Archive for the ‘Truman Capote’ Tag
ESA MUJER / NOTA AL PIE de Rodolfo Walsh
Argentina, 1957. Se publica la primera edición de Operación Masacre, la crónica de los fusilamientos llevados a cabo el año anterior en la localidad de José León Suárez a partir del testimonio realizado por los que lograron sobrevivir a la matanza. Actualmente se la considera la primera novela-testimonio, la primera novelización de unos hechos reales (sí, nueve años antes de A sangre fría (In Cold Blood, 1966) de Capote, reconocida generalmente como la precursora del género). En 1973 fue llevada al cine por el director Jorge Cedrón.
Su autor, Rodolfo Walsh. Periodista, traductor, autor teatral, cuentista y activista político, fue uno de los intelectuales argentinos más críticos con los diferentes gobiernos totalitarios de su país. En 1977, al año siguiente de la subida al poder de Videla, fue tiroteado y secuestrado en plena calle. Nunca se encontró su cuerpo.
Su narrativa breve abarca casi todos los géneros: cuentos infantiles, alegorías políticas, relatos fantásticos con Borges como modelo, cuentos policiacos…De todos ellos, mis preferidos son Esa mujer, del libro Los oficios terrestres (1965), y Nota al pie, incluido en la colección Un kilo de oro (1967). Dos ejemplos mayúsculos de precisión narrativa; dos motivos de alegría para cualquier lector y de envidia para la mayoría de escritores.
Esa mujer es, probablemente, el relato más popular de Walsh. En él, dos hombres hablan sobre el cadáver desaparecido de una mujer. Ni fechas ni nombres. La primera vez que lo leí lo hice sin la información necesaria, sin saber que los dos personajes eran el propio autor y Carlos de Moori Kening, el teniente coronel encargado del secuestro, en 1955, del cuerpo de Eva Perón, y aún así ya me pareció un relato deslumbrante, quizá más atractivo aún que en sucesivas lecturas gracias a su ambigüedad, a su misterio.
Desde el gran ventanal del décimo piso se ve la ciudad en el atardecer, las luces pálidas del río. Desde aquí es fácil amar, siquiera momentáneamente, a Buenos Aires. Pero no es ninguna forma concebible de amor lo que nos ha reunido.
El coronel busca unos nombres, unos papeles que acaso yo tenga.
Yo busco una muerta, un lugar en el mapa. Aún no es una búsqueda, es apenas una fantasía: la clase de fantasía perversa que algunos sospechan que podría ocurrírseme.
Algún día (pienso en momentos de ira) iré a buscarla. Ella no significa nada para mí, y sin embargo iré tras el misterio de su muerte, detrás de sus restos que se pudren lentamente en algún remoto cementerio. Si la encuentro, frescas altas olas de cólera, miedo y frustrado amor se alzarán, poderosas vengativas olas, y por un momento ya no me sentiré solo, ya no me sentiré como una arrastrada, amarga, olvidada sombra.
El coronel sabe dónde está.
Se mueve con facilidad en el piso de muebles ampulosos, ornado de marfiles y de bronces, de platos de Meissen y Cantón. Sonrío ante el Jongkind falso, el Fígari dudoso. Pienso en la cara que pondría si le dijera quién fabrica los Jongkind, pero en cambio elogio su whisky.
Él bebe con vigor, con salud, con entusiasmo, con alegría, con superioridad, con desprecio. Su cara cambia y cambia, mientras sus manos gordas hacen girar el vaso lentamente.
-Esos papeles -dice.
Lo miro.
-Esa mujer, coronel.
Sonríe.
-Todo se encadena -filosofa.
Nota al pie es, o así me lo parece, uno de los cuentos más personales de Walsh y el más novedoso en cuanto a estructura. Mientras el narrador nos habla del suicidio de un solitario traductor y de los minutos que pasa su jefe ante el cadáver en espera de la policía, a pie de página podemos ir leyendo la última carta escrita por el difunto, dirigida a su jefe. A medida que avanza el cuento, la carta va ganándole espacio a la voz del narrador hasta ocupar por completo la última página.
Dos relatos en uno; dos lecturas complementarias de final majestuoso para una pieza a la altura de las mejores de Onetti o Cortázar.
Sin duda León ha querido que Otero viniera a verlo, desnudo y muerto bajo esa sábana, y por eso escribió su nombre en el sobre y metió dentro del sobre la carta que tal vez explica todo. Otero ha venido y mira en silencio el óvalo de la cara tapada como una tonta adivinanza, pero aún no abre la carta porque quiere imaginar la versión que el muerto le daría si pudiera sentarse frente a él, en su escritorio, y hablar como hablaron tantas veces.
