resplandor de la histeria y ojos velados por el apagado esmalte del dolor. Miraban, hablaban y escuchaban sin prestar mucha atención, y respondían con vaguedades; pero todo el día parecían contemplar un horror incesante que se revolvía en su interior: las ruinas retorcidas de sus propias vidas torturadas, inútiles y sin amor.
Aunque no había visto a ninguno de ellos en su vida, Frankie los conocía a todos y cada uno. Porque todos sin excepción habían sido abrasados por la misma antorcha cuya llama también le había tocado a él. Una antorcha que ardía como una llama oscura y lenta dentro de uno mismo, hasta que lo desecaba por completo, vaciándolo de todo salvo de un sentimiento de culpa carbonizado.
El espléndido y secreto sentimiento de culpa tan propio de los americanos: el de no poseer nada, nada en absoluto, en la única tierra en que la propiedad y la virtud son uno y lo mismo.
Traducción de Vicente Campos.
Publicada por Galaxia Gutenberg.
Recordando a Charles Laughton
El día 15 de diciembre se cumplieron 50 años de la muerte de Charles Laughton, uno de los grandes genios de la historia del cine. Lo fue detrás de la cámara a pesar de dirigir una sola película en toda su vida, pero siendo ésta La noche del cazador (The Night of the Hunter, 1955) no le hizo falta más. Y lo fue, por supuesto, en su faceta de actor. Pocos como él conseguían robarles el plano a sus compañeros de reparto, por grandes que fueran, como si la cámara sólo tuviera ojos para su interpretación.
Aquí lo recordamos en algunos de los mejores momentos de su filmografía y en las palabras que le dedicó Billy Wilder, quien lo consideraba el mejor actor con el que había trabajado, en la extensa entrevista con Hellmuth Karasek, publicada en España con el título Nadie es perfecto (Billy Wilder, 1992) en traducción de Ana Tortajada.
En Esmeralda la zíngara (The Hunchback of Notre Dame, 1939) compuso para William Dieterle el mejor Quasimodo que se ha visto.
Junto al gran Jean Renoir, para quien protagonizó Esta tierra es mía (This Land is Mine, 1943). Su discurso final quedó para la historia de la interpretación.
En un descanso del rodaje de La noche del cazador, señalando a Robert Mitchum cómo colocar las manos más famosas de la historia del cine.
Elsa Lanchester (su esposa en la vida real) interpretaba a su insufrible enfermera en la inolvidable Testigo de cargo (Witness for the Prosecution, 1957), la mejor adaptación de Agatha Christie de parte de Billy Wilder.
Despidiéndose de Varinia (Jean Simmons) y de Batiato (Peter Ustinov) antes de suicidarse en Espartaco (Spartacus, 1960) de Kubrick. Mi película de romanos preferida no sería tan buena sin su interpretación de Sempronio Graco.
Discutiendo con Walter Pidgeon en una escena de Tempestad sobre Washington (Advise and Consent, 1962) de Otto Preminger. El mejor film ambientado en el mundo de la política fue su testamento cinematográfico.
Laughton y Preminger, dos genios jugando al póquer.
Cuando cinco años más tarde, en 1962, empecé a planear Irma la dulce, quise tener para el tercer papel protagonista, el del encargado del bistro Moustache, a Charles Laughton. Pero Laughton en aquella época ya estaba marcado por la muerte. Tenía cáncer. Poco antes de su muerte me recibió en su casa. Estaba sentado a la sombra, se había maquillado de un tono rosado y cuando me acerqué se levantó y se me acercó charlando, como si aquel hombre gordo, con el rostro arrugado, quisiera demostrarme con su agilidad lo recuperado que estaba. Interpretaba el papel del hombre sano o convaleciente perfectamente, con demasiada perfección. Lo hacía de un modo casi exagerado. Quería hacerme creer que al cabo de poco tiempo volvería a estar en situación de interpretar el papel del encargado del Moustache. Lo que realmente me demostró, fue su inmensa fuerza de voluntad. El admirable egoísmo de un actor que quiere actuar a cualquier precio. Fue su mejor papel. Poco después murió. En Irma la dulce le eché mucho de menos, a pesar de que Lou Jacobi interpretó muy bien el papel, que acorté considerablemente.
OPENING NIGHT (1977) de John Cassavetes
El día tres nos dejó Ben Gazzara, uno de esos grandes actores a los que no suelen llegar los focos pero que mejoraba con su presencia y su sonrisa socarrona cada película en la que participaba. Su primer gran papel fue a las órdenes de Otto Preminger en su obra maestra Anatomía de un asesinato (Anatomy of a Murder, 1959) y más adelante destacó sobre todo en sus trabajos para Peter Bogdanovich y para su amigo y compañero de juergas John Cassavetes.
Opening Night me parece la mejor película que rodaron juntos y, ante todo, la gran obra maestra que nos ha dejado el cine sobre el mundo del teatro junto a Eva al desnudo (All About Eve, 1950) de Mankiewicz. Pedro Almodóvar, a quien le encantan ambas películas, las homenajeó en Todo sobre mi madre (1999), llegando a recrear por completo una de las mejores escenas del film de Cassavetes, aquella en que una joven, tras conocer a la gran actriz a la que admira, es atropellada bajo la lluvia. Uno de esos fragmentos que dejan con la boca abierta y que, por sí solo, debería animar a conocer la filmografía de su autor.