Un sosiego de tristeza purifica la cara del hombre alto y canoso que no quiere quedarse, no quiere irse, no quiere admitir que se siente traicionado. Pero eso es exactamente lo que siente. Porque de golpe le parce que no se hubieran conocido, que no hubiera hecho nada por León, que no hubiera sido, como ambos admitieron tantas veces, una especie de padre, para qué decir un amigo. De todas maneras ha venido, y es él, y no otro, el que dice:
-Quién iba a decir,
y escucha la voz de la señora Berta que lo mira con sus ojos celestes y secos en la cara ancha sin sexo ni memoria ni impaciencia, murmurando que ya viene el comisario, y por qué no abre la carta. Pero no la abre aunque imagina su tono general de lúgubre disculpa, su primera frase de adiós y de lamento.
Publicados por veintisieteletras.
A SANGRE FRÍA (1967) de Richard Brooks
El asesinato de la familia Clutter a manos de Perry Smith y Dick Hickock se convirtió, en manos de Truman Capote, en una de las cimas de la narrativa norteamericana y en una novela que abrió nuevos caminos a seguir por el cine, la televisión y, por supuesto, la literatura. Por citar sólo otra novela policiaca basada en un caso real, inspirada claramente en A sangre fría (In Cold Blood, 1966) y elogiada por el mismo Capote, ahí está la magnífica Campo de cebollas (The Onion Field, 1973) de Joseph Wambaugh, llevada al cine por Harold Becker en 1979.
La adaptación homónima realizada por Richard Brooks -uno de los grandes a la hora de llevar al cine la mejor literatura- es una tremenda película que deja de lado la melancolía y el tono elegíaco que acaba cobrando la novela de Capote para centrarse en las razones que acaban llevando a Perry y Dick al crimen y en la crítica, sin obviar los aspectos más horrorosos del múltiple asesinato (imposible olvidar el flash-back que recrea la matanza, casi de película de terror), a una sociedad que contribuye a crear monstruos para acabar luego con ellos. Así, mientras Capote termina emocionándonos al pensar cómo podría ser la joven Nancy Clutter de seguir con vida, Brooks opta por impactarnos y hacernos reflexionar, poniendo el punto final con el cadáver de Perry colgando de la soga y un fundido sobre el que vuelve a aparecer el título del film, equiparando claramente la sangre fría con la que fueron asesinados los Clutter a la que muestran las instituciones a la hora de aplicar la pena de muerte.
Con un reparto sin grandes nombres pero en el que estan espléndidos Robert Blake, Scott Wilson, John Forsythe y dos de los más grandes secundarios de siempre como Paul Stewart y Charles McGraw -quien no se acuerde de él puede recurrir, entre otras muchas, a su interpretación del instructor de gladiadores Marcellus en Espartaco (Spartacus, 1960) de Stanley Kubrick-, quien da vida al padre de Perry, y una sobrecogedora fotografía en blanco y negro de Conrad Hall, A sangre fría me parece no sólo una de las mayores joyas de la filmografía de Brooks sino también, y sobre todo, uno de los primeros films norteamericanos que trataron la violencia de la forma más cruda, directa y real, alejándose de la imagen que de ella dieron los géneros clásicos y anticipando el cine moderno que revolucionó Hollywood pocos años después, con los Coppola, Scorsese o Schrader a la cabeza. No hay más que compararlo con la otra gran adaptación de Capote al cine, Desayuno con diamantes (Breakfast at Tiffany´s, 1961) de Blake Edwards, maravillosa e inolvidable pero que edulcoraba al gusto de la época los aspectos más sórdidos del texto original, para darse cuenta de que los tiempos estaban cambiando.
Editada en DVD por Columbia.
MATAR UN RUISEÑOR de Harper Lee
Matar un ruiseñor (To Kill a Mockingbird, 1960), la única novela que escribió Nelle Harper Lee y que le valió el Pulitzer de 1961, sigue siendo hoy en día, a los cincuenta años de su aparición, una de las novelas norteamericanas más populares y apreciadas. Basada, al parecer, en recuerdos de infancia de la propia autora, puestos en la voz de la narradora y protagonista Jean Louise Finch, alias Scout, su historia de aprendizaje, educación y comprensión hacia los demás, hacia los que no son como nosotros, dentro de una comunidad donde aún imperan los prejuicios raciales y el miedo a lo diferente, ha sido siempre puesta como modelo de lectura a compartir entre grandes y pequeños, como ejemplo de una literatura que puede entretener a los más jóvenes y, a la vez, mostrarles ciertos valores.
Pero además de eso, y sobre todo, Matar un ruiseñor es una de las grandes obras sobre los miedos de la infancia y el paso a la edad adulta, teñida de ternura y de nostalgia, que mezcla la aventura, el terror, el humor, el drama social y la novela judicial para convertirse en un texto atemporal que habla sobre las personas y sus sentimientos. Una obra maestra, en fin, que se lee de una sentada, que no ha perdido ni una pizca de su fuerza narrativa gracias, como siempre, a su claridad y sencillez, y que, según cuenta la leyenda, puso celoso al mismísimo Truman Capote, amigo íntimo de la autora.
Al adaptarla al cine en 1962, Robert Mulligan realizó la película más representativa de su filmografía, otra obra maestra a la altura de la novela y que apenas necesita ya presentación. Gregory Peck ganó el Oscar por su interpretación del padre y abogado Atticus Finch (posiblemente su personaje más recordado), y en un papel secundario pero crucial encontramos a un jovencísimo Robert Duvall.
«Atticus fue a replicar, pero pero se abstuvo. Quitó el pulgar de la páginas, hacia la mitad del libro, y retrocedió al principio. Me acerqué y apoyé la cabeza en su rodilla.
-Ummm -dijo-. El fantasma gris, por Seckatary Hawkins. Capítulo primero…
Yo me esforcé en continuar despierta, pero la lluvia era tan suave, el cuarto estaba tan templado, la voz de mi padre era tan profunda y su rodilla tan cómoda, que me dormí.
Poco después, Atticus me ayudó a incorporarme y me llevó a su cuarto.
-He oído todolo que has leído -murmuré-. No creas que estaba dormida; la historia habla de un barco y de Fred Tres-Dedos y de Kid Pedradas…
Atticus me desató el mono, me apoyó contra sí y me lo quitó. Luego me sostuvo con una mano, mientras con la otra cogía el pijama.
-Sí, y todos creían que Kid Pedradas ponía patas arriba el local de su club y lo ensuciaba todo y…
Me guió hasta la cama y me hizo sentar en el borde. Me levantó las piernas y las colocó debajo de la sábana.
-Y lo persiguieron, pero no podían atraparlo porque no sabían qué aspecto tenía, y cuando por fin lo encontraron, resultó que no había hecho nada de todo aquello… Atticus, era un chico bueno de veras…
Las manos de mi padre estaban debajo de mi barbilla, subiendo la manta y arropándome bien.
-La mayoría de las personas lo son, Scout, cuando por fin las ves.
Atticus apagó la luz y regresó al cuarto de Jem. Allí estaría toda la noche, y allí seguiría cuando Jem despertase por la mañana.»
Traducción de Baldomero Porta.
Publicada por Ediciones B.
DÍAS DE VINO Y ROSAS (1962) de Blake Edwards
Otro que se nos va. El miércoles 15 de diciembre fallecía, a los 88 años, el cineasta Blake Edwards, el artífice de Desayuno con diamantes (Breakfast at Tiffany´s, 1961), una de las películas más famosas de la historia, uno de esos films que, como Casablanca o Lo que el viento se llevó, van más allá de su calidad cinematográfica para convertirse en iconos de la cultura popular, una mítica dulcificación de la magistral novela de Truman Capote: Audrey Hepburn, Moon River, un gato bajo la lluvia…
A Edwards se le ha considerado ante todo como uno de los grandes de la comedia. Particularmente, tanto la serie de la pantera rosa como El guateque (The party, 1968), con Peter Sellers, me parecen muy sobrevaloradas, y suelo encontrar lo mejor de su cine en otros géneros: además de Desayuno con diamantes, el magnífico y no muy conocido policiaco Chantaje contra una mujer (Experiment in terror, 1962), el fallido pero atractivo western crepuscular a lo Peckinpah Dos hombres contra el Oeste (Wild Rovers, 1971) y, sobre todo, Días de vino y rosas (Days of wine and roses), posiblemente su film más perfecto y la mejor radiografía que nos ha dado el cine sobre el mundo del alcoholismo.
Extraordinario guión de J. P. Miller, música del habitual Henry Mancini y canción principal escrita por el gran Johnny Mercer, y unas interpretaciones deslumbrantes de Jack Lemmon y Lee Remick (ambos, candidatos al Oscar) para contarnos la historia de un matrimonio de alcohólicos cuya vida se va poco a poco por el desagüe. Extrema y sin concesiones, con momentos en los que casi puede olerse el whisky y sentirse la desesperación de los dos personajes y su paulatina degradación, la película culmina con uno de esos momentos que ponen la piel de gallina: la despedida de Kirsten, ante un casi rehabilitado Joe, tras confesarle que se ve incapaz de dejar de beber. Él la verá, a través de una ventana de su nuevo piso, alejarse en la noche por una calle desierta, mientras en el vidrio se refleja el cartel luminoso de un bar. Fin.