Junto a Gazzara y Cassavetes, que interpretan, respectivamente, al director y a uno de los actores de una obra de teatro titulada significativamente The Second Woman, la gran estrella de la función es Gena Rowlands, esposa de Cassavetes en la vida real y una de mis actrices preferidas. Ella es en la ficción Myrtle Gordon, una famosa actriz alcoholizada y que no puede aceptar la pérdida de la juventud, incapaz de separar su propia vida de la del personaje al que interpreta, y menos aún tras la muerte de su admiradora. La cámara de Cassavetes la persigue, la abraza, se pega a su mirada y a su piel consciente de lo que la actriz puede darle, como si quisiera unir para siempre a Myrtle con Gena, haciéndolas inseparables, un solo personaje y una sola actriz, mientras nos muestra los entresijos del teatro, la otra cara oculta tras el telón.
Deudora, claro, de Eva al desnudo, pero también, me parece, de buena parte del cine de Bergman, Opening Night, como casi toda la filmografía de Cassavetes, en su homenaje al teatro y al oficio de actuar destila sinceridad, pasión y verdad como pocas veces hemos visto en una pantalla.
Editada en DVD por Avalon-Filmoteca FNAC.
EL OTRO (1972) de Robert Mulligan
Robert Mulligan ya había coqueteado con el cine de terror en algunas escenas de Matar un ruiseñor (To Kill a Mockingbird, 1962), su película más reconocida, y en ese western tan heterodoxo como magnífico que es La noche de los gigantes (The Stalking Moon, 1968), pero donde se soltó definitivamente el pelo con el género fue al adaptar la novela El otro (The Other, 1971), escrita por Thomas Tryon, autor también del guion y a quien pudimos ver en su faceta de actor protagonizando El cardenal (The Cardinal, 1963), de Otto Preminger.
Esta rara avis del género -cuya clara influencia se puede rastrear en la interesante película mexicana Veneno para las hadas (1984), de Carlos Enrique Taboada-, que se desarrolla en un ambiente campestre nada amenazador (más cercano a La casa de la pradera que a La matanza de Texas, para entendernos), cuenta la extraña relación de Niles con su hermano gemelo Holland y con su abuela Ada (Uta Hagen, la gran actriz de teatro, autora de libros sobre interpretación y profesora de, entre otros, Al pacino o Jason Robards), y el juego que llevan a cabo a tres bandas, que resulta ser muy poco inocente y que será el causante de varios crímenes. Aderezada con elementos religiosos (el ángel de la muerte), mágicos (la escena del circo ambulante, o aquella en la que Ada induce a Niles a unirse al cuervo en su vuelo, y que me recuerda a la de Merlín y Arturo en Camelot (1967) de Joshua Logan), y de los cuentos infantiles, que se van introduciendo a lo largo del film y que cobrarán todo su sentido en la sobrecogedora escena final, El otro es una de las grandes películas sobre la maldad infantil, y su plano final de un rostro, al que se va acercando la cámara, mirando a través de una ventana, es de los que no se olvidan.
Es una pena que la fotografía, en la que los matices brillan por su ausencia y que parece más propia de un telefilm, no esté a la altura de la historia y de la dirección de Mulligan. Aun así, es una cita obligada para los que disfrutaron con Suspense (The Innocents, 1961), de Jack Clayton, y para quienes quieran darle otra oportunidad a este tipo de historias tras aburrirse con La mala semilla (The Bad Seed, 1956), aquella obra de teatro que Mervin LeRoy no supo convertir en cine.
THE UNSUSPECTED (1947) de Michael Curtiz
En la historia del cine abundan los casos de olvido o menosprecio de determinadas obras; se me ocurren pocos casos tan flagrantes como el de The unsuspected, sobre todo porque su director no es precisamente un desconocido a raíz de Casablanca (1942).
The unsuspected no fue estrenada en nuestro país y no ha sido editada en vídeo ni en dvd. Además no figura en algunas filmografías destacadas de Curtiz, y ni siquiera aparece citada en ensayos tan exhaustivos como El cine negro (Le film noir, 2005), escrito por el director, guionista e historiador de cine Nöel Simsolo y publicado por Cahiers du cinéma, y que analiza una interminable lista de películas del género negro y sus múltiples variantes, desde las grandes obras hasta títulos infumables. Extraño caso.
Tuve la suerte de ver esta película hace un montón de años en la Filmoteca de Catalunya, con motivo de un ciclo dedicado a las películas preferidas de José Luis Guarner, que había fallecido pocos meses antes. Junto al film de Curtiz el ciclo incluía «minucias» como Sed de mal, Vértigo, El tercer hombre, Y el mundo marcha o El intendente Sansho, aunque también, qué le vamos a hacer, una bazofia como Saló o los 120 días de Sodoma, del ínclito Pasolini.
El film, basado en la novela homónima de Charlotte Armstrong -de quien Chabrol adaptó The chocolate cobweb en Gracias por el chocolate (Merci pour le chocolat, 2000)-, arranca de manera excepcional con el crimen a partir del cual se desarrolla la historia, escena dominada por la sombra del asesino recortada en las paredes y su amenazante figura en el umbral de una puerta. Pero no será conocer la identidad del criminal, que se nos desvela al poco rato, lo interesante en esta película, sino la manera de eliminar a los que sospechan de él, utilizando para ello su trabajo de escritor de relatos criminales para la radio.
Con un detalle de guión que recuerda a Laura (1944), la gran película de Preminger, y varios movimientos de cámara audaces y deslumbrantes, la película flojea en el dibujo de los personajes secundarios y en los actores que los interpretan, que no le aguantan ni medio envite al gran Claude Rains, dueño absoluto de la función. A pesar de ello The unsuspected es uno de los policiacos más originales que he visto, una película a recuperar.