Editada en DVD por Warner.
UN CADÁVER A LOS POSTRES (1976) de Robert Moore
El millonario Lionel Twain invita a los mejores detectives del mundo a pasar una velada en su casa durante la cual les informa de que se va a cometer un crimen, y ofrece un millón de dólares a quien descubra al asesino.
Éste podría ser el trillado argumento de cualquier peliculilla de misterio, pero si quien la escribe es Neil Simon y los intérpretes son, entre otros, Peter Falk, David Niven, James Coco y Peter Sellers en el papel de unos detectives que se parecen mucho a Philip Marlowe (o Sam Spade), Nick Charles, Hércules Poirot y Charlie Chan, la cosa se convierte en ese divertidísimo desmadre titulado Un cadáver a los postres (Murder by death), una sátira de esas decepcionantes novelas de misterio en las que, tras un buen montón de páginas, resulta que cualquiera puede ser el asesino. Alec Guinnes interpretando al mayordomo ciego y llevándose a casa varios de los momentos más descacharrantes de la función, y el escritor Truman Capote haciendo sus pinitos en el cine como el millonario Lionel Twain asisten al completo desaguisado creado por esas mentes privilegiadas, que se enfrentan para saber quién encontrará la clave del enigma y, de paso, quién dirá la tontería más gorda. Aunque tampoco haría falta que hablasen mucho, porque con sus caretos ya nos llega para echarnos unas risas.
Aquí, la foto de grupo: lo mejor de cada casa.
Editada en DVD por Columbia.
LA HORA AZUL de Alonso Cueto
Quienes han leído Operación masacre (1957), del escritor argentino Rodolfo Walsh, sostienen que fue el pistoletazo de salida de la novela de no-ficción o basada en hechos reales, años antes de que apareciera A sangre fría (1965) de Truman Capote, que sigue siendo la obra más representativa del género y que durante mucho tiempo ha sido considerada su pionera. Controversias aparte, lo cierto es que esta literatura ha dado muchos y buenos frutos en la novela hispanoamericana, y hasta García márquez en Noticia de un secuestro (1996) o Ricardo Piglia en Plata quemada (1997) se han dejado tentar por ella. La hora azul (2005) del peruano Alonso Cueto, no es de las más conocidas pero sí de las mejores.
Ganadora del Premio Herralde, La hora azul cuenta la obsesión del abogado Adrián Ormache, hijo de un oficial del ejército durante la guerra de Sendero Luminoso, por encontrar a la mujer a quien su padre le perdonó la vida, la única que pudo escapar del cuartel donde se las torturaba, violaba y asesinaba. A partir de esta historia real y de los datos documentados sobre Sendero Luminoso, y utilizando recursos propios de la novela policiaca, Cueto escribe una novela sobre el lado humano de los verdugos y la posibilidad de que sean perdonados, sobre cómo el pasado que apenas conocemos se cuela en nuestro presente y nos obliga a intentar completar una parte de nuestras vidas.
«Me imaginé cómo se vería desde allí una noche poblada de estrellas. Las manos temblando, la mujer llamada Miriam poniéndose el uniforme de Guayo y saliendo a aquel camino, y apenas volteando hacia ese hueco de la pequeña torre en la que estaba el vigía. Ella había prendido el cigarrillo, estaba concentrada en toda la extensión de sus músculos, acertando a dar con la voz de Guayo, voy a dar una vuelta, sus hombros buscaban el espacio donde avanzar sin despertar sospechas, encontrando la franja de aire que la separaba y la aproximaba al vigía, voy a dar una vuelta le había dicho, luego había pasado debajo del vigía y había logrado entrar al aire de fuera. Quizá había visto el milagro de una mano en alto, una mano que aceptaba su salida, hasta llegar al gran espacio negro a la derecha. Quizá había llegado al lugar en el que yo estaba en ese instante, ella caminando junto a esas piedras, no podía ceder al impulso de correr, había seguido con la caminata bajo el humo del cigarrillo, expuesta al cielo, sin apurarse, sin voltear, en la urgencia contenida de hacerse invisible hasta que pudiera llegar a ese camino desde donde se veía el cuartel. Traté de imaginarla allá, sobre el camino de piedras, abrazándose al frío, entrando a la negrura, a la parálisis de la velocidad, ¿así?, ¿había sido así?»
Publicada por Anagrama